sábado, 6 de agosto de 2011

Mirando al futuro de Europa

Los problemas fiscales en la eurozona son una amenaza para la estabilidad de la UE, incluso para la estabilidad de la economía mundial. Sin embargo, también es una oportunidad para plantearnos cuál es el camino a seguir, para volver a reflexionar sobre el futuro de la UE y no me refiero ya al futuro próximo sino a las próximas décadas adónde queremos realmente que la UE vaya y qué medidas hay que adoptar para ello.

Yo me considero europeísta. Creo que en un mundo de gigantes como EEUU, China, la India, Rusia o Brasil, es absurdo el localismo europeo. A la hora de la verdad, los europeos compartimos muchas más cosas de las que pensamos. Tenemos sistemas políticos muy homogéneos, intereses comunes, una visión relativamente homogénea de lo que entendemos por progreso y de la sociedad en la que queremos vivir. Tan sólo nos separa una diversidad lingüística y cultural que es sumamente enriquecedora y que convierte a Europa en una de las regiones del globo más heterogéneas donde vivir.

Por eso creo que el camino de Europa es la federación de los Estados. No unos Estados Unidos de Europa. Eso no funcionaría: no somos ni tan homogéneos ni compartimos el estilo de vida ni buena parte de la mentalidad. Los europeos somos diferentes y una federación debería incluir esas diferencias, pero una estructura federal sí ayudaría. El mayor escollo son hoy por hoy, por el contrario, los Estados. Los líderes nacionales se aprovechan de una experiencia europea insatisfactoria y de la retórica nacionalista para alejar a los ciudadanos de la idea de una mayor integración. El peligro, no obstante, no viene de esa integración, si se hace bien, sino del anhelo mezquino de mantener artificialmente un modelo confederal en una Europa de Estados-naciones que es decadente, que lleva en la segunda fila de la escena internacional desde hace mucho.

Cualquiera que mire al panorama mundial se puede dar cuenta de que los focos no están sobre nosotros nunca más y de que, si lo están, es para lo malo: por nuestra crisis de deuda soberana que amenaza la estabilidad financiera internacional y la prosperidad económica de otros países del planeta. Europa debe dejar de convertirse en una utopía frustrada de sí misma y evolucionar hacia algo nuevo. No es cierto que no sea posible una democracia superpoblada y con una gran diversidad linguística: ahí está el ejemplo de la India. En Europa, además, tenemos algo que no tienen allí: una gran tradición de protección de los derechos humanos, una institución como el Consejo Europeo (vanguardia en esa protección) y una cultura democrática de primera línea en unas sociedades diversas y plurales.

IDIOMA COMÚN
Es cierto que compartir un idioma común ayudaría. En ese sentido, yo soy un firme defensor de impulsar un bilingüismo real con el inglés en toda la UE. Si los holandeses y los escandinavos pueden hacerlo, no hay razón para que los pueblos mediterráneos nos autocondenemos al ostracismo del aislamiento lingüístico. Los Estados tienen en la educación obligatoria un instrumento muy poderoso. Sin embargo, la cantidad de intereses creados y la falta de conciencia de unos políticos incapaces de comunicarse en una lengua distinta de las españolas parece condenar a las generaciones futuras al mismo aislamiento. Una profunda reforma del sistema educativo con una inmersión linguística en inglés y un personal docente angloparlante es el primer paso.

A partir de ahí, la demanda de contenido audiovisual y escrito en inglés es una consecuencia lógica. Además de facilitar la cohesión política y de no hacer impensable que un candidato checo de un mitin en Dos Hermanas (localidad en la provincia de Sevilla), esto tendrá la gran ventaja de facilitar la movilidad laboral de los profesionales, abriendo un campo de posibilidades ahora inimaginable. Desde que las diferencias lingüísticas son las mayores barreras entre personas, más allá de culturas, compartir un idioma nos pondría disposición de tratar indistintamente con un español o con un austríaco, enriqueciendo enormemente también nuestra vida personal, no sólo profesional.


Lejos de ser vista como una amenaza, el bilingüismo sería un oportunidad. Lejos de llegar a la confusa mezcla de idiomas en la que se encuentran a menudo personas que, como yo, hemos aprendido el segundo idioma como adultos, el bilingüismo llevaría a un uso más natural y a una convivencia más pacífica de los idiomas. El único gran escollo volvería a ser, de nuevo, el status quo y las reticencias de aquellos que no hablan inglés por miedo a que las nuevas generaciones bilingües pudieran barrerles en el futuro. La experiencia nos dice, en cambio, que para sobrevivir hay que estar abierto al cambio. Ni Europa ni España puede permitirse seguir viviendo al margen del inglés. El bilingüismo mejoraría nuestras relaciones comerciales con el resto del mundo y abriría las puertas de nuestro país a una inmigración más diversa y enriquecedora, que no fuera predominantemente latinoamericana.

UN ESTADO FEDERAL
Dicho todo esto, un Estado federal europeo parece incluso más utópico que una España o una Francia en la que uno se pueda abrir una cuenta bancaria en inglés. Sin embargo, una estructura federal clásica se hace imprescindible en términos de salud democrática si se sigue avanzando en la Unión. Los Estados tendrán la tentación de ir hacia una mayor integración fiscal, lo que podría acabar en un tesoro europeo, pero evitarán a toda costa una política europea: esto es, un presidente electo y un parlamento con verdaderos poderes legislativos. La primera es, en cambio, inviable sin la segunda. Una mayor integración fiscal llevará, a la larga, la percepción a los ciudadanos de que Europa va de freírnos a impuestos y de que cuatro señores/as, presidentes de países VIP, manejen el cotarro. Ese tipo de Unión llevaría a la larga a dinamitar el suelo político europeo y terminaría haciendo inviable hasta la Unión fiscal y, ¿quién sabe?, la monetaria. La estructura de ese nuevo Estado sería muy discutible, pero debería diseñarse claramente en términos de pesos y contrapesos de los poderes y con unas normas de transparencia claras.

Pero lo más importante de todo esto es que la ciudadanía europea aún no ha adquirido conciencia de todo esto y, lo que es peor, parece alejarse cada vez más del europeísmo. Europa es para muchos más que un lugar donde vivir, un lugar donde ir de vacaciones y a veces ni eso. Sin europeos convencidos nada de esto es posible de llevar a cabo. ¿Quién sabe si, después de todo, los europeos no están a la altura de un proyecto único? En el resto del mundo quizás se rían. Menos competencia para ellos. Nosotros que sigamos con nuestras cositas locales y nuestro lustre oxidado de viejas glorias. Mientras tanto, el mundo seguirá girando y ya no mirará a Europa.

2 comentarios:

alhabor dijo...

Parece que te has vuelto europeista. Aun recuerdo cuando te hacia gracia la bandera de mi cuarto del Ahuja

Pepe Soldado dijo...

Jajaja, forma parte de mi giro político de los últimos años. El europeísmo como nacionalismo es tan absurdo como cualquier otro nacionalismo, pero como motor de impulso de la UE como estructura federal democrática que nos permita competir globalmente creo que es una opción muy interesante y defendible.

Un saludo.