martes, 29 de marzo de 2011

Gonzalo Fanjul: ¿Por qué Libia sí y Birmania no?

Fuente: Global Centre for the Responsibility to Protect

Gonzalo Fanjul nos trae en su blog de El País una interesante reflexión sobre la ausencia de intervención internacional en una serie de conflictos olvidados en los que la población civil tiene que enfrentarse a atrocidades como las de Libia. ¿Por qué Libia sí y Birmania no? Es una buena pregunta.

22 marzo 2011

sábado, 26 de marzo de 2011

Un poco de humor

Simplemente esperpéntico:

Democracia según y como


Los sucesos en el norte de África han puesto en evidencia décadas de política exterior occidental de componendas con regímenes de todo tipo. Ni a la progresía oficial ni a los abanderados de la “libertad conservadora” se les pasaba por la cabeza criticar a ninguno de los regímenes que han ido cayendo y que, ahora, son juzgados y condenados por la historia: grandes paradojas. La historia la escriben los vencedores y los pueblos tienen poca memoria: vamos, que se junta el hambre con las ganas de comer y no sólo no hemos aprendido nada del norte de África sino que muchos han tardado cuatro milésimas de segundo en seguir llevándose bien con Arabia Saudi y otros fulanos de la región.



David Cameron se atrevió a cuestionar el falso dilema de que en política internacional los países democráticos deben elegir entre sus valores y sus intereses. Y fue más lejos afirmando que sólo la apuesta por los valores democráticos es la garantía de la estabilidad que otro tipo de cálculos han pretendido garantizar a costa de regímenes dictatoriales. En buena medida tenía razón, pero ni sus declaraciones ni los recientes sucesos han cambiado ni van a cambiar la política exterior de los países occidentales frente a muchos regímenes dictatoriales que aún perviven. Y es aquí donde queda en evidencia otro factor más del que hablaba Cameron. La idea de la excepción árabe es errónea y ofensiva. Esa idea occidental de que las naciones árabes no estaban socialmente preparadas para la democracia lindan con el racismo y mucho me temo que lo seguirán haciendo porque aún muchos en occidente, lejos de reconocer el impulso laico y secularizador que ha puesto en marcha estas revueltas, sigue adoptando un discurso del miedo a la deriva integrista que suena más a ignoracia, desconfianza y prejuicios occidentales que a una apuesta decidida por el cambio.

Es cierto que las reformas se llevan su tiempo y que muchas sociedades de tradición islámica tienen aún mucho camino por delante hasta respetar el grado de libertades individuales que tenemos en occidente, pero no creo que apoyar a dictadores como Gadafi sea una solución en ese sentido. La idea de que occidente es distinto sólo porque ahora hemos alcanzado un cierto nivel de desarrollo es una falacia que esconde nuestra historia reciente. No hace tanto que las sociedades europeas eran pobres, estaban religiosamente fanatizadas y violaban con frecuencia los derechos humanos... Así que más que hechos diferenciales debemos buscar hechos coincidentes y apoyar las bases de progreso en esas sociedades. Por suerte, estos pueblos tienen algo que los occidentales no tuvieron: internet. Con un acceso libre a la red, el cambio es incontenible.


The Telegraph. 22nd February 2011

martes, 22 de marzo de 2011

Twitter

Twitter cumplía ayer cinco años y además de los elogíos y las estadísticas vertidas sobre esta red social en los medios de comunicación me gustaría hacer un poco de crítica introspectiva en la red. Para los que no la conozcan, es una red social que permite publicar pequeños mensajes (140 caracteres) que leerán aquellos que te sigan. Así, hay cuentas que tienen más o menos difusión al tiempo que tienen todo tipo de pretensiones: desde publicar noticias de un medio tradicional hasta anunciar ofertas de empleo, enlazar otros contenidos web o verter opiniones o acontecimientos personales (alguna ha llegado a tuitear su parto). Como veis, twitter es de esos fenómenos que crean lenguaje (como google en inglés, que ya ha alcanzado la categoría de verbo).

Sin embargo, la faceta de Twitter de la que quiero hablar es la relativa a los tweets de opinión. En materia de política, Twitter es un hervidero, la máxima expresión de los tiempos que corren: una plataforma en la que verter una opinión rápida, generalmente contundente, polémica, demagógica y, por supuesto, poco o nada fundada y en absoluto explicada. ¿Quién tiene tiempo que perder en leer sesudas argumentaciones o artículos contrastados y rigurosos que atiendan a matices y desgranen un tema con cierto análisis de fondo? Sólo unos pocos: aquellos que luego tuitean la consigna, que es lo que todo el mundo lee. Al final, el usuario de Twitter es un surfero que termina arroyado por una marea de consignas prefabricadas, de lugares comunes y tópicos de barra de bar. Pero, ¿qué más da? ¿Acaso no es de eso de lo que se trata, llevar la práctica del consumismo al uso de la información y, también, a la difusión de la opinión?

Soy consciente de que esta entrada es en buena medida la pataleta de alguien que no puede escribir artículos de menos de un par de páginas que luego nadie lee, pero, ya puestos a hacer de abogados del diablo, Twitter aún aporta algunos elementos a valorar: deja bastante en evidencia quiénes son los amos intelectuales de cualquiera. Con sólo entrar en su cuenta de twitter, la secta a la que pertenece reluce como el sello que marca a las reses. Hoy, los estados de opinión, porque tampoco se puede hablar de criterios, se rigen a modo de anuncio de Kas: ¿y tú de quién eres?

Recuerda: cuando me haga una cuenta de Twitter, mándame un enlace con esta entrada.

viernes, 18 de marzo de 2011

Intervención en Libia


Lo que viene pasando en Libia las últimas semanas ha puesto en evidencia, una vez más, la insuficiencia de los mecanismos de que dispone la Comunidad Internacional para intervenir en casos de crímenes de guerra y de lesa humanidad. Hasta hace un par de días, pensaba que no habíamos aprendido nada del pasado. Una vez aprobada la resolución de Naciones Unidas, que llega tarde, parece que algo hemos aprendido, pero la maquinaria se pone en marcha tan lentamente que puede que para cuando llegue la intervención, la revolución libia sea un recuerdo.

En este sentido, la intervención plantea también algunos interrogantes. La primera objeción que tendríamos sería que intervenir chocaría directamente con el principio de libre determinación de los pueblos entendido de una forma muy amplia. Yo nunca he creído en una interpretación así de ese principio que vendría a rezar grotescamente que los pueblos tienen derecho a ser masacrados por sus propios tiranos. Desde mi punto de vista, ningún derecho de autodeterminación justifica la no intervención en casos como el Libio, de crímenes de guerra y de lesa humanidad. Esto, por contra, no parece tenerlo claro todo el mundo, a pesar del éxito de intervenciones como la de los balcanes, que también llegó tarde.

También existe el reparo de caer en un nuevo Iraq o Afganistán. Son riesgos que están ahí porque, evidentemente, si se ayuda a ganar al bando sublevado, también hay que ayudarles a mantener la paz y es aquí donde viene el tercer reparo: las acusaciones de arrogante imperialismo occidental y demás verborrea pseudo-marxista. Todo esto nos plantea, en cualquier caso, un debate necesario sobre el cómo se debe intervenir (suponiendo que tengamos claro que hay que hacerlo). Y es en esta parte del debate cuando yo me muestro más prudente. La eficacia de la intervención dependerá también en gran medida de que los libios no tengan la sensación de que pierden el control de su país en manos extranjeras. El papel de los intervinientes, sean árabes o no, debe ser, por tanto, subsidiario, de apoyo a las fuerzas rebeldes y a la revolución... Lo que plantea otro problema: ¿están dispuestas las potencias intervinientes a adoptar ese papel o su móvil es controlar y dirigir la revolución para que sea del gusto occidental? De momento, España baila al son del vecino del norte, lo que no sabemos es qué pretende Francia realmente.

martes, 15 de marzo de 2011

El Estado del Bienestar británico, los recortes y la Big Society

El Reino Unido cuenta con un poderoso Estado del Bienestar. El país que vio nacer la revolución industrial y, con ella, el capitalismo comenzó a ver la intervención pública a finales del XIX y durante el XX, después de la IIª Guerra Mundial, edificó los principales pilares que constituyen actualmente la educación o la sanidad públicas. Pero este “welfare State” va mucho más lejos, no se limita a los servicios prestados por los ayuntamientos o el gobierno como el NHS, sino que se extiende en una amplia red de subvenciones o “benefits” que han creado lo que se ha dado en llamar la “benefits culture” o cultura de las subvenciones: gente que, pudiendo trabajar, vive a costa del Estado sin dar un palo al agua o haciendo alguna chapuza que otra.

Según lo que oí en el “Breakfast Show” de BBC London la semana pasada, una persona que reciba ayudas para buscar trabajo, ayudas de los ayuntamientos y ayudas para vivienda puede costarle al Estado hasta 250 libras a la semana. Pero lo que es peor no es tanto que se ayude a quien realmente lo necesite con el fin de que consiga un buen trabajo y pueda vivir por sí mismo sino que mucha gente está sin trabajar y cobrando subvenciones por largos periodos de tiempo hasta el punto de convertirse en alguien completamente dependiente del Estado, ya que nadie con ese historial laboral es fácilmente contratable, mucho menos en la actual coyuntura. Así, según estimaciones del experto David Freud 1,9 millones de británicos que están cobrando subvenciones podrían trabajar.

En esta situación, ¿cómo está afectando la crisis al Estado del Bienestar británico? Desde que David Cameron llegó al poder, su gobierno de coalición no ha hecho más que recortar el presupuesto: desde las ayudas a las universidades hasta la sanidad pública pasando por las Fuerzas Aéreas o las bibliotecas. Todo en el Reino Unido está en revisión y eso afecta, claro está, al sistema de ayudas sociales o “benefits”. Aún no se conocen todos los detalles de los recortes, que siempre están en las noticias, pero sí podemos hacernos a una idea sobre qué es lo que, de verdad, quiere David Cameron que sea la Big Society: una forma de que aquellos subvencionados del gobierno británico que puedan colaboren a nivel local como voluntarios para suplir tareas tradicionalmente desempeñadas por los ayuntamientos.

El concepto de “Big Society” ha despertado muchos recelos y se ha considerado, la más de las veces, un mero pretexto para justificar los recortes: lo es. El Estado británico tenía que paliar el déficit y, entre las cosas insostenibles, lo eran muchos servicios hasta ahora llevados por ONG's subvencionadas (todo un sector muy lucrativo en el país). Movilizar a esa fuerza de trabajo a la que se le paga por no trabajar (casi dos millones de británicos) y ponerlos de vuelta al mercado laboral a través de puestos intermedios de voluntarios puede ser una forma práctica y muy británica de reinserción laboral, además de suponer un ligero acicate para la economía local. Ahora bien, lo que pone de manifiesto es hasta qué punto un perverso sistema de protección social puede generar mayores problemas de los que pretendía solucionar. Aún desconocemos si los que están en “benefits” tendrán que contribuir con la sociedad y de qué manera, pero todo apunta a que será así en el marco de la “Big Society”, lo que puede hacer realidad nuestros peores temores: el Estado ya es el agente más influyente en la vida de muchos británicos de una forma pasiva (a través del pago de subvenciones), ahora podrá llevar su paternalismo al plano de la proactividad. La “Big Society” puede acabar siendo un “Big Brother” orwelliano y el hecho de que Londres esté lleno de cámaras de seguridad no ayuda. ¿Habrá llegado ya 1984?

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Frank Field, última actualización a 3 marzo 2011, BBC

Steve Schifferes, 4 agosto 2005, BBC

Rachel Sylvester y Alice Thomson, 3 febrero 2008, The Telegraph

sábado, 12 de marzo de 2011

REDES: "Deporte para un cerebro más sano"


Los griegos ya decían aquello de Mens sana in corpore sano. Ahora, los últimos descubrimientos neurocientíficos están avalando que una dieta saludable y la práctica regular de deporte ayudan al cerebro. Concretamente, el deporte continuado tiene un impacto en una proteína, la BDNF, que es un neurotransmisor. De este modo, se ha probado que el deporte continuado mejora nuestra capacidad de aprendizaje y nuestra memoria, del mismo modo que se reduce el riesgo de sufrir enfermedades degenerativas y emocionales. Por otro lado, el ácido fólico contenido en las espinacas y el zumo de naranja así como los ácidos grasos Omega 3, abundantes en el salmón, son muy importantes para mantener la salud mental. Nuestro cerebro necesita de los DHA y éstos vienen en buena medida del mar, del pescado y, especialmente, del salmón.

martes, 8 de marzo de 2011

"Socialismo, un paraíso terrenal"

"Socialismo, un paraíso terrenal" o “Heaven on earth” es un documental del Canal Historia dividido en tres partes y que hace un recorrido por la historia del socialismo como corriente ideológica y su influencia en la política. Como es de esperar, el documental es de producción norteamericana, un país que apenas sí ha visto lo que es el socialismo. Un socialista de los de antaño diría, cuando menos, que este documental es un bodrio propagandístico del capitalismo para desunir a la clase obrera y debilitarla frente al capital. Pero la verdad es que es bastante imparcial y riguroso sin entrar en análisis intelectuales demasiado complejos.

El socialismo es en sí una aberración intelectual. Por no entrar en el problema de la concentración de poder y en que las dictaduras "temporales", aun del proletariado, no funcionan, no hay forma alguna de sostener que el principio “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades” funcione. La historia ha emitido su veredicto y no hace falta haber estudiado las distintas teorías sobre la motivación para darse cuenta de que ese principio es un antiestímulo económico, el enemigo de cualquier gerente de Recursos Humanos, la pesadilla de cualquier persona con inquietudes. Por lo que respecta al documental, comienza con el socialismo utópico de Owen y termina con el futuro del socialismo, pero eso es en la tercera entrega. En todo ese recorrido, se hace un repaso del marxismo, del comunismo, del socialismo africano, de la socialdemocracia europea, de la experiencia judía de los kibbutz. Todos y cada uno han tenido que replegar velas. Ni siquiera en el Reino Unido o en Alemania, donde todo parece estar predestinado a funcionar mejor, ha funcionado el socialismo.

No cabe duda de que la lucha obrera ha sido un acicate que ha llevado a importantes conquistas sociales que hoy en día se consideran derechos humanos y que liberales como yo apoyamos. Muy pocos se atreven a desafiar la universalización de la sanidad y la educación o los subsidios de desempleo. Y nadie, espero (aunque siempre hay algún listo en LD o el IJM), apoya el trabajo infantil, las jornadas laborales interminables o las condiciones de trabajo peligrosas para el obrero. Pero que sortear esas barbaridades y lograr mecanismos básicos de igualdad de oportunidades haya sido un logro no quiere decir que la propiedad deba ser colectiva o estatal, que los mercados tengan que desaparecer o que los incentivos a la productividad sean malos, por no hablar ya de la democracia ni de los derechos humanos, instituciones ambas por las que el socialismo no tiene afición.

Este documental nos recuerda lo peligrosas que pueden ser las “inocentes” utopías. Y es que hacer una presunción de como el ser humano es e intentar luego amoldarlo a esa presunción es algo que no funciona. Nada mejor que ser pragmático para afrontar los problemas políticos con eficacia, pero nunca perdiendo el norte de unos valores irrenunciables que nos garantizan, entre otras cosas, que nadie vulnerará nuestros derechos y que, en caso de que lo haga, lo pague. Ningún mundo ideal valdrá nunca la vida y menos la libertad de un solo ser humano. ¡Ojalá los socialistas también lo hubieran entendido así!

Entradas relacionadas:

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Os dejo con la primera entrega del documental:











sábado, 5 de marzo de 2011

"The real face of the European Union"


“The real face of the European Union” es un documental que nos presenta una cara de la Unión Europea a la que no estamos acostumbrados, especialmente en España, porque nadie nos habla de ella. Es esa Europa de los burócratas, donde no sé sabe muy bien dónde está el poder ni quién lo controla y que está, poco a poco, minando la soberanía nacional de los Estados miembros.

Probablemente el vídeo tenga razón cuando afirmaba que el 80 % de las leyes que se aprueban en Westminster vienen de la UE, es decir, es normativa nacional que viene a aplicar directivas comunitarias. La cifra es de hace varios años y, seguramente, el porcentaje en otros países como España sea similar. Mucha de la normativa interna de los Estados es de inspiración directa comunitaria (por no decir dictada directamente por Europa). Las Directivas se crearon como un instrumento que marcaba unos objetivos vinculantes para los Estados, que dispondrían, en cambio, de libertad a la hora de decidir los medios. En la práctica, muchas directivas dejan poco margen y, en definitiva, no es la única norma uniformadora. Ahí están los reglamentos (directamente vinculantes) y, por supuesto, las sentencias del TJCE. El documental afirma, como si hubieran descubierto la Luna, que todo eso es un “corpus iuris”, “body of law”, que está, además, por encima del derecho nacional. Por supuesto, esto viene siendo así ya desde hace bastantes años antes de que se rodara el documental que presenta, de forma un tanto amarilla, algunos casos de los “atropellos” comunitarios: ¡un señor que fue sancionado por no utilizar el sistema métrico decimal!

Pero, no acertando del todo en el enfoque, el documental tampoco va del todo desencaminado. Los Estados están dejando de ser soberanos, eso es cierto, en detrimento de lo que puede asimilarse a un súperestado confederal. La cuestión no es tanto esa transmisión de poder, que sí es muy importante para un nacionalista británico, pero que a mí me resulta más indiferente, sino cómo se va a ejercer ese poder que se transmite. El problema de que la UE esté ganando tanto poder no es tanto que ese poder lo tenga la UE sino que eso esté sirviendo para que los mecanismos clásicos de control del poder de la democracia occidental se estén viendo mermados. Ni hay opinión pública europea ni hay un Parlamento como tal ni existe un ejecutivo comunitario ni hay sesiones de control de ese ejecutivo ni un seguimiento de la actualidad política por parte de esa inexistente opinión pública ni de esos inexistentes medios de comunicación. Lo que quiero decir es que en Europa, el poder de los ciudadanos está fragmentado mientras que el de los políticos está unido y eso es muy peligroso. Tanto que están consiguiendo que los parlamentos nacionales se conviertan en fotocopiadoras de la legislación que ellos aprueban en Europa sin que apenas nos enteremos. Y eso es lo que no puede ser. Los principios democráticos exigen o que ese poder sea devuelto a los Estados o que la UE se reforme y se convierta en un Estado convencional con los mismos controles. Es decir, o votamos al Presidente de la Unión y dotamos al Parlamento con un verdadero poder o paramos la construcción Europea.

La pregunta es ¿es posible llegar a eso sin pasar previamente por una mayor integración Confederal? Y ¿realmente es posible una Europa Federal? Y es aquí donde el europeísmo choca contra la realidad de unos ciudadanos desconectados entre sí, sin voluntad y sin iniciativa para alcanzar esa Unión y, lo que es peor de todo, sin la cualidad de formar una sólida opinión pública europea. En Europa no necesitamos más integración política, al menos no ahora. Necesitamos más integración social. Necesitamos compartir medios de comunicación, compartir un idioma y un sistema educativo. La integración política vendrá después como el siguiente paso lógico. Me temo que los políticos querrán hacerlo al revés y eso difícilmente funcionará. El ciudadano europeo puede encontrarse, después de todo, libre de las amenazas de una Alemania expansiva, pero no encontrará la paz bajo unas instituciones que dictarán su vida, a las que no sólo no podrá controlar si no que apenas podrá comprender.

miércoles, 2 de marzo de 2011

'THE IMPORTANCE OF BEING ERNEST'

Oscar Wilde
Penguin. Classics.
432 páginas [1].

Probablemente haya pocos dramaturgos tan destacados a nivel internacional como Oscar Wilde y es que es todo un clásico del teatro cómico en el que se conjuga a la perfección el estilo satírico e irreverente del autor junto con interesantes tramas que atrapan al lector o, mejor aún, al espectador desde el primer momento.

Tuve el placer de ver esta obra en castellano en el teatro Alameda de Málaga hace poco más de un año y hace unos meses no pude resistirme a leerla en su lengua original. Sería un tanto superficial decir que lo más destacable de Wilde es que buena parte de sus obras son una cita en sí, pero es que Wilde nunca deja de tener esa superficialidad aparente que lo hace tan seductor para el espectador que sabe leer más allá. La historia, que a estas alturas puede no parecernos demasiado original, goza empero de una frescura envidiable. Más allá de las críticas evidentes a la aristocracia inglesa, al matrimonio como institución y a la propia actitud de esa misma aristocracia frente al matrimonio, subyace una cuestión de más honda importancia, a saber, la temática del descubrimiento de la propia identidad, el valor de la honestidad en las relaciones sociales, la importancia o no de mostrar con sinceridad nuestro propio ser, si es que apenas lo conocemos y, ante todo, la necesidad de que triunfe finalmente el amor y la verdad, muy a pesar de las frívolas citas que pueden extraerse de la obra a este respecto. Wilde muestra, una vez más, un excelente sentido del humor, un ingenio digno de encomio y, por último, la necesidad de transmitir un mensaje clave de moralidad para una aristocracia inglesa que, lejos de moverse en el crítico dandismo del autor, decae frívolamente en un mar de insustancialidades que, en el fondo, no dejan de ser el dinero y la reputación.

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[1] El volumen que os traigo incluye otras cinco obras de teatro de Oscar Wilde. La que nos ocupa tiene una extensión de 68 páginas.

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