La comunidad educativa ha reaccionado con uñas y dientes ante un informe de la CEOE que apunta a recientes estudios que vinculan la herencia genética como uno de los factores que influyen en los resultados escolares incluso ligeramente por encima de los factores socioeconómicos. Muchos, en buena parte con mucha razón, han puesto el grito en el cielo apuntando que algo así roza el fascismo.
Efectivamente, teorías que abrazan en mayor o menor medida y con más o menos estadísticas no concluyentes cualquier tipo de determinismo biológico tienen mucho de fascista, pero hay algo aún más preocupante en las reacciones que se han apresurado a apuntar, con toda naturalidad, que el informe de la CEOE yerra porque el principal factor es el nivel socioeconómico y cultural. O sea, que a estos señores les parece muy mal el determinismo biológico, por nazi, y, en cambio, no les alarma nada en absoluto el determinismo social, ése que pone en evidencia que el sistema ha fracasado en su última pretensión: poner a disposición de todos los niños la igualdad de oportunidades para que, independientemente de sus condicionantes familiares y sociales, tengan un entorno escolar que les permita avanzar en la escala social conforme a su esfuerzo y sus capacidades.
Se me ocurren diversas razones por las que muchos no parecen incomodarse con el determinismo socioeconómico-cultural. La primera es que ellos forman parte de ese sistema que es incapaz de resolver ni tan siquiera parcialmente ese determinismo. Los cambios que harían falta serían de tal magnitud y acabarían con tantos privilegios, especialmente del profesorado, que sería difícil imaginar a muchos docentes inclinando la balanza hacia un sistema más equitativo, que al mismo tiempo exigiría mucho más esfuerzo de su parte (y también de parte de los alumnos). En cualquier caso, resulta triste ver como la gente se acostumbra a todo, incluso a que, como antaño, sea casi imposible salir del estamento social de cuna. Pero lo que más llama la atención es que muchos de los acomodaticios se consideren progresistas. Después de esta reacción tan masiva como acrítica, como dicen en Catalunya, hay que hacérselo mirar.
Charo Nogueira, El País, 4 de julio de 2011
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