Por más que Antonio Robles y, especialmente Rosa Díez, se hayan empeñado en recalcar que UPyD no es lo mismo que Ciudadanos como coartada a su negativa a pactar una concurrencia conjunta a las elecciones, el electorado catalán ha elegido, creo que adecuadamente, por revalidar a Ciudadanos en el Parlament. Y es que, aunque probablemente mucha gente no lo supiera, el partido de Rosa Díez, porque es su partido y no el de nadie más, necesitaba un varapalo electoral. Desconozco si el motivo de ese varapalo es la crisis interna de UPyD, incluyendo los serios problemas que tuvieron en Catalunya, o si es simplemente desafección hacia una marca nueva que tanto se parece a una ya conocida Ciudadanos.
En cualquier caso, sea lo que sea, a lo mejor sí va a resultar que UPyD y Ciudadanos sí van a ser distintos. Y no me refiero a las pequeñas diferencias de programa o ideario sino a la forma de hacer. Si hay una cosa clara después de la purga magenta que organizó Rosa Díez, es que ella no está dispuesta a que nadie más discrepe en UPyD. Poco a poco ha conseguido centralizar un movimiento de bases y convertir a la Dirección en la infalible e inquisidora voz de la regeneración democrática (¡qué paradoja!). Es algo muy jacobino y parece que de eso era de lo que se trataba después de todo.
Ciudadanos, por contra, ha superado una crisis interna y ha vuelto a enfrentarse a las urnas, parece ser, con democracia interna y, finalmente, con éxito. Dejadme que desconfíe de lo primero, de la democracia interna en Ciudadanos, porque en esto soy ya bastante escéptico. Pero, dejando esto a otro lado, sí hay un gesto que honra a Albert Rivera frente a Rosa Díez: su sincera voluntad de pactar esa concurrencia conjunta, su firme creencia, puesta sobre la mesa, de que hace falta un tercer partido bisagra nacional en España y su voluntad de llegar a un acuerdo en ese sentido. Si el pacto no llegó, es por la negativa personal de Rosa Díez. La negociación estaba abortada desde el primer momento y el acuerdo era imposible porque, en una formación conjunta, las perspectivas de que Rosa Díez siguiera mandando con mano de hierro eran prácticamente imposibles, como mínimo, se habría visto obligada a consensuar con los hombres fuertes de Ciudadanos y eso, oculto bajo el eufemismo de que ella quiere la “misma voz en toda España”, era lo que no quería.
Así que después de las elecciones catalanas, los españoles tendremos que conformarnos con dos partidos nacionales bisagras, uno en Madrid y otro en Barcelona. Y aquí es cuando el PP y el PSOE saltan de alegría porque UPyD y Ciudadanos son, por separado, un pequeño estorbo, juntos serían una molestia en condiciones. Ahora, gracias a que Rosa Díez no quiso sumar fuerzas para no perder poder autocrático, los españoles estaremos abocados a lo de siempre: o una derecha cavernícola que se calla antes de las elecciones para parecer moderna o una izquierda derrochadora que aún puede llevarnos a la catástrofe con un hipotético rescate de España. Pase lo que pase, la opción de hacer fuerza con ese tercer partido ha pasado. ¿Y todo por qué? Por la terquedad hispana y, como diría José Mota, por el ansia viva.
17 de septiembre de 2009.
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