El líder del partido Auténticos Finlandeses celebra su espectacular subida
Fuente: El País
Recientemente hemos visto como en Finlandia ganaba mucha fuerza un partido antieuropeísta de corte xenófobo. Desde hace más tiempo, contemplamos como la joven democracia húngara se deteriora con reformas como la polémica ley de prensa o la nueva constitución, recién aprobada en sede parlamentaria. Los dos fenómenos parecen a priori bien distintos. Dada mi ignorancia acerca de las particularidades de ambos países, hay poco que pueda decir. Lo que sí parece evidente es que las motivaciones de los finlandeses es no pagar los rescates y limitar la inmigración en su país, ya de por sí escasa. Parece ser, por tanto, la típica motivación xenófoba al uso. El caso húngaro parece venir acompañado más bien de un nacionalismo más profundo y de unos esquemas más tradicionales. La nueva constitución tiene ecos que se le parecen más bien a una carta magna de las restauraciones monárquicas posteriores a las guerras napoleónicas que a una constitución de nuestro siglo: con menciones a dios, blindajes del matrimonio y prohibición taxativa del aborto, el texto, si quitáramos las alusiones a Hungría, parece redactado por un miembro del Tea Party, una obra genuina de la reacción conservadora que parece estar cerniéndose sobre Europa. En este contexto, las actuaciones de los gobiernos italiano y francés con relación a los inmigrantes tunecinos no ayuda.
Europa parece resquebrajarse por las circunstancias. Los europeos no acaban de ver que la Unión reporte ventajas: todo parecen rescates, burócratas, pérdida de soberanía, inmigración intracomunitaria no muy bienvenida. Nadie se ha encargado de recordarles a los ciudadanos que el mercado común ha favorecido enormemente el comercio intracomunitario y ha fortalecido las economías nacionales o que la inmigración favorece la competencia, los ajustes salariales y la mejora de la competitividad (además de la sostenibilidad de los sistemas públicos de pensiones y del Estado del Bienestar en general). Por no olvidar que la presencia de Europa en el mundo ya está, de por sí y pese a la Unión, diluida en un entorno global de gigantes emergentes. Caben dos lecturas pues para estos sucesos, vuelcos electorales y reformas: o la xenofobia está creciendo entre los europeos o estamos ante una forma de protestar por el modo en que se está haciendo la construcción europea, pero sin propuestas de salida reales. Yo me inclino más por la segunda opción, lo que no obsta que no sea preocupante. De seguir avanzando el euroescepticismo, las cosas no sólo no mejorarán sino que continuaremos hundiéndonos, esta vez en un nuevo feudalismo absurdo. La pregunta es: hasta qué punto somos maduros los europeos. La unidad en los buenos tiempos es fácil, permanecer unido y salir fortalecido de las crisis es difícil y es lo que demuestra la capacidad de los pueblos. ¿Estará el pueblo europeo a la altura de las circunstancias?
El País. 20 de abril 2011
El País. 17 de abril 2011
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