Sorprende ver las reacciones después del doble atentado de Noruega. Los esfuerzos de cierta prensa por hacer parecer el ataque y al atacante como algo aislado, fruto de una mente perturbada (sin duda), el hincapié de otra parte de la prensa por dar la señal de alarma ante el creciente extremismo en ciertas filas de la derecha y la vuelta, una vez más, de la otra prensa a quitarle hierro al asunto de la extrema derecha e incluso a la insinuación de que la izquierda quiere emplear este atentado para alimentar el miedo contra la derecha de cara a las elecciones ¡en España! (leído un tweet de David Gistau: “No puedo creer que estén intentando convertir la masacre noruega en otro 11M con el que dar un vuelco psicológico a las expectativas electorales”).
Sin duda, algo vuelve a estar mal en la sociedad española cuando se plantean este tipo de debates. Y, desde luego, algo de complejo de fascista hay ciertos sectores para que algunos piensen que las llamadas de atención sobre la extrema derecha tengan segundas intenciones contra la derecha democrática. O yo soy muy inocente o, personalmente, cuando critico cualquier extremismo o la dictadura de cualquier signo no busco criticar o perjudicar a la derecha o izquierda democrática que se supone, para algunos, en el mismo lado de los extremistas. Es cierto que hay veces que se dan coqueteos. Los hay socialdemócratas con episodios de esquizofrenia en los que tienen palabras tiernas y amables hacia Cuba o Venezuela. También los hay conservadores especialmente cándidos cuando hablan del franquismo.
Me parece ridículo, en cambio, en este caso, que alguno pueda pensar que alertar del auge del nacionalismo xenófobo y racista en Europa se haga con fines electorales. Nada más lejos de la realidad. Por suerte, el PP está lejos de postulados como los del Frente Nacional francés, el BNP británico, el Partido de los Auténticos finlandeses o el Partido del Progreso noruego. No hay mucho de lo que preocuparse en ese sentido en España.
Estamos hablando de un discurso xenófobo y racista que se está abriendo camino en el resto de Europa a través de partidos que tienen opciones incluso de definir políticas de gobierno como la Liga Norte italiana. Ése es el peligro y los patrocinadores intelectuales de aquéllos deben ser el objetivo de nuestro discurso. No es la ideología conservadora lo que se discute aquí sino ese ultranacionalismo intrínsecamente agresivo y excluyente que siempre puede convertirse en coartada intelectual para la violencia desde el Estado o desde el terrorismo, en cualquier caso con nefastas consecuencias. Por eso hay que recuperar el discurso del respeto; de la integración; de la aceptación y la convivencia en la diversidad, y combatir el discurso de esos aguafiestas intelectuales, reyes de la filosofía glandular, del “yo llamo a las cosas por su nombre” aunque sean ofensivas o se digan con cargas peyorativas, de aquellos campeones de la incorrección política que creen que la diversidad es un blanco moreno y un rubio, que confunden cursilería con empatía y que carecen de toda sensibilidad, de toda capacidad de integración. Basta ya de fascismo, basta ya de allanar el camino a estos disparates, basta ya de darle alas intelectuales a ciertos discursos, basta ya de darle coartadas a monstruos como Breivik, basta ya de incendiar el ambiente. Basta ya.
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