La corrupción no deja de ser el síntoma más evidente de la desviación de un sistema político determinado. Es cierto que uno de los elementos que más caracterizan a una sociedad subdesarrollada, a mi modo de ver, es el de la corrupción y no precisamente porque ésta se dé sino, especialmente, porque a pesar de que es en esos países donde es más visible, es donde menos se lucha contra ella.
Efectivamente, si hay algo que comparte todo sistema político sea de un país desarrollado o subdesarrollado es la corrupción. Siempre hay personas que tratan de enriquecerse o de tener un determinado poder o influencia exorbitante e ilegítimo empleando el propio sistema como un instrumento. Si hablamos de una organización que se dedica a actividades ilegales al margen del sistema, hablamos de organización ilícita, criminal, que está compuesta por delincuentes que procuran no ser advertidos por las fuerzas del orden del sistema. Sin embargo, si una persona en el ejercicio de sus funciones públicas utiliza su cargo, el poder que le viene dado por el Estado, para obtener un aprovechamiento personal, sea o no pecuniario, más allá del legítimo, su sueldo, hablamos de corrupción.
Este fenómeno es especialmente sangrante por radicar precisamente dentro del propio aparato del Estado. Sin embargo, la diferencia sustancial no viene dada porque en los países desarrollados haya ausencia de corrupción sino por el nivel de protección que tiene el propio sistema contra esa corrupción. Un país en el que no hay personas cumpliendo penas por corrupción sólo puede ser un país de dos clases: bien uno de ángeles celestiales bien el más corrupto de los países. Este es un primer indicio, muy inexacto, de que el sistema no tolera la corrupción, pero no indica empero el grado de intolerancia ni la proporción de corrupción verdaderamente depurada.
No obstante, el hecho de que se destapen constantemente casos de corrupción como está sucediendo en España tampoco es un buen síntoma porque desvela en el fondo que hay mucha, diríase demasiada, corrupción y, lo peor de todo, si bien el sistema demuestra cierta eficacia, ignoramos en qué medida es eficaz y, a mayor abundamiento, demuestra ser altamente ineficaz en la prevención de la corrupción. Y es este último punto el verdaderamente relevante porque un sistema nunca podrá ser plenamente eficaz en la prevención, pero sí debe aspirar a aumentar esa eficacia. Es en este punto en el que radica otra de las principales diferencias, a saber, que los países subdesarrollados han renunciado de antemano a ser eficaces no sólo en la lucha sino en la prevención de la corrupción.
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