jueves, 27 de noviembre de 2008

La importancia de la laicidad en una sociedad democrática

Recientemente ha surgido la polémica sobre el papel de lo religioso en el ámbito público a colación de la sentencia que ordenaba la retirada de un crucifijo en un colegio público de Castilla y León. Ante esta resolución judicial, algunos colectivos católicos y la propia Iglesia (yo no) se han sentido ofendidos. Lo han considerado una agresión y, en palabras de algún obispo español, un síntoma de cristofobia en una sociedad enferma. Así que me propongo escribir este artículo primero como ciudadano y, después, como creyente, pero separando planos distintos a los que les corresponde debates diferenciados.


Primero, como ciudadano, afirmo que la identificación entre lo público y lo religioso es un error que conduce a la exclusión del resto de la población que no es creyente de esa religión. El máximo respeto a la libertad religiosa exige, en primer lugar, la salvaguarda del Estado del ejercicio de ese derecho humano fundamental, pero no debemos olvidar que eso sólo puede ser así si el Estado permanece neutral, sin religión, al margen del ámbito religioso porque, de lo contrario, ¿cómo es posible que un budista sienta que su ejercicio de la libertad religiosa está protegido por un Estado que usa un símbolo religioso distinto? Parece evidente pues que quien se puede sentir desprotegido (tampoco necesariamente ofendido) es el no creyente católico que, al ver el crucifijo en la escuela pública, pensará que su derecho a la libertad religiosa no está o puede no estar suficientemente salvaguardado. La neutralidad del Estado en ese sentido es una obligación democrática porque todos los ciudadanos somos iguales sin distinción, en este caso, de religión. Y del mismo modo que el Estado por sí no tiene ni sexo ni ideología tampoco puede tener creencia.


Pero, más aún, como ciudadano, creo que no sólo el Estado sino también el ámbito de lo público, la res publica (cosa pública) y, por extensión, su debate, debe permanecer también neutral. La pretensión de hacer política desde la religión es legítima, está amparada en los derechos humanos, pero no es ética. El debate político debe ser un debate ideológico al margen de la religión. Pretender convertir aspectos de la moral religiosa en derecho positivo es una perversión democrática según la cual se quiere imponer el ejercicio de una religión a todos los ciudadanos sin considerar que se está vulnerando su derecho a la libertad religiosa. Es una exigencia democrática, por tanto, que el ciudadano se posicione políticamente en el debate al margen de sus creencias particulares. Esto no quiere decir que en el ámbito público no deba haber valores o principios supremos: los hay. Precisamente porque los hay éstos entran en conflicto con los creyentes que quieren imponer los valores supremos de su religión.

A mi juicio, los valores supremos de nuestras democracias deben basarse en el nuevo régimen que establecieron nuestros padres, los revolucionarios destructores del Antiguo Régimen, a saber, libertad, igualdad y ley. El debate político debe moverse en ese ámbito, el respeto a los derechos humanos, informados por esa libertad y esa igualdad, dentro de la ley, limitadora no sólo de las conductas lesivas de los individuos sino también de la acción represiva del Estado. Ésta es la referencia, no ninguna religión.


¿Por qué digo esto? El papel que ha jugado la religión históricamente en occidente ha sido muy negativo en su vertiente pública. Así como es verdad que ha contribuido a formar excelentes personas dignas de admiración, también ha sido un terrible instrumento de poder. La Edad Media es conocida también como Edad Oscura porque es un periodo tenebroso en la historia de la humanidad. Es un periodo dominado por la superstición, el oscurantismo, la intolerancia. En nombre de Cristo y de espaldas a él se han hecho las barbaridades más atroces. Las guerras de religión sólo en Europa (entre cristianos) se han cobrado innumerables vidas, al tiempo que en los propios países multitud de individuos, entonces súbditos, han padecido las consecuencias de su represión. No voy a hablar sólo de las quemas de brujas y herejes (personas librepensadoras); de la expulsión de judíos y moriscos, de la exhortación a convertirse al cristianismo... Personas a las que debemos los grandes avances del ser humano también han padecido. Servet murió en la hoguera, entre otras cosas, por adelantar que la sangre circulaba por el cuerpo. Galileo se vio abocado a rectificar (es el absurdo de que los sacerdotes quieran ser físicos o astrónomos). Voltaire, Rousseau, Diderot fueron grandes figuras del pensamiento europeo fuertemente combatidos y vilipendiados por la ortodoxia política y religiosa de su tiempo. Pero, ¿qué decir del propio Darwin? Los fanáticos no descansan y ahora exponen su descabellada teoría del diseño inteligente (el mito de la creación con adornos)...

Cabe resaltar también que la Iglesia siempre ha sido un freno para el progreso del hombre. En su momento, apoyaron la monarquía absoluta frente a los revolucionarios. Preferían el Antiguo Régimen (y algunos otros regímenes totalitarios siempre que tuviesen control social). Y, conforme la libertad se ha ido expandiendo en las sociedades Europeas, se han sentido más fuera de lugar, más incómodos. Ahora que la libertad es más real que nunca, Rouco Varela afirma que la sociedad está enferma. Dígame una cosa ¿Por qué está enferma la sociedad? ¿Tal vez porque no todos entienden que deben vivir como usted piensa? ¿Por qué tiene la osadía de descalificarme a mí, de insultarme, llamándome enfermo (en el sentido moral)? No juzgarás y no serás juzgado. Céntrese en ver la viga en el ojo propio. ¿Dónde está la enfermedad? ¿Acaso no pueden dos personas rehacer sus vidas tras el fracaso de un matrimonio o tienen que permanecer unidos obligatoriamente a una experiencia de convivencia que ha resultado ser un fracaso? ¿Por qué hacen renunciar a sus creyentes a su libertad obligándoles a contraer matrimonio para toda la vida? ¿Por qué se oponen radicalmente al ejercicio de la libertad religiosa no dejando a los creyentes apostatar?


Es esta Iglesia católica la que tiene una visión enfermiza de la sociedad, no la sociedad la que está enferma. Donde ven libertad quieren ver vicio, depravación, horror, destrucción y apocalipsis. El normal discurrir de las cosas, esto es, que cada ser humano tenga sus propias percepciones, sus creencias, su forma de pensar, lo consideran peligroso. Precisamente porque esta sociedad nuestra es el mejor ejemplo de convivencia que se puede recordar, ellos no están cómodos. Esa forma de convivencia va contra la imposición totalizadora de su fanatismo. Prefieren un matrimonio roto, pero unido, una familia destrozada que permanece junta guardando las apariencias y lavando la suciedad en casa a dos familias monoparentales. Son visiones antagónicas. Yo creo que la búsqueda de la felicidad es un derecho inalienable del ser humano (ver Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América). Desde su perspectiva, lo importante es la subordinación a un Dios cuyos dictados tienen el monopolio de interpretar, no la rectitud moral. Al final se trata de lo de siempre: poder, imposición, intransigencia.


Por eso me duele especialmente, porque, en mi condición de creyente, yo intento llevar mi vida conforme a mi fe con respeto a los demás, sin ánimo ni pretensión de imponer. Porque mi visión es abierta, crítica, racional. Porque más allá de la religión y su moral, está la filosofía y la ética. Porque creo que siempre hay que dejar sitio para el pensamiento libre. Porque la religión es un asunto íntimo y personal, porque el fanatismo religioso (incluso el proselitismo) pervierte la espiritualidad de todo ser humano. Querer utilizar la religión como un instrumento de poder constituye la prostitución de la fe, su traición. De modo que sólo pido respeto de los que se supone que son mis líderes religiosos y respeto, como ciudadano, a vivir mi fe en privado y a respetar. Confundir la espiritualidad de un pueblo con su nivel de exhibicionismo religioso es un error gravísimo.

lunes, 24 de noviembre de 2008

El existencialismo es un humanismo

Una conversación reciente me trae de regreso a este texto que deseo compartir con los lectores de este blog. Para quienes no lo conozcan, se trata de la transcripción de una conferencia impartida por el filósofo Jean-Paul Sartre en 1945. En ella expone al público general su visión del existencialismo, corriente en la que se enmarca el pensamiento del intelectual francés. A pesar de que la conferencia fue impartida en otra época, y haya referencias a movimientos ideológicos extintos en el mundo occidental como el marxismo, creo que la reflexión que hace del existencialismo en contraposición a los valores religiosos es totalmente váilda en la actualidad. Les dejo el link con la conferencia traducida al castellano.

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martes, 18 de noviembre de 2008

Articulazo de The Economist


Os dejo el enlace a un artículo de The Economist (traducido al castellano) que refleja perfectamente cual es el problema territorial de España y que refuerza mi postura favorable a un Estado federal como el alemán. Yo tengo un artículo escrito sobre eso que no salió en el Buho del año pasado y que quizás cuelgue un día de estos. De momento disfrutad de este artículo. Además siempre es gracioso leer lo que escriben los extranjeros sobre España.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Los orígenes de la crisis con un poco de humor


Hoy, que hemos sabido que Japón se ha unido a la recesión que invade la zona euro, no está de más tomarse la crisis con algo de humor viendo este vídeo.


sábado, 15 de noviembre de 2008

Cómo cerrar Guantánamo


Recientemente hemos sabido que el equipo del presidente electo de EEUU, Barack Obama, está concretando el cierre del centro de detención Camp Delta en la base norteamericana de Guantánamo en Cuba. Esto es de por sí una buena noticia, un motivo de alegría. Felicito a Obama por todo lo que esto supone: la corrección de uno de los peores errores de EEUU. Aunque la pregunta que se plantea es qué va a pasar con los presos.


Lo cierto es que no sabemos realmente cómo se va a llevar a cabo todo el proceso, pero parece que va a estar rodeado de excepcionalidad. La propuesta demócrata que hemos conocido contempla el traslado a otros países de unos 60 detenidos susceptibles de ser puestos en libertad, la celebración de juicios ante tribunales ordinarios y, en los casos más sensibles para la seguridad nacional, la celebración de juicios ante tribunales especiales. Esto es lo que no se puede asumir. EEUU ha sido tremendamente imprudente al secuestrar a estas personas a lo largo y ancho del mundo y al haberlas mantenido detenidas ilegalmente. Ha sido EEUU quien ha vulnerado los principios más elementales del derecho en las democracias occidentales. Son ellos quienes deben, más tarde o más temprano, asumir las consecuencias de lo que han hecho, poner en libertad a aquéllos contra los que no puedan formular acusación alguna, llevar a los demás detenidos ante el juez competente (si es que lo hay en EEUU) y asumir que puedan ser puestos en libertad por falta de pruebas o incluso absueltos tras juicios ordinarios.


Lo que no es asumible es que se cambie una situación de irregularidad por otra de excepción que permita convertir en legal lo que ha supuesto una vulneración de los derechos humanos más elementales. De modo que le reclamo desde aquí al Sr. Obama que sea consecuente con sus convicciones democráticas: nada de tribunales de excepción. El respeto por los derechos humanos exige una respuesta intachable por parte de los Estados, situaciones como las de Guantánamo socaban desde dentro las democracias incluso con más fiereza que el propio mal que se persigue combatir. Por ello, no caben excepciones a la hora de reparar un error semejante.


Por supuesto, otra cuestión a dilucidar es quiénes son los responsables de esos secuestros, y de la instalación y mantenimiento de ese campo (autores intelectuales incluidos). Todos deberían ser juzgados y el Estado debería indemnizar a los detenidos por todos los daños causados. Claro que pedir justicia parece demasiado... De momento conformémonos con el cierre de Guantánamo, con el cese de los secuestros y con que todos sean juzgados en tribunales ordinarios.

Noticia de elmundo.es

Noticia en The Huffington Post

lunes, 10 de noviembre de 2008

¿Quién no entiende la crisis?


Una de las personas que más ha contribuido a que comprenda bien las causas de la crisis actual es mi profesor de Derecho Mercantil II, D. Juan Fernández-Armesto, presidente de la CNMV entre los años 1996 y 2000, reputado árbitro internacional, ex-socio del Bufete Uría & Menéndez y un largo etcétera que lo convierten en una de las grandes figuras de ICADE.


Por todo ello, quiero compartir con vosotros una entrevista que le hicieron para el diario La Nueva España y que apareció publicada el 17 de agosto del presente año. En ella esboza a grandes rasgos las causas de la crisis y su vertiente española principalmente. La explicación simplificada que os dejo de la crisis es un compendio general, que incluye parcialmente el contenido de la entrevista, aunque es aconsejable leerla. Los eslabones de la cadena que nos han llevado a esta situación actual se pueden concretar en lo siguiente:


En EEUU, los bancos concedieron préstamos poco seguros, pero con una alta rentabilidad (al tener mucho riesgo se cobran a un alto tipo de interés). Estos préstamos y hipotecas basura han permitido acceder a diversos bienes a muchas personas de bajas rentas y con pocas garantías.

Dichos préstamos son activos para los bancos, que esperan cobrarlos algún día. Estos activos fueron empaquetados y difundidos mediante sofisticados productos financieros, en muchas ocasiones a través de sociedades vinculadas en paraísos fiscales. A esto se añade que la remuneración de los directivos iba ligada a los resultados a muy corto plazo. Así se fomentaba la inversión en este tipo de activos.

Las agencias de rating, encargadas de calificar la calidad de dichos activos (las hipotecas basura en última instancia) les dieron la máxima calificación. Así convirtieron malos activos (con altos riesgos de impago) en activos de buena calidad, lo que no dejaba de ser una ficción. Esto se basaba en análisis históricos, pero hasta entonces todo había ido bien.

Como consecuencia de estas inversiones en malos activos calificados como buenos, los balances de los bancos dejaron de ser fiables. Esto suponía desconocer realmente la solvencia de las entidades de crédito, es decir, su capacidad para hacer frente a sus deudas, también con los otros bancos. Llega un momento en que la situación es insostenible, los riesgos de impago empiezaron a aflorar y la desconfianza entre los propios bancos fue en aumento. Esto provocaba que dejasen de prestarse dinero entre sí. La consecuencia es que su precio sube, hay menos liquidez (menos dinero) y la concesión de préstamos se contrae brutalmente. Sin dinero en el mercado financiero, la economía real no puede financiarse, esto es, obtener recursos monetarios para seguir con su actividad. Esto conlleva un descenso de la actividad económica y desempleo. El consumo también se contrae porque baja la confianza y porque ahora nadie concede créditos para la compra de bienes (por ejemplo, la venta de coches se contrae significativamente). Esto también es causa y consecuencia de que baje la actividad económica. Al haber menos consumo, menos demanda, la producción tiene que disminuir. Esto provoca paro, que a su vez hace bajar el consumo y así sucesivamente.


La situación española es pecualiar porque a los coletazos que nos llegan de la crisis financiera internacional hay que añadir nuestra propia crisis típica del ladrillo como consecuencia de la burbuja inmobiliaria. Pero esto es otra historia. Se trata de una crisis tradicional relativamente fácil de superar. En cualquier caso, sí resalta Fernández-Armesto que la situación de la banca española es envidiable porque las restricciones del Banco de España limitaron considerablemente la inversión en esos activos tóxicos y por las restricciones contables que impuso. Nuestro país es un buen ejemplo de como una buena supervisión es positiva para evitar estas tan temidas crisis de confianza.

Ir a entrevista

Ir a página web de Juan Fernández-Armesto


jueves, 6 de noviembre de 2008

La gravedad de las declaraciones de la reina

En los últimos días, ha saltado la polémica por la biografía de Pilar Urbano, la Reina muy de cerca (yo diría demasiado cerca). Como todos sabemos, la reina comentó temas de actualidad con la autora del libro, que ha reflejado las opiniones regias. Sin embargo, lo más llamativo no es que la reina se haya convertido en una tertuliana más, a pesar de que estuvieramos acostumbrados a otra cosa, sino las reacciones que ha suscitado. En general, la defensa de doña Sofía ha sido una constante. Es más, hay quien se ha convertido en el adalid de la denostadísima libertad de expresión de SM. En fin, no me voy a molestar en explicar que la Reina no es una ciudadana cualquiera y que si quisiera serlo más valdría cambiar la forma de gobierno. La cuestión es que prácticamente todos los medios y todos los partidos, salvo los más radicales, han criticado la toma de partido de la reina. Ello con una honrosa excepción en el Partido Popular: Esteban González Pons (hay que amonestar públicamente a UPyD por su inacción). Nunca había reparado en él. Pensaba que no aportaba nada, pero ha demostrado tener claras ciertas cosas. Ha dicho que la reina debe ser como la bandera: que va a los actos oficiales, pero no hace declaraciones, es neutral (dicho mal y pronto). Ha sido la única declaración sensata que he oido. Y es que a pesar de lo abrupto del argumento de Pons, éste no deja de tener un fondo de verdad. Eso sí, ha dejado en evidencia al Partido Socialista más monárquico acérrimo que he visto en años. Han salido en jauría a por el pobre Esteban.


La cuestión es que la monarquía constitucional ha de basarse en la neutralidad de la familia real porque, de otro modo, se hace requisito democrático indispensable la República de tal modo que los ciudadanos puedan finalmente valorar la labor efectuada por la Jefatura del Estado. Así, si doña Sofía fuese la mujer del Presidente de la República Española yo no volvería a votar a D. Juan Carlos en la reelección (o al candidato de su partido) porque estoy rotundamente en desacuerdo con las declaraciones de su esposa (sobre educación, sobre el matrimonio, etc). Pero como no puedo elegir democráticamente quien ostenta la Jefatura del Estado, más vale que guarden la neutralidad que nos deben para que sí puedan ser reyes de todos los españoles y no sólo de algunos. La cuestión no es tanto del fondo de las palabras de la Reina sino de las propias palabras en sí, en tanto que quebrantan los deberes de la Corona.


Por desgracia, parece que este tipo de cosas no inquietan a nadie. Sin embargo, la gravedad del asunto es más seria de lo que podemos imaginar. Para muchos españoles, doña Sofía ha dejado de ser imparcial para pasar a embarrarse en el lodazal reservado a los políticos. Su imagen para los demócratas es ahora reprochable. Nos queda el consuelo de que el Rey, mucho más listo que todo eso, aún no ha cometido la imprudencia de departir sobre cuestiones del debate político con los periodistas (a menos que sepamos). De otro modo, habrá que proclamar la República. No sería la primera vez que un borbón nos defrauda... Aunque tengo que aclarar que mi confianza en D. Juan Carlos es mucho mayor. Por cierto, Pilar Urbano se va a hacer de oro. Aquí os dejo el enlace por si queréis comprar su libro.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

El leviatán, Obama y los socialistas europeos


En los últimos días he podido observar con asombro como la izquierda europea babeaba contemplando el magnánimo rostro del ya electo presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. Pues bien, todo esto es una gran mentira. Si alguien, por un tremendo error de apreciación, ha podido siquiera imaginar alguna vez en su vida que los demócratas son como los socialdemócratas europeos, le diré que es como tomar por aquivalentes las yardas y los metros.


En este día de tantas alegrías por la victoria demócrata, yo me incluyo, se hace necesario a este lado del atlántico aclarar ciertas cosas. El modelo europeo de Estado del Bienestar se apoya sobre la base de un Estado omnipresente en la sociedad; un régimen tributario confiscatorio; la dependencia de los ciudadanos, y la práctica inexistencia de la propiedad tal y como la conocíamos.


El Estado omnipresente en la sociedad es un elemento clave del sistema, común a toda Europa. Se caracteriza porque el Estado es un agente principal del mercado y porque el Estado vive por los propios ciudadanos. Que sea el principal agente no es nada nuevo. Todos los días estamos rodeados de prestación de servicios públicos, la inmensa mayoría de gestión directa por parte del sector público: autobuses urbanos, interurbanos, metro, cercanías, trenes de larga distancia, infraestructuras, colegios, universidades, sanidad, correos, recogida de basuras, suministro de agua, seguridad... Durante todo el día hacemos uso directo de infinidad de servicios públicos o de servicios dados en régimen de concesión administrativa. Cuando nos duchamos, nos lavamos los dientes, cuando oimos la radio o vemos la televisión, cuando cogemos el transporte público... Por vía directa o indirecta, el Estado está muy presente en nuestras vidas e influye de forma determinante en la actividad económica mediante todas las regulaciones sectoriales, la intervención directa de empresas y la propia actividad administrativa (la potestad sancionadora de la administración es escalofriante). En segundo lugar, el Estado europeo nos dice cómo tenemos que vivir, nos trata como a niños malos, desobedientes o, simplemente, mal educados o desinformados. Para más inri, las campañas del 'Gobierno de España'. Es un modelo paternalista, receloso de la libertad, intervencionista, opresor... Y un lastre para la actividad económica. Los tiempos para crear una empresa en España multiplican con creces los de Estados Unidos. Vivimos en una burocracia, en el gobierno de los funcionarios. Funcionarios ineficientes que nos hacen perder mañanas enteras en papeleos ridículos ¿Por qué? Porque llegará el día en que tengamos que pedir una licencia administrativa para tirarnos un peo y habrá que pagar un canon por contaminar con nuestros gases intestinales. Y habrá inspectores que supervisarán el sector del gas metano intestinal en España, pero serán inspectores autonómicos... Y habrá diecisiete cuerpos de inspección y diecisiete directores generales con sus diecisiete sueldos diez-mileuristas y sus diecisiete tarjetas de crédito y sus diecisiete coches oficiales de lujo ¿Os suena? No me estoy inventando nada.


El régimen tributario es confiscatorio. Sólo me remito al límite que opera sobre los impuestos de la renta y del patrimonio que, conjuntamente, no pueden gravar más del 50% de la renta del contribuyente. ¡El 50%! El Estado puede llevarse hasta LA MITAD de sus 'ganancias'. Gracias a la providencia, no todos los contribuyentes tendrán que pagar tanto, pero los límites generales como estos nos dan una idea bastante acertada de por dónde debemos situarnos. El modelo es caro y hay que pagarlo.


La dependencia de los ciudadanos del sector público se hace patente de forma constante: subvenciones, becas, concesiones, contratos públicos, subsidios por desempleo, la jubilación. No digo que no haya determinados elementos positivos, pero es evidente que tanta trasferencia de renta a las familias por parte del sector público genera una dependencia brutal del ciudadano frente al Estado de tal forma que llegan a tejerse verdaderas redes de clientelismo: sublimación de la corrupción moral y económica del sistema.


El cuarto pilar de este Estado absorvente es la redefinición de la propiedad. El concepto de propiedad decimonónico se halla en nuestro Código Civil (1889). La propiedad es entendida como un derecho real que otorga a su titular el dominio pleno de la cosa. La propia Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) tiene la propiedad entre uno de los cuatro derechos naturales e imprescriptibles que las asociaciones políticas han de proteger. La propiedad gozará de ese reconocimiento en nuestra Constitución de 1812 y será un elemento constante en el constitucionalismo español del siglo XIX. Sin embargo, actualmente la regulación del Código Civil es prácticamente inaplicable. Su efectividad se ve ampliamente limitada por una descomunal normativa administrativa totalizadora de la realidad económica: el dominio público, los bienes de interés público y utilidad social (susceptibles de expropiación), etc. Tener un solar no sirve para nada con el Código Civil en la mano. Si quieres construir, más vale que la normativa de urbanismo, el Plan General de Ordenación Urbana y el Ayuntamiento de turno tengan a bien alinearse como los astros para que el constructor pueda ejercer su actividad. Eso sin contar con la ingente normativa laboral y de la seguridad social, la normativa de consumo, la normativa bancaria... En fin, ha llegado el punto en el que ser abogado no es garantía para resolver todas esas cuestiones. Ahora hay que ser abogado especializado. La definición más acertada de propiedad sería: derecho de dominio sobre la cosa que la administración, en su infinita sabiduría, concede graciosamente a su titular.


Sin embargo, lo más llamativo es que este Estado del Bienestar, tan poderoso como asfixiante, sólo nos ha conducido a depender del sector público, a perder buena parte de nuestra libertad y a disfrutar de unos servicios públicos ineficientes, insuficientes y malos. La verdadera realidad de nuestro modelo es que es tremendamente caro y que sirve para mantener una clase política burocratizada, sin carisma ni liderazgo y prolífica hasta límites insospechados. Efectivamente, la capacidad de nuestro modelo para crear políticos y funcionarios inútiles es fascinante.


Quiero pensar que en EEUU es el sector privado el que marca los tiempos, que el sistema no está burocratizado, que la sociedad civil existe y que la propiedad aún tiene su sentido. Confío en que ese modelo no esté agotado, en que la crisis sólo genere mejor regulación del sector financiero y que las intervenciones actuales sean meramente coyunturales (algo típicamente anglosajón). Obama quiere mejorar ese modelo, suplir algunas carencias, pero en ningún caso quiere crear un monstruo estatal omnipresente y todopoderoso a la europea. Por eso creo que Obama es mucho más liberal que los liberales europeos (como yo) y que las simpatías que despierta entre conservadores y socialistas europeos no es más que un espejismo. Confío en Obama para salir de la crisis. Yes we can.



martes, 4 de noviembre de 2008

La catedral de Liverpool

No hay mucho que ver en Liverpool. A muchos les chocará que afirme esto de la ciudad que comparte con la insípida localidad noruega de Stavanger el nombramiento de Capital Europea de la Cultura durante el presente 2008 y, a buen seguro, más de un eurodiputado esnob, de esos que creen que colocar este tipo de etiquetas sirve para algo, me condenaría sin piedad al garrote vil si leyese esto. Sibiu (Rumanía) fue la elegida en 2007. ¿No la conocen? ¿Ni siquiera le ponen cara al escritor Andrei Codrescu, su ciudadano más ilustre? No se preocupen, yo tampoco. Ni creo que nadie que viva a más de cien quilómetros a la redonda de allí lo hiciese.

Si eres fan de los Beatles, sin embargo, tienes alguna que otra cosa que hacer. Comprar un souvenir en The Cavern, posar con la estatua a tamaño natural de John Lennon que flanquea la puerta del inmortal pub, pasear por Penny Lane o tumbarte en el césped del Strawberry Field.

Fuera de eso, alguna guía te recomendará visitar la catedral anglicana (la quinta más alta del mundo) e, incluso, el Liverpool John Lennon Airport. El hecho de que un aeropuerto esté incluido entre los monumentos más destacados de una ciudad creo que habla por sí solo.

La verdadera catedral, sin embargo, se encuentra junto a Stanley Park, justo antes de cruzarse con la Utting Avenue. Esa catedral, consagrada a los paganos (o a los fieles de esa religión del siglo XXI llamada fútbol), se llama Anfield Road y, desde 1982, acoge una particular misa dominical: los partidos del añejo Liverpool Football Club.

Anfield fue originalmente propiedad de John Orrell, un cervecero local que decidió, a comienzos de 1884, dar algún tipo de salida cabal a su inmueble alquilándoselo por una mísera cuota al Everton, por aquel entonces único equipo notable de la ciudad del Mersey y, a la postre, encarnizado rival del actual club poseedor del campo. Siete años después, John Houlding, compañero en el gremio de Orrell, concejal de la ciudad y gran aficionado al fútbol, decidió hacerle una oferta de compra a su colega, tan hastiado con su propiedad como con el rudo y aburrido deporte que en ella se practicaba.

Una vez completada la compra, el flamante nuevo casero decidió triplicar el alquiler demandado al Everton, por lo que el club toffee (llamado así por la notable afluencia de vendedores de caramelos en los alrededores del estadio) decidió poner pies en polvorosa rumbo a un nuevo y mayor campo: el frío Goodison Park.

Houlding, que no había querido abandonar el estadio, entre otras cosas, porque era el propietario de un pub muy cercano al mismo y no quería perder el dinero que los aficionados gastaban allí antes y después de los partidos, decidió tirar por la calle de en medio. En 1892, junto a tres jugadores escindidos del Everton y una veintena de socios, fundó el Liverpool (al principio llamado, curiosamente, Everton Athletic), que comenzó a jugar en aquel viejo y vacío estadio, que debido a su proximidad con una calle homónima, comenzaría a llamarse Anfield Road. El modesto conjunto jugaba con la equipación azul heredada del anterior club, y completó su plantilla con ocho futbolistas escoceses, fichados por el propio Houlding tras una gira relámpago por el país vecino. Un año después, aquel equipo (conocido como el ‘Macteam’, por la abundancia de escoceses) ganó sin perder un solo partido la liga de Segunda y ascendió a la máxima categoría, comenzando entonces a producirse un choque que ha vivido más de doscientas ediciones, marcadas por una tremenda igualdad.

Más de un siglo después, contando con un número casi idéntico de españoles que de aquellos primigenios escoceses, el ahora denominado “Spanish Liverpool” recibe hoy a un Atlético de Madrid que, más de cuatro mil días después, vuelve, tras tres simulacros en otras tantas jornadas, a vivir y a sentir el verdadero y genuino ambiente de la Liga de Campeones, la competición con más solera del planeta. Veintidós protagonistas que, al filo de las nueve de la noche, respirarán hondo, mirarán al frente, apretarán los puños y recorrerán en fila india los pocos metros que separan del césped al angosto túnel de vestuarios de Anfield, ese que en todo momento, a poco que levanten la vista, les avisará de dónde están, de la historia muda que se acumula bajo las baldosas que están pisando. Y comprenderán que, como dijo Bill Shankly, ex entrenador y mito del Liverpool, “el fútbol no es cosa de vida o muerte; es algo mucho más serio que todo eso”.


lunes, 3 de noviembre de 2008

¿El fin de la cordura? No del todo.

Pues no, no del todo. En parte, gracias a personas como Fernando Savater, un icono de la Democracia en España y un ejemplo a seguir en lo que a la cordura se refiere. Nos deja una nueva perla de sabiduría publicada ayer en "el País". Os cuelgo el artículo porque expresa, infinitamente mejor y con más conocimiento de causa de lo que yo podría hacer, algo que llevo tiempo pensando. Que hay ciertas cosas que conviene que no se olviden, siempre y cuando sea por los motivos adecuados, no por usarlas como arma arrojadiza o como medio para exaltar a unos frente a otros.


Me quedo con la frase final del artículo para que vayáis abriendo boca: "Y así me gustaría ver irse también al olvido a los hunos y los otros, como diría don Miguel, a quienes no olvidan porque su memoria viene de la ideología y no de la experiencia. Son el peor cáncer de la España actual, la de la crisis, el paro y la hostilidad centrífuga."