Los últimos acontecimientos en torno a la crisis griega son muy alarmantes. Ahora recordamos con horror el clima que se vivió antes de la quiebra de Lehman Brothers cuando rondaba por los mercados financieros un aire de autosuficiencia: se pensaba que toda la crisis subprime se había cerrado con algunas fusiones y adquisiciones en la banca norteamerciana. Nada más lejos de la realidad, la detonación de la burbuja acabó por producirse y se puso en evidencia con esa quiebra que el gran desajuste de las hipotecas basura aún no estaba saldado.
Ahora, volvemos a contemplar como una crisis, la griega, se ha cerrado en falso. Ya tenía mis dudas sobre ese supuesto cierre, pero ahora volvemos a percibirlo con más crudeza que nunca. Lejos de dar seguridad, el plan de rescate sólo ha aplazado la tempestad y, con ello, la ha agravado porque, hasta que no se materialice el plan, hasta que la UE no actúe, hasta que Grecia no pueda disponer de fondos al margen de los mercados financieros, éstos seguirán poniendo en evidencia que la deuda pública griega no es un activo seguro considerando su altísimo endeudamiento, su déficit y su situación económica. Y esta carísima financiación de los mercados la pondrá ante la situación límite de tener que suspender pagos.
El problema de fondo sigue siendo el de siempre. La Unión Europea, con sus instituciones, sigue siendo completamente inoperante cuando se trata de responder a situaciones de emergencia. El famoso plan de rescate pende del hilo de Alemania, en última instancia de Angela Merkel, que lo tiene difícil ante su opinión pública. Sin embargo, mucho nos equivocamos si pensamos que esto es sólo una cuestión griega. Ahora mismo, si Grecia suspende pagos, lo que está en juego es nuestro propio sistema monetario, los billetes y las monedas con las que pagamos el pan. Y es que buena parte de los compradores de los bonos griegos son europeos, principalmente, entidades financieras, fondos de inversión y fondos de pensiones. Se calcula que el país cuya banca está más expuesta en relación al PIB es Portugal, con hasta un 5 %, pero es Francia, seguida de Alemania, el país europeo cuyos bancos tienen más euros en términos absolutos invertidos en bonos griegos. Los bancos españoles, por su parte, tienen alrededor de 1.820 millones de euros en bonos griegos. Y, no nos engañemos, una parte de esos activos corresponderán a fondos de inversión o de pensiones gestionados por los bancos y cuyas pérdidas son asumidas, en última instancia, por los inversores. El banco ahí no es más que un gestor que presta un servicio de inversión y que cobra una serie de comisiones, pero ¿qué sucede con las inversiones de los propios bancos? En el mejor de los casos, están en juego los fondos propios de esas entidades, en el peor, los depósitos y, en cualquier caso, está en peligro su solvencia. De modo que se ha acabado la hora de los compromisos y ha llegado la hora de la acción o ¿a qué van a esperar, si no, estos ineficaces y descordinados gobiernos europeos?, ¿van a esperar a que sea demasiado tarde, a que Grecia tenga que suspender pagos, a que llegue nuevamente el pánico financiero, a que venga el "corralito"?
La cuestión es muy seria. Ha llegado el momento del rescate y de los ajustes. Esto debe suponer un claro recorte en el gasto público, no sólo de Grecia, sino de todos los gobiernos europeos porque el fondo de esta crisis no es que los griegos puedan llegar a ser incapaces de pagar sus deudas, eso es el síntoma, el problema es que han vivido mucho tiempo gastando más de lo que tenían, viviendo como falsos ricos, como los protagonistas de "Los intereses creados", la magistral obra de Jacinto Benavente, y da la impresión de que, al igual que sus protagonistas, Grecia está siendo encubierta por el interés que tienen todos en la formidable expansión, en este caso, del gasto público [1]. Grecia debe ser rescatada por pura razón práctica, pero los Estados europeos, todos, sin excepción, deben poner freno a este European lifestyle porque, de no ser así, Grecia sólo será la vanguardia de la peor recesión que haya vivido la humanidad.
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[1] La comparativa resulta irritante porque, en el caso de la obra, todo el pueblo quiere que la farsa continúe con el fin de cobrar sus deudas. En el caso europeo, los Estados lo que quieren no es ya que los acreedores cobren, que también, sino hacer lo mismo que los protagonistas de la obra, es decir, gastar el dinero que no tienen y del que difícilmente podrán acabar haciéndose cargo si el chiringuito se viene abajo. Es por ello que echo en falta más contundencia contra Grecia y un plan de ajuste verosímil.
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Información:
Cotizalia. 28 de abril de 2010.
El Economista. 28 de abril de 2010.
Expansión. 29 de abril de 2010.
Expansión. 29 de abril de 2010.
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