viernes, 30 de octubre de 2009

miércoles, 28 de octubre de 2009

Júpiter


Júpiter es el más grande de los planetas del sistema solar. Tiene más materia que todos los planetas de nuestro sistema juntos. Es mil veces el volumen de la tierra. Tiene 16 satélites. Cuatro de ellos fueron descubiertos por Galileo Galilei en 1610.

Júpiter tiene una composición semejante a la del sol. Es decir: hidrógeno, helio, y pequeñas cantidades de amoniaco, metano, vapor de agua y otros.

Júpiter es un planeta tormentoso, con una atmósfera muy compleja, con nubes y tempestades. Una de éstas es la Gran Mancha Roja que tiene un diámetro mayor que el de la Tierra. Dura hasta 300 años y provoca vientos de 400km/h.

La gravedad de Júpiter es inmensa. Tanto que al llegar la sonda Galileo, hecha de titanio, al planeta a las pocas horas estalló a causa de la presión.
La gravedad de Júpiter es en concreto de 22m/s2.

Los anillos de Júpiter son más sencillos que los de Saturno, ya que están compuestos por el polvo que producen algunos meteoritos al chocar con la superficie de Júpiter.

La magnetosfera del planeta mantiene atrapada a los satélites. Ésta se prolonga a solo 3 o 7 millones de kilómetros en dirección al Sol, pero en dirección contraria se prolonga a mas de 750 millones de kilómetros llegando hasta la órbita de Saturno.

Para concluir podemos decir que, pese a la enorme inmensidad de Júpiter comparado con la Tierra, éste es solo un insignificante punto en la inmensidad del universo.

Nuevo colaborador

Hace justo una semana cumplíamos un año. Este blog nació con una vocación de ser una web de actualidad y cultura donde compartir artículos propios y documentos diversos de interés sobre esta temática. Después de haber visto el funcionamiento que ha tenido el blog, especialmente mi excesivo papel protagonista, he ido buscando nuevas incorporaciones, algunas infructuosas. Finalmente, mi hermano se ha incorporado a la lista de colaboradores y espero que contribuya habitualmente con entradas de temática diversa. Espero que el blog se vaya acercando paulatinamente a la idea primigenia de variedad de contenidos y pluralidad de autores, y que sea para mayor entretenimiento de nuestros seguidores habituales.

martes, 27 de octubre de 2009

El colonialismo

Tradicionalmente se ha entendido por colonialismo la ocupación y explotación de un determinado territorio por una potencia industrializada. El país colonizador por excelencia fue aquél que vio nacer el capitalismo: Gran Bretaña. No cabe duda de que ese fenómeno que antaño estaba tan generalizado, ahora es meramente residual y, sin embargo, en cierto modo persiste la idea de que ese colonialismo permanece aunque de una forma solapada mediante la explotación de un país subdesarrollado por otro desarrollado.

Lo cierto es que en todo este fenómeno han jugado y siguen jugando un papel determinante los Estados. El colonialismo puede revestir diferentes formas, pero siempre parte de unos elementos comunes. El primero, hay una serie de agentes económicos de distinta nacionalidad que interactúan. El segundo, algunos de ellos tienen la posibilidad de imponer al otro sus condiciones, esto es, no hay igual poder negociador entre las partes. El tercero: ausencia de una regulación que permita el desarrollo de un libre mercado global en régimen de competencia donde no se permitan prácticas que la restrinja. Cuarto: el papel activo de algunos Estados en la consolidación de ese abuso de la parte fuerte sobre la débil.

Analicemos un caso regional conocido: el merado único europeo. Primero, se cumple que hay una serie de agentes económicos de distinta nacionalidad que interactúan. Segundo, es cierto que algunos tienen un mayor poder negociador. Sin embargo, eso se ve compensado por una normativa en materia laboral y de consumo que establece unas garantías mínimas, a veces no tan mínimas, para compensar ese 'desfase'. Esta normativa suele ser relativamente homogénea en todo el mercado único. Tercero, hay una legislación común en materia de defensa de la competencia y de competencia desleal que trata de asegurar la existencia de un mercado libre. Cuarto, si un Estado miembro trata de interferir en ese mercado para consolidar un abuso o un privilegio de un nacional frente a un comunitario, se le sanciona. Conclusión, nadie puede decir que haya un colonialismo de Alemania sobre el resto de Europa porque todos los agentes económicos europeos compiten libremente sin abusos, privilegios o interferencias.

La causa del actual colonialismo viene, por un lado, de las prácticas abusivas de algunas multinacionales que no tienen eco alguno en la legislación de los corruptos y despóticos países subdesarrollados, y, por otro lado, de las interferencias de los Estados desarrollados y sus políticas de nacionalismo económico que son profundamente injustas. El resultado último es que se produce una doble restricción de la libertad de comercio a nivel mundial como consecuencia de que no existe un verdadero mercado mundial sino la ley del más fuerte y, en definitiva, el privilegio frente a la libertad económica.

Es evidente que un mercado global de competencia cuasi-perfecta no evitaría que hubiera pobreza, pero sí contribuiría a que el orden social mundial fuera más justo porque las desigualdades económicas no estarían basadas en el abuso, en el privilegio sino en la propia libertad y responsabilidad individuales en la medida en que ese mercado funcionara de la mejor manera posible. Además, la prosperidad que se derivaría de ello en el mundo permitiría con creces mantener un sistema de asistencia social donde todos tuvieran garantizados unos mínimos alimenticios, sanitarios y educativos. A pesar de lo increíble que pueda parecer esta utopía, siempre podemos dar un paso en esa dirección en lugar de alejarnos con más nacionalismo económico. Sin embargo, todo esto exige la integración no sólo económica sino, más aún, legal y diría que política de todo el planeta: cuestión que parece aún más inverosímil sino imposible.

sábado, 24 de octubre de 2009

Subdesarrollo y corrupción

La corrupción no deja de ser el síntoma más evidente de la desviación de un sistema político determinado. Es cierto que uno de los elementos que más caracterizan a una sociedad subdesarrollada, a mi modo de ver, es el de la corrupción y no precisamente porque ésta se dé sino, especialmente, porque a pesar de que es en esos países donde es más visible, es donde menos se lucha contra ella.

Efectivamente, si hay algo que comparte todo sistema político sea de un país desarrollado o subdesarrollado es la corrupción. Siempre hay personas que tratan de enriquecerse o de tener un determinado poder o influencia exorbitante e ilegítimo empleando el propio sistema como un instrumento. Si hablamos de una organización que se dedica a actividades ilegales al margen del sistema, hablamos de organización ilícita, criminal, que está compuesta por delincuentes que procuran no ser advertidos por las fuerzas del orden del sistema. Sin embargo, si una persona en el ejercicio de sus funciones públicas utiliza su cargo, el poder que le viene dado por el Estado, para obtener un aprovechamiento personal, sea o no pecuniario, más allá del legítimo, su sueldo, hablamos de corrupción.

Este fenómeno es especialmente sangrante por radicar precisamente dentro del propio aparato del Estado. Sin embargo, la diferencia sustancial no viene dada porque en los países desarrollados haya ausencia de corrupción sino por el nivel de protección que tiene el propio sistema contra esa corrupción. Un país en el que no hay personas cumpliendo penas por corrupción sólo puede ser un país de dos clases: bien uno de ángeles celestiales bien el más corrupto de los países. Este es un primer indicio, muy inexacto, de que el sistema no tolera la corrupción, pero no indica empero el grado de intolerancia ni la proporción de corrupción verdaderamente depurada.

No obstante, el hecho de que se destapen constantemente casos de corrupción como está sucediendo en España tampoco es un buen síntoma porque desvela en el fondo que hay mucha, diríase demasiada, corrupción y, lo peor de todo, si bien el sistema demuestra cierta eficacia, ignoramos en qué medida es eficaz y, a mayor abundamiento, demuestra ser altamente ineficaz en la prevención de la corrupción. Y es este último punto el verdaderamente relevante porque un sistema nunca podrá ser plenamente eficaz en la prevención, pero sí debe aspirar a aumentar esa eficacia. Es en este punto en el que radica otra de las principales diferencias, a saber, que los países subdesarrollados han renunciado de antemano a ser eficaces no sólo en la lucha sino en la prevención de la corrupción.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Cumplimos un año

Hace justo un año que se abrió este blog y con ésta van 72 entradas aunque no fue hasta los dos días después cuando se inauguró realmente con una entrada de Alhabor. Todo este año ha dado para mucho. Ha sido un año intenso en lo político y en lo económico, pero, además, para mí este blog ha supuesto una experiencia muy enriquecedora. Es seguro que no habría leído ni escrito tanto si no hubiera tenido esta humilde plataforma y un pequeño público fiel. A todos ellos, gracias por participar en este proyecto.

domingo, 18 de octubre de 2009

20 años de la caída del Muro de Berlín


Se cumplen 20 años de la caída del Muro de Berlín y El País ha publicado un interesante reportaje. Recomiendo ver el vídeo, que incluye imágenes de 1989 y de la actualidad mostrándonos el proceso que llevó a su caída y lo que queda de él para el asombro de los turistas.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Desmitificando el liberalismo (i): el mercado y el Estado.

Una de las claves del éxito de la socialdemocracia y de sus postulados reside en el buen manejo del lenguaje a través de la propaganda. De esta forma han conseguido, con la ayuda de algunas corrientes del liberalismo, inducir a error mediante la asociación de determinados atributos a ciertas palabras. Esto sucede de forma evidente con el término de 'mercado' y 'Estado'. El primero goza de una imagen ciertamente mejorable. En el imaginario colectivo, visualizar el término de 'mercado' supone figurarse una especie escenario selvático en el que todo vale con tal de lograr la propia supervivencia o el éxito personal: el engaño, el fraude, la estafa, la mala fe, el tráfico de influencias... Se nos antoja un lugar frío, agobiante y despiadado que nos genera una incómoda sensación de incertidumbre. El 'riesgo', la 'desprotección', el 'abuso'... Los mendigos son culpa del mercado, los parados son culpa del mercado, el mercado es implacable, inmoral, malo... 'No podéis servir a Dios y al dinero', dijo Jesús de Nazaret, que tuvo a bien echar a latigazos a los mercaderes del templo (no por la razón que algunos piensan). 'Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios'. Recogiendo y manipulando esa herencia cultural convenientemente aderezada con una pequeña dosis de materialismo histórico marxista se nos ha inoculado de forma imperceptible un prejuicio negativo sobre el mercado. Por contra, el Estado goza de muy buena imagen. Se trata de un lugar cálido; acogedor, donde los malos avaros y usureros tienen que vérselas con el burócrata. El estado es una especie de padre o de hermano mayor que está ahí para protegernos de las inclemencias exteriores, para salvarnos cuando estamos en peligro. El riesgo se torna en certidumbre porque 'el Estado nunca quiebra' y nos da esa sensación de seguridad que tanto nos agrada.

Buena parte de esta demonización del mercado sirve para etiquetar al liberalismo porque ¡el liberalismo defiende el mercado! Finalmente, el liberalismo ha ido viendo deteriorada su imagen porque se le ha convertido en adalid del capitalismo salvaje, de los mercados sin control al mismo tiempo que algunos autoproclamados liberales se han posicionado en rancias posturas conservadoras. Se vende con mucho éxito la imagen de que el liberalismo prefiere que la gente se muera de hambre en la calle, que los ancianitos se queden sin pensión, que los niños pobres no puedan estudiar a ver intervenir al Estado... Y la realidad es que se ha desvirtuado por completo la teoría liberal del Estado hasta el punto de que el propio Antonio Garrigues Walker recordaba en la tercera de ABC el 20 de mayo del pasado año el papel subsidiario del Estado liberal de la siguiente forma:

"El liberalismo entiende que, por regla general, el mercado es el sistema que permite una asignación más eficiente de los recursos y por ende el que mejor facilita no sólo la creación sino también la distribución de la riqueza.
Pero si por cualquier razón ello no fuera así, el liberalismo ha defendido y defenderá inequívocamente la actuación del sector público y su intervención directa, con tal de que no tenga carácter permanente y el proceso pueda ser controlado en todo momento por la sociedad civil. El liberalismo se opone, sin la menor reserva, a toda forma de concentración de poder económico, sea público o privado, y por ello reclama una aplicación estricta de las leyes antimonopolio y de las normas que defienden una competencia leal. El liberalismo no tiene nada que ver con el llamado “capitalismo salvaje” ni con ningún sistema que provoque la indefensión y la opresión del ciudadano. El liberalismo protesta contra un mundo en el que se están acentuando las desigualdades tanto a nivel internacional como nacional, justamente porque se falsifican y se adulteran las reglas del mercado en beneficio de los más poderosos."

Este principio de subsidiariedad implica que el Estado debe intervenir para suplir las deficiencias y las carencias del mercado, lo que implica que este principio no puede presentarse como instrumento para suplantar al mercado ni para instaurar un sistema estatal de asignación de recursos. Para el liberalismo, esa intervención del Estado es secundaria, subsidiaria porque considera que allí donde el mercado puede funcionar debe haber mercado. Aunque el hecho de que haya libre mercado no implica que el Estado permanezca completamente ajeno. Los mercados exigen una regulación que permita la existencia de la competencia. Este es el siguiente punto en el que Antonio Garrigues Walker hace especial hincapié porque no debemos olvidar que un mercado donde están permitidas las prácticas que restrinjan la competencia no es un mercado, es un campo de lucha libre. Por supuesto, este mercado falso no es eficiente en la asignación de recursos porque no permite que afloren los mejores sino que sólo protege a los más fuertes. Y esto es un privilegio. El liberalismo tiene en su raíz más profunda su oposición a los privilegios. Esta es su gran lucha por la igualdad. Nació oponiéndose a los privilegios de cuna, que implicaban una discriminación política y fiscal para los no aristócratas y siguió oponiéndose, como bien dice Antonio Garrigues Walker, a la concentración económica y a las conductas desleales. Por ello, el Estado liberal tiene una función primordial de regulador y supervisor. Es el Estado-gendarme liberal. Bien es cierto que esa regulación no debe ir encaminada ni más ni menos que a asegurar la competencia leal en el mercado y, en definitiva, la igualdad de oportunidades.

Otro autor, Friedrich A. Hayek, hizo a su vez unas aportaciones interesantes en 'Camino de servidumbre' ('The Road to Serfdom', 1944) acerca de esta cuestión. La cita es extensa, pero resulta muy clarificadora:

“El uso eficaz de la competencia como principio de organización social excluye ciertos tipos de interferencia coercitiva en la vida económica, pero admite otros que a veces pueden ayudar considerablemente a su operación e incluso requiere ciertas formas de intervención oficial. […] Prohibir el uso de ciertas sustancias venenosas o exigir especiales precauciones para su uso, limitar las horas de trabajo o imponer ciertas disposiciones sanitarias es plenamente compatible con el mantenimiento de la competencia. La única cuestión está en saber si en cada ocasión particular las ventajas logradas son mayores que los costes sociales que imponen. Tampoco son incompatibles el mantenimiento de la competencia y un extenso sistema de servicios sociales, en tanto que la organización de estos servicios no se dirija a hacer inefectiva en campos extensos la competencia.
[…] El funcionamiento de la competencia no sólo exige una adecuada organización de ciertas instituciones como el dinero, los mercados y los canales de información -algunas de las cuales no pueden ser provistas adecuadamente por la empresa privada-, sino que depende, sobre todo, de la existencia de un sistema legal apropiado, de un sistema legal dirigido, a la vez, a preservar la competencia y a lograr que ésta opere de la manera más beneficiosa posible.”
Friedrich A. Hayek: Camino de Servidumbre (1944)

Hayek plantea la imposibilidad de que la existencia de un sistema de planificación económica sea compatible con las libertades políticas. Desvela el engaño del pensamiento colectivizador que pretende justificar su omnímoda intervención de la economía, su dirección centralizada desde el poder, con el pretexto de una igualdad real, de una libertad 'verdadera', la 'libertad' que da que toda la economía esté en manos del Estado, mediante la superación de las 'falsas' libertades del liberalismo. El autor es sumamente claro planteando la cuestión. La planificación económica es incompatible con la democracia y, por otro lado, el sistema de libre competencia exige una regulación. Del mismo modo, en páginas anteriores critica la vieja concepción liberal de laissez-faire y sostiene que el liberalismo no es un credo estacionario. En todo esto tiene mucha razón porque existe la penosa pretensión de fosilizar el liberalismo, de extirparle su más profundo anhelo de progreso del ser humano por la ampliación de su libertad y su autonomía personal.

“Probablemente, nada ha hecho tanto daño a la causa liberal como la rígida insistencia de algunos liberales en ciertas toscas reglas rutinarias, sobre todo en el principio del laissez-faire.”
Friedrich A. Hayek: Camino de Servidumbre (1944)

Si después de todo esto espero haber desmitificado determinados aspectos del liberalismo, al menos aquéllos referidos al papel del Estado y de la regulación, quería terminar exponiendo lo que manifestó otro autor, precursor del liberalismo, sobre la cuestión de la asistencia social. Thomas Paine al final de su obra Los Derechos del Hombre ('Rights of Man', 1791 y 1792) presenta un ambicioso proyecto de reforma de los 'presupuestos' públicos de la corona británica que consiste en la reducción de los gastos corrientes que estima Paine que se deben a las intrincadas políticas y al despilfarro de la corte, y que además incluye un amplio programa de ayudas sociales. El propio autor lo resume de la siguiente manera:

“La enumeración es la siguiente:
Primero: Abolición de dos millones de tributo para beneficencia.
Segundo: Asistencia a doscientas cincuenta mil familias pobres.
Tercero: Educación para un millón treinta mil niños.
Cuarto: Atención para el bienestar de ciento cuarenta mil personas ancianas.
Quinto: Donación de veinte chelines, cada una a cincuenta mil recién nacidos.
Sexto: Donación de veinte chelines, cada una a cada nuevo matrimonio.
Séptimo: Subsidios de veinte mil libras para los gastos de los funerales de las personas que viajan por motivos de trabajo y mueren lejos de sus amigos.
Octavo: Empleo, en todo momento, para los pobres circunstanciales de las ciudades de Londres y Westminster.
Mediante el funcionamiento de este plan quedarán sobreseídas las leyes de pobres, esos instrumentos de tortura civil, y se impedirán los gastos inútiles de los pleitos. Los corazones de las personas humanitarias no se sentirán escandalizados por los niños harapientos y hambrientos y por las personas de setenta y ochenta años de edad que piden por las calles.”

Después de leer esto no del padre sino del abuelo del liberalismo, es difícil pensar que éste tenga unos planteamientos inhumanos o despiadados sobre la cuestión de la asistencia social de los más necesitados. De hecho, es más fácil para un país próspero con una buena economía de libre mercado sufragar los costes de esa asistencia social que para los países socialistas (esto también lo apunta Hayek). Las propuestas de Thomas Paine están muy circunscritas al contexto de la Gran Bretaña de su tiempo y posiblemente sus medidas no se entenderán bien al haber leído sólo ese extracto, pero esto refleja que no está ni mucho menos en el ánimo del liberalismo auspiciar la ley de la jungla. Sólo un sistema socialista, de planificación o de capitalismo de Estado es verdaderamente inhumano porque le niega al hombre su autonomía, su independencia, su libertad para convertirlo en un ser dependiente de la gran máquina represiva Estatal que no sólo no se conforma con ahogar sus libertades políticas sino que lo convierte en un asalariado forzado del Estado, en una pieza más del alienante engranaje de la burocracia, en un ser que no es porque el verdadero ser reside en el Estado y sólo en el Estado. Termino con una honrosa cita de Ortega:

“El liberalismo es el principio de derecho político según el cual el poder público, no obstante ser omnipotente, se limita a sí mismo y procura, aun a su costa, dejar hueco en el Estado que él impera para que puedan vivir los que ni piensan ni sienten como él, es decir, como los más fuertes, como la mayoría. El liberalismo -conviene hoy recordar esto- es la suprema generosidad: es el derecho que la mayoría otorga a la minoría y es, por tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo: más aún, con el enemigo débil. Era inverosímil que la especie humana hubiese llegado a una cosa tan bonita, tan paradójica, tan elegante, tan acrobática, tan antinatural. Por eso, no debe sorprender que prontamente parezca esa misma especie resuelta a abandonarla.”
José Ortega y Gasset: La Rebelión de las Masas (1930).