I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.
La película estrenada por Clint Eastwood el año pasado y protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon nos traslada a la Sudáfrica de los años noventa, a un país dividido por los rencores sociales, con unos blancos temerosos del nuevo poder negro y con unos negros que buscan restañar las viejas heridas creando unas nuevas. En este contexto tan difícil, Morgan Freeman (como Nelson Mandela) sabe conducir hábilmente la afición por el rugby de los blancos con el mundial de 1995 en el que son anfitriones. Lo que antes era símbolo de división, de opresión, de humillación de una raza sobre otra, se convierte en el símbolo de un país que ha conseguido perdonar y mirar al futuro. Con la inestimable ayuda del capitán del equipo, Matt Damon (como François Pienaar) y de un excelente mundial, Sudáfrica, antes al borde de la autodestrucción, grita unida en el júbilo por la victoria en un deporte que ya es de todos. Para esta generación de jóvenes para los que Nelson Mandela era ya un político sudafricano retirado, premio Nobel de la Paz, descubrir esta figura a través de esta película es redescubrir el poder de la compasión y del perdón por encima del odio, la venganza y la violencia: una forma de hacer política cuando la política es verdaderamente necesaria, cuando se trata de salvar a un país de la guerra civil y reconstruirlo sobre su reconciliación. Puede que por ello a veces sufra la justicia, pero ¿qué mejor justicia que dejar un país reconciliado para el futuro?
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