jueves, 26 de noviembre de 2009

Neptuno


Neptuno fue descubierto en 1846 por Urbain Le Verrier, John Couch Adams y Johann
Galle. Fue descubierto por predicciones matemáticas dado que había un astro que influía en la órbita de Urano. Es el más exterior de los gigantes gaseosos. La temperatura superficial de Neptuno es de media -200 ºC. Su gravedad es de 11m/s2. Su movimiento de traslación dura 164 años terrestres. Su movimiento de rotación dura 16 horas. Se han contabilizado hasta ahora 13 satélites pertenecientes a Neptuno.

La parte interior de Neptuno está constituida por roca fundida con agua, metano y amoniaco líquido. La atmósfera está formada por hidrógeno, helio, vapor de agua y metano, que da al planeta su característico color azul.

Los vientos huracanados de Neptuno son los más fuertes de nuestro sistema y provocan manchas parecidas a las de Júpiter. La más importante era la Gran Mancha Oscura, que tenía un diámetro similar al de la Tierra, pero que desapareció en 1994. La mayoría de estos vientos van en sentido contrario que la rotación del planeta. Se han detectado en las inmediaciones de la Gran Mancha Oscura vientos de hasta 2000 km/h.

Neptuno es uno de los planetas que se encuentran en la lista de poseedores de anillos.
Fueron fotografiados por primera vez en 1989 por la nave Voyager II. Tiene cuatro anillos estrechos y delgados pero no son como los brillantes anillos de Saturno. Están formados por fragmentos de satélites del propio planeta.

Este es un gran planeta que demuestra la utilidad de las Matemáticas en cualquier área. Os dejo aquí un enlace a un programa que visualiza los planetas del sistema en 3D.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

El miedo (diálogo)

Él.- Hace una tarde encantadora. La primavera se percibe en todos los sentidos. Incluso ese sauce llorón parece estar sonriéndonos.

Yo.- Te veo alegre. Como sabes que me gusta entablar conversación, te voy a hacer una pregunta: ¿ves todos esos chalés de aquella urbanización?

Él.- Por supuesto. ¿Dónde está la contradicción?

Yo.- Espera. No seas impaciente. ¿Si tuvieras que vender el máximo número de seguros de vida, de seguros de hogar, de coche... si tuvieras que obtener el mayor número de clientes para una empresa de seguridad, qué harías, a qué hora llamarías a su puerta?

Él.- ¿Qué pregunta es esa? ¿Crees que influye mucho la hora para obtener clientes para todas esas aseguradoras y empresas de seguridad? No sé. Supongo que no iría por la noche ni a la hora de la comida... Trataría de no ser inoportuno.

Yo.- En eso tienes toda la razón. Es preciso ir a la hora oportuna, pero ¿cuál dirías que es?

Él.- La verdad es que no tengo la menor idea. Seguramente iría por la mañana para no importunar demasiado. Claro que no encontraría a muchos: estarían trabajando.

Yo.- Yo iría justo después del telediario. Los cogería precisamente en el momento más vulnerable, ese instante en el que se sienten inseguros luego de haber visto por televisión en el propio salón de su casa los últimos muertos en este u otro atentado terrorista, accidente de tráfico, explosión de gas, atraco... Abrirían la puerta con el ánimo descompuesto, con la plena consciencia de su inseguridad y firmarían cualquier póliza.

Él.- Suena aterrador.

Yo.- Pues es sólo el pequeño matiz del cuadro completo que quiero mostrarte. ¿Has pensado alguna vez que es más fácil controlar a la gente por la sin razón que por la lógica, que la faceta más irracional del ser humano es la que lo hace más vulnerable, más dependiente de los demás y, por tanto, menos libre?

Él.- ¿A qué te refieres?

Yo.- Quiero decir que hay dos formas de vender ese seguro. La primera consistiría en intentar razonar con el cliente potencial sobre las incertidumbres de la vida y decirle: “bueno, usted tiene una casa y cabría la posibilidad de que hubiera algún percance serio aunque ciertamente lo más probable es que eso no suceda”. O también, esta es la opción segunda, podría decirle: “¿ha pensado alguna vez que su casa podría incendiarse o sufrir un desplazamiento del terreno o una explosión de gas?” La segunda opción, aunque guarda algo de semejanza con la primera, es la irracional, la que apela directamente al hecho terrible que tememos y que nos exhiben como una posibilidad, aparentemente hipotética, pero de forma mucho más visceral, casi perceptible. El vendedor de seguros que opta por la segunda opción está en realidad empleando el miedo de su cliente como herramienta para el lucro de la aseguradora y el suyo personal. Claro que los anuncios de las aseguradoras no suelen ser tan drásticos aunque la mayoría incluyen siniestros o percances en ellos o insinúan veladamente el peligro que ellos se encargan de evitar.

Él.- Y esto ¿adónde va a parar? ¿Algún seguro se niega a indemnizarte últimamente?

Yo.- No. Verdaderamente los seguros son los más honestos. Ellos hacen negocio con el riesgo, con la incertidumbre de las vidas de sus clientes y todos lo saben. El cliente es el primero que quiere dotarse de algo de certidumbre con el seguro y es consciente de ello. Es puro instinto de supervivencia. Son varios particulares haciendo negocios legítimos para conjurarse contra los peligros de la posible adversidad. El ser humano también ahorra, se compra una casa y se hace un plan de pensiones, pero ¿es legítimo utilizar el miedo como un instrumento de control, por ejemplo, en la educación de un niño o en la política?

Él.-Mezclas asuntos. No creo que sea lo mismo. ¿A qué te refieres por miedo en la educación?
Yo.- Bueno. Constantemente se enseña a los niños con el miedo. ¿O sería mejor decir en el miedo? Los padres lo hacen cuando asustan a sus hijos con el hombre del saco o, incluso, con la policía municipal.

Él.- ¿La policía municipal?

Yo.- Te lo aseguro. Yo mismo lo he visto. ¿Y qué me dices del miedo al castigo o del temor de Dios? ¿Podrías negar que incluso hoy en día, en pleno siglo de supuesto nihilismo, se sigue educando en el temor de Dios?

Él.- Sigo pensando que confundes los temas. ¿Qué tiene que ver una cosa con otra? Es evidente que debe haber castigos para quien infrinja unas normas mínimas de convivencia. De lo contrario, la vida en sociedad sería inviable. Los niños son los primeros que deben aprender que hay unos límites, que deben respetar a los demás y obedecer a sus padres.

Yo.- Es cierto. No es lo mismo y tú has dado la razón. La sociedad es honesta al decir que castiga para garantizar su propia supervivencia que es, en definitiva, la de los individuos que la componen. Sin embargo, no hay nada de honesto en infundir miedos netamente irracionales a los niños. El castigo es cierto, es medible, es proporcional. Adquiere la primigenia forma de la advertencia en modo condicional: “si haces esto, te corresponde tanto castigo”. Es justicia distributiva aristotélica pura. Ni más ni menos. Sabes tan bien como yo que na hay nada de eso en el temor al hombre del saco o en el temor de Dios.

Él.- La diferencia es que en el caso del temor de Dios, hay un temor a un castigo divino que probablemente no se va a dar.

Yo.- Y que en cualquier caso es una quimera en el aquí y el ahora. Una quimera con la que se intenta modificar la conducta de seres humanos.

Él.- Sin embargo, no debes olvidar que el temor al hombre del saco va más allá.

Yo.- ¿En qué sentido?

Él.- En el temor de Dios al menos hay un castigo, aunque divino, mágico en gran medida, que también puede ser incluso cuantificable, cierto y proporcional. Es más, puede ser incluso justo aunque no voy a entrar en ese jardín.

Yo.- Mejor que no.

Él.- No obstante, el miedo al hombre del saco es el miedo a la más aleatoria, injusta y arbitraria acción malvada de un personaje de la cultura popular. Es el miedo por el miedo, el temor al mal que es por sí mismo injusto a diferencia del castigo.

Yo.- Cierto, luego una persona o , en este caso, un niño pequeño puede sentirse prevenido en el caso en que se le advierta de un castigo porque él mismo sabrá que, de seguir adelante, habrá cruzado la línea de la transgresión que no le está permitido pasar y tras lo cual se administra un castigo que, además, es merecido. Sin embargo, puede sentirse aterrado, en lugar de prevenido, si se le recuerda que es vulnerable al mal y, en definitiva, al sufrimiento y también a la muerte. Y aquí es adónde quería llegar.

Él.- Menos mal. No nos hemos extraviado finalmente.

Yo.- A lo que voy. El ser humano ha buscado siempre control sobre sus semejantes, poder para, en definitiva, asegurar su propia supervivencia, garantizarse un buen medio de vida, la fuente de alimento, lo que fuera que ambicionase y para ello creó o, mejor, descubrió determinado instrumentos de poder. El primero, que no tuvo que ser necesariamente anterior, fue el castigo humano, las normas y, finalmente, el derecho. ¿No es una bella casualidad, si es que éstas existen, que el primer texto descubierto fueran las tablas de Hamurabi, un sencillo, pero claro código de normas sociales de conducta? ¿No es ciertamente interesante que Moisés se preocupara de darle al pueblo hebreo diez sencillas normas básicas y todo un texto posterior conocido como Torah (ley) del que ciertamente no es autor, pero que sin duda inspiró? La segunda es la religión y, concretamente, el castigo divino. En la Torah las consecuencias de los actos prohibidos son, en ocasiones, terribles castigos bien humanos como la lapidación de la adúltera, pero el primer mandamiento es “amarás a Yaveh sobre todas las cosas”. El pueblo judío no sólo temía la lapidación sino también el infortunio en vida e incluso el castigo de las generaciones futuras provocado por un iracundo Yahveh porque no cabe duda de que los judíos no creían en la inmortalidad y menos aún en la resurrección ni el fuego eterno luego tampoco podían amenazar con las llamas del infierno. ¡Hasta este punto eran prácticos! El judío que iba contra la ley de Yaveh lo sufría en vida y de una forma mucho más incierta aunque pudiera decirse que, tal vez, algo justa. Claro que se lo digan esto a Job que, a pesar de ser un hombre justo, padeció la más pura arbitrariedad de una mala apuesta entre Yaveh y Satanás. Lo cierto es que hay una diferencia sustancial entre estos dos instrumentos de control. El castigo divino incorpora elementos de irracionalidad nada desdeñables. Para comenzar, la sanción correspondiente no es clara. Queda, como he dicho, a merced de lo que disponga el arbitrio divino. Seguidamente, el momento y la forma de imponerse. Dios, por supuesto, no pregunta antes de castigar. Es omnisciente, luego ¿qué necesidad tiene de oír al que sabe que es culpable? Seguidamente, puede imponer el castigo cuándo y cómo quiera. La incertidumbre es plena en ese sentido. El pecador será reo de castigo incluso después de muerto. Debes reconocer que son grandes diferencias.

Él.- La verdad es que tampoco lo había pensado antes. Dime, ¿cuál es la tercera?

Yo.- Cierto. Se me olvidaba. El tercer instrumento de control es el miedo al hombre del saco. Pero piensa que esto va también estrechamente unido a la religión igualmente. El hombre del saco puede ser perfectamente Satanás. Los cristianos han utilizado a menudo a ambos, a Dios y al diablo, para infundir temor. Si bien podría decirse que el castigo al fuego eterno entra dentro del esquema infracción-sanción y que podría ser justo. En realidad, la amenaza de una condena al mal por el mal mismo no es sino infundir el temor propio que tiene todo ser humano al padecimiento, al sufrimiento y a la muerte sin sentido, sin razón ni justificación alguna. Por otro lado, piensa que la afirmación antiguamente común de que el diablo camina entre nosotros no es sino el mismo tipo de miedo puramente irracional al hombre del saco, que no es sino la advertencia sobre la presencia del mal en el mundo.

Él.- Bueno, pero el castigo al fuego eterno no dejaría de ser justo en tanto que tiene una relación directa con las transgresiones de los pecadores.

Yo.- Realmente no. Para que un castigo sea justo debe buscar no sólo la reparación del daño sino especialmente la sanación del alma del infractor, que debe persuadirse de la maldad de su acción, arrepentirse y tener la predisposición futura de no volver a incurrir en una acción injusta. En el infierno no se busca esto sino el suplicio eterno que, seguramente, ni los más sanguinarios criminales merecen y que no tiene otro fin más que sí mismo. Sin embargo, esto me aleja de la cuestión principal.

Él.- ¿Que es?

Yo.- El miedo como instrumento de control social, especialmente en la educación y en la política. Ya hemos hablado someramente de la educación. Es cierto que se sigue educando en la religión o, a veces, incluso en el miedo por sí mismo y ya hemos comentado que la educación en el temor de Dios puede llevar “per se” un componente irracional muy relevante de temor a un castigo arbitrario e injusto, pero ¿qué sucede con la política? ¿No crees que no es menos cierto que el miedo es utilizado por los políticos para justificar determinadas normas?

Él.- ¿Por ejemplo?

Yo.- El caso más llamativo, creo yo, es el de la obsesión por la seguridad que se ha producido tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. ¿No crees que algunas de las políticas que se han puesto en marcha son desmedidas y que habrían sido inaplicables en un contexto previo al de los atentados?

Él.- Probablemente sí.

Yo.- Desde entonces contempla lo que ha sucedido. Estados Unidos ha comenzado a aplicar una política de excepción. Se han ampliado los plazos de detención sin control judicial de los supuestos terroristas, se ha facilitado la intrusión en la privacidad de los ciudadanos, se han incrementado enormemente las medidas de seguridad en los aeropuertos hasta el punto en que han llegado a poner en funcionamiento “scanners” que desnudan a los pasajeros, se han subido los requisitos de datos de carácter personal para entrar en el país e incluso se han abierto cárceles ilegales donde se ha retenido y torturado a centenares de sospechosos de terrorismo. ¿No es esto la subversión más absoluta de nuestros principios, de nuestros valores fundamentales que ahora consideramos sacrificables en un holocausto agradable al terrible dios de la seguridad?

Él.- Y ¿cuál es el papel del miedo en todo esto?

Yo.- Es fundamental. En lo más profundo de nuestra razón sabemos lo disparatado que es adoptar una política de cesión de poderes exorbitantes al Estado y, sin embargo, preferimos hacerlo porque en el fondo dejamos de pensar racionalmente cuando se nos traslada un mensaje puramente emocional que se basa en mostrarnos vulnerables frente a la amenaza del terrorismo o cualquier otra. Es esa sensación de vulnerabilidad la que permite a los políticos occidentales anular nuestros recelos naturales a la expansión cada vez menos limitada de los poderes del Estado y, en definitiva, de la policía. Es el permanente argumento de la inseguridad el mayor responsable de la concentración del poder y de su abuso a lo largo de la historia. En ese sentido es irrelevante el contenido del mensaje que se traslade mientras sea capaz de mover determinados resortes. A menudo se ha dicho que la conducta poco piadosa de un pueblo podía traer desastres naturales. Muchas sociedades han sido subyugadas a través de uno o varios dioses que han resultado ser benefactores sólo en determinadas circunstancias sospechosamente favorables al poder. Sin embargo, la complejidad de las sociedades occidentales actuales, su relativismo, incluso su nihilismo han llevado a los partidos a emplear otros discursos del miedo.

Él.- Recuerdo ahora que todavía es un lugar común en muchos ancianos que en tiempos de Franco se vivía mejor porque no había tanta inseguridad.

Yo.- Y, por contra, la inseguridad en un régimen político es máxima cuando la gente honrada está en la cárcel por más que se pueda vivir con las puertas de las casas abiertas de par en par. Este es el eterno dualismo libertad-seguridad. Se nos plantea constantemente esta disyuntiva que nace en el fondo de un profundo recelo hacia la libertad y que no deja de ser manipulador porque suele prejuzgar que el valor positivo es la seguridad y que ésta siempre debe avanzar en detrimento de la libertad.

Él.- Entonces, ¿tú dirías que hay casos en los que pueden compaginarse libertad y seguridad sin que haya contradicción?

Yo.- Yo iría más lejos aún y diría que nuestra libertad exige una cierta seguridad. Sería aquella seguridad que aporta una serie de normas básicas de convivencia para asegurar que nadie pueda violentar la libertad de los demás y para que, de producirse esa violencia, pueda existir una respuesta predecible que la reprima. Sin embargo, esa seguridad no es tal en la medida en que nos deje a merced de un poder arbitrario y ése es el camino que hemos emprendido. Todas las medidas que se han adoptado desde el 11 de septiembre de 2001 han ido encaminadas a recortar las garantías que teníamos los ciudadanos frente al poder coercitivo del Estado y a remover subrepticiamente la sana separación de poderes. Conferirle al Estado el poder de reprimir sin control o con menos controles no es optar por una mayor seguridad sino por una inseguridad distinta. Supone que preferimos sufrir los abusos del Estado: las detenciones ilegales, las torturas con la esperanza de que así se reducirá la amenaza del terrorismo.

No obstante, todo esto no pone de relieve sino una cuestión mucho más profunda, a saber, el temor del ser humano a la incertidumbre, al riesgo y su deseo de control sobre el medio que le rodea. Cuando los primeros “homo sapiens” vivían en cuevas y tenían que padecer en mayor medida las inclemencias del tiempo, aprendieron a usar el fuego. Ahora contamos con multitud de adelantos tecnológicos que nos permiten gozar de una buena calidad de vida. Es lo que llamamos progreso tecnológico. Sin embargo, todo ello nos ha producido una mayor inseguridad. El deseo de control del entorno físico fue acompañado desde el primer momento del deseo de control de nuestro entorno social lo que ha implicado un progresivo desarrollo no sólo de las armas, de ahí el aumento de la inseguridad, sino también del control de la información.

Ahora no sólo debemos enfrentar los riesgos que provienen de nuestro propio entorno físico sino también de un entorno social cada vez más inestable. Y es en este punto en el que cabe recordar que no son tanto las armas sino la información las que confieren un poder mayor. Algunos, en ese ideal de un mundo sin incertidumbre, sueñan con el día en que toda la información esté centralizada en el Estado, ¿en quién si no?, y en que éste pueda protegernos de un modo absoluto del riesgo que nos depara la existencia. Será el día en que podremos predecir con total exactitud los fenómenos meteorológicos, los terremotos... y así evitar las catástrofes naturales, pero será también el día en el que todo estará digitalizado, el día en el que hasta el último rincón de nuestra casa estará siendo visto y oído, incluso diría olido, por los ordenadores del gobierno. Será el día en el que nuestra seguridad estará plenamente garantizada, pero habremos puesto tanto poder en manos del Estado que estaremos en el más absoluto de todos los peligros, en un peligro mucho mayor que el que proviene de la incertidumbre del mundo en que vivimos porque estaremos protegidos incluso de nuestros propios actos: iremos a tomar un café y no nos dejarán si somos hipertensos; querremos tomarnos un costillar de cerdo a la parrilla y no podremos porque la barbacoa eléctrica conocerá nuestro colesterol o, peor aún, habremos olvidado que todos esos placeres de la vida existen porque nunca los habremos experimentado gracias al Estado que tanto nos quiere y tanto nos protege. Porque el ideal de la seguridad es el ideal del supremo paternalismo, el ideal de la interdicción del error humano por nuestro propio bien. Para entonces, habremos matado la espontaneidad, la responsabilidad y, con ellas, la libertad. Finalmente, habrá muerto también el ser humano porque detrás de ese ideal se esconde un profundo recelo anti-humano... El recelo de aquellos que buscan una sociedad humana perfecta que no es sino la más radical negación del ser humano mismo que es por sí vulnerable y contingente.

Él.- Me has convencido: voy a firmar la póliza.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Urano. El tercero más grande de nuestro sistema.


Urano es un gigante gaseoso, el tercer planeta más grande del Sistema Solar. Es el séptimo en distancia con el Sol. Urano tiene 15 satélites. Urano fue el primer planeta descubierto a través del telescopio. Fue descubierto en 1781 por William Herschel.

La composición de la atmósfera de Urano es la siguiente: hidrógeno, metano y otros hidrocarburos. Al absorber el metano la luz roja refleja los tonos azules y verdes que caracterizan al planeta.

La gravedad de Urano en el Ecuador es menor que la tierra. Esto puede ser sorprendente debido al gran tamaño de Urano respecto a la Tierra. Su gravedad en concreto es 7'77m/s2.

Urano tiene el doble de distancia con el Sol que Saturno. Tanta es esa distancia que el Sol se ve en el firmamento de Urano como una estrella más, sólo que más brillante.

Urano tiene 11 anillos y estos rotan alrededor del planeta de forma vertical debido a la gran inclinación de Urano. Su inclinación es de 97º.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Nueva injerencia episcopal

Ya en junio de este año, los obispos les recordaron a los diputados católicos cuál debía ser el sentido de su voto sobre la ley del aborto. Ahora han vuelto a hacerlo, con amenaza de excomunión inclusive. Así que no quiero dejar pasar la ocasión sin recordar lo que dije en su día sobre este asunto y manifestar mi malestar por la mentalidad predemocrática de la jerarquía de esta iglesia.

"Comentario:

Art. 67.2 de la Constitución: los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo.

Una de las mayores diferencias entre las cámaras o asambleas del Antiguo Régimen y los actuales parlamentos es el del mandato por el que son elegidos sus miembros. En el Antiguo Régimen, los Estados Generales, por ejemplo, y demás 'asambleas' estamentales europeas se regían por el mandato imperativo. Los diputados no eran representantes sino una especie de 'delegados' o 'mandatarios' de sus electores 'mandantes' y estaban sujetos a lo que éstos les impusieran a la hora de votar en la asamblea. Con la implantación del sistema representativo, eso ha cambiado. Los diputados están sujetos a mandato representativo. Esto implica que representan a toda la nación, no sólo a sus electores, y que son ellos los que toman las decisiones a la hora de votar en el parlamento. Ni que decir tiene que la petición de los obispos es un disparate por el cual ellos entienden que su poder 'moral' sobre las personas y las conciencias de los diputados católicos está por encima del mandato representativo que han recibido de toda la nación, que sobra recordar que es plural y, por tanto, no sólo católica. Animo a sus señorías a votar lo que quieran y a no aceptar la injerencia de esos señores, que para algo ya no hay estamentos privilegiados ni monarcas absolutos. La nación es la soberana."

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Mesa coloquio sobre el pensamiento liberal en la actualidad

El martes de la semana pasada, día 3, tuve el honor de asistir a una mesa coloquio sobre El pensamiento liberal en la actualidad organizada por la Fundación Progreso y Democracia, perteneciente a UPyD, que tuvo lugar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Digo que tuve el honor aunque el acto estuviera abierto a quien quisiera ir porque los ponentes eran de excepción: por orden de colocación en la mesa, de izquierda a derecha, Irene Lozano, Mario Vargas Llosa, el moderador (Fernando Maura), Fernando Savater y José Varela. Hoy he tenido el placer de leer un artículo sobre el coloquio publicado en Libertad Digital por Manuel Pastor con el que tengo serias discrepancias. Os sugiero que os lo leáis porque será, en cualquier caso, una interesante aproximación a lo que allí se dijo. Me tomaré la libertad en los próximos días de publicar un humilde comentario sobre lo que expone Manuel Pastor en ese artículo. Además, he encontrado un vídeo de seis minutos con el comienzo del coloquio aunque no es muy ilustrativo porque en el primer turno, que fue igualmente interesante, hablaron de corrupción y no de liberalismo.


sábado, 7 de noviembre de 2009

Macaco Japonés ( Macaca Fuscata)

Los macacos japoneses son primates que viven en grupos socializados. A cada grupo grupo se le puede atribuir un territorio por el que transcurre su vida nómada . Se les considera una de las especies más inteligentes, dado que es el simio que más al norte vive y es complicado adaptarse al clima. Como su nombre indica el macaco japonés vive en el archipiélago nipón.

Los macacos japoneses se desplazan por el territorio formando una especie de “tropa” organizada. La tropa tiene forma lineal y a su cabeza marchan los machos jóvenes. En el centro se
encuentran hembras, crías, jóvenes y uno o más machos dominantes. Cerrando la marcha se encuentran los machos jóvenes restantes, a modo de retaguardia.

En los macacos japoneses la estación de celo comienza a finales de diciembre y se prolonga hasta fines de marzo. La gestación dura cinco meses y las crías nacen de mediados de mayo a mediados de agosto y son capaces de andar a la semana. La relación entre madre e hijo es estrecha durante los diez primeros meses y la cría aprende hábitos alimenticios y otras actitudes fundamentales propias de la vida social del grupo al que pertenece.

Las relaciones de unos macacos con otros se podrían dividir en dos grupos: las heterogéneas, como la relación de pareja o la que existe madre e hijo, y las homogéneas, como cuando individuos semejantes organizan juegos en grupo. Se cree que las crías tienen conocimiento de quien es su padre.

El macaco japonés es ejemplo de un fenómeno que ha sido denominado con el nombre de adquisición cultural, dado que los macacos japoneses descubrieron que podrían conservar la temperatura bañándose en las termas que hay repartidas en algunas montañas japonesas.

Podemos observar del macaco japonés que es una especie peculiar, sólo por el simple hecho de bañarse en aguas termales, y muy social y pacífica, algo no muy común en primates de este tipo.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Desmitificando el liberalismo (ii): el progresismo.


Resulta evidente viendo los medios de comunicación que las palabras “progresismo” y “progresista” están aún muy presentes en la vida pública. Algunos políticos defienden sus tesis arguyendo que son progresistas. La medida que ayer era progresista, mañana puede no serlo y viceversa. Vivimos en la más absoluta confusión terminológica en lo que se refiere a este concepto... Todo ello por una sola cuestión. Desde la izquierda socialdemócrata se ha fomentado un uso incluso abusivo del término por las connotaciones positivas que éste comporta frente a términos más denostados y propios de su herencia ideológica que se han desgastado en mayor medida después de la caída del muro de Berlín y el desprestigio de los países del orbe socialista. Diríase que han buscado intencionadamente abandonar el espacio ocupado por el marxismo para escorarse un poco hacia el progresismo, al menos fingido. Ahora es más efectivo en términos de imagen tratar de vender una subida de impuestos diciendo que es “progresista” aunque tan sólo un año antes lo progresista fuera bajarlos.

Sin embargo, esta apropiación por la socialdemocracia del término progresista ha venido con la inestimable ayuda de sus más supuestos firmes opositores: los conservadores. Estos señores, que suelen llevar el “no” por respuesta; el argumento de la “tradición” y el “sentido común” bajo el brazo, y que nunca derogan ninguna medida “progresista” de sus predecesores socialdemócratas han acuñado un nuevo término despectivo para referirse a sus oponentes: “progre”. El “progre” es una degeneración, encarna la idea primaria de un ser sin escrúpulos morales que es capaz de cualquier cosa con tal de hacer daño a las “personas de bien de toda la vida, a sus valores y sus tradiciones”... ¿Todo para qué? Para usurpar el gobierno con mentiras y manipulaciones burdas de la opinión pública. Con este panorama, la idea de que los socialdemócratas son progresistas se ve reforzada. Para los que están en el patio de butacas y ven la tragicomedia de la política contemporánea sin conocer lo que se ha representado en los últimos doscientos años de política en occidente es fácil caer en el dualismo progresista-conservador fomentado por los socialistas y respaldado por los conservadores.

Al margen de lo que nuestros políticos puedan decir o hacer para nuestra ilusoria percepción de la vida pública, lo cierto es que el progresismo es genuinamente liberal. Esto no implica que quepa una lectura uniforme ni unívoca del término progresista, progresismo y progreso, pero sí arroja importantes detalles acerca del “pedigrí” de la palabra lo cual nos ayuda a identificarlo al margen de las etiquetas e, incluso, a defenderlo si así lo creemos necesario sin caer en falsos tópicos. Para ello resulta imprescindible partir del significado de la palabra progreso. Este concepto siempre se ha entendido como un proceso de movimiento en el espacio. La RAE entiende por progreso acción de ir hacia adelante. En su segunda acepción: avance, adelanto, perfeccionamiento. La primera acepción define perfectamente ese movimiento de un punto hacia adelante. La segunda acepción incorpora elementos valorativos. Ya que también se mueve hacia adelante una piedra impulsada por una fuerza física, habrá que ver qué elementos implican que haya progreso en una acción humana. Lo que la RAE añade en la segunda acepción infiere que el progreso implica necesariamente una mejora. Luego la acción humana de ir hacia adelante tiene por objeto y se debe al afán del hombre por mejorar. La cuestión es que el “adelante” hay que referirlo frente a un “atrás”. En términos políticos, se viene entendiendo desde la Revolución Francesa que el progreso se producía como el triunfo de los principios de libertad, igualdad y fraternidad frente a los caducos principios del Antiguo Régimen. El punto de partida estaba claro: los privilegios, la sociedad estamental, el poder absoluto, la superstición... El punto hacia el que había que moverse no estaba tan claro, pero los principios liberales sí marcaban una cierta dirección.

Thomas Paine en “Los Derechos del Hombre” (“Rights of Man”, 1791-1792), obra ya de sobra conocida por mis lectores asiduos, se esfuerza en hacer una firme defensa de esos nuevos principios entre los que destacan los derechos enumerados en la famosa Declaración de 1789 así como los principios del gobierno representativo que apenas se estaban ensayando en las recién independizadas colonias americanas y que la mayoría de los miembros de la Asamblea Nacional francesa querían implantar en mayor o menor medida en Francia. Lo más interesante de esta obra de Paine es que la redacta como contestación a la defensa de la tradición que efectúa el político y pensador irlandés Edmund Burke en “Reflexiones sobre la Revolución en Francia” (1790). Esta más que normal disputa entre dos amigos por la valoración que realizan de un mismo acontecimiento coetáneo aporta un interesante matiz de novedad: la discrepancia se basa en su perspectiva no sólo política sino incluso vital frente al cambio que se produce. Uno, Burke, se aferra a lo que ya tiene: defiende apasionadamente la tradición incluso el prejuicio como positivos en política. Es más, defiende firmemente la Revolución gloriosa inglesa de un siglo antes y se esfuerza en marcar sus diferencias, que las había y muchas, respecto a los acontecimientos que se sucedían en Francia. Es el perfecto conservador: aquel que por defender el “status quo” defiende aun la tradición revolucionaria. Nótese qué profunda contradicción en los términos. Por contra, otro, Paine, se va a esforzar, como ya se había esforzado en la Guerra de Independencia americana, en el éxito de esta nueva empresa política que emprendía el género humano. Trata, no sólo de ayudar con su acción y con sus obras a la implantación de un nuevo sistema político sustancialmente mejor sino que trata también de imaginar hacia dónde debe encaminarse el nuevo sistema y de dotar de solidez intelectual en sus obras a esas ideas nuevas.

Desde esta perspectiva, el progreso se veía en oposición a la tradición, entendiendo ésta principalmente como la herencia que había dejado el Antiguo Régimen. Otro autor posterior, John Stuart Mill, político y pensador británico del siglo XIX, dota de un nuevo significado a esa relación, en muchas ocasiones antagónica, entre tradición y progreso. Desde mi punto de vista, la diferencia esencial viene determinada en su obra “El sometimiento de las mujeres” (“The Subjection of Women”, 1869), obra que recomiendo encarecidamente y que quitará a más de un lector muchos prejuicios negativos sobre el liberalismo. Esta obra es todo un clásico del feminismo y, en su día, supuso un auténtico punto de inflexión del movimiento feminista en toda Europa. La tradición que Mill trata de desarticular no es ni más ni menos que el pensamiento machista de una sociedad patriarcal que viene de siglos y que tiene su raigambre moral más allá de cualquier tradición política o de cualquier régimen. Tanto estamos tardando en abandonar esa tradición que aún hoy debemos seguir luchando por los derechos de las mujeres en todo el mundo.

Sin ánimo de circunscribir el debate a estos dos ejemplos ilustrativos, me gustaría pasar a la cuestión definitiva que adrede he ido postergando: ¿cómo definimos esa mejora que es causa a la par que meta del progreso? Sin duda, desde el liberalismo, ese progreso debe entenderse como una mayor libertad del individuo. Esta libertad no es estática. Como dice Ortega, la realidad no es “res stantes”. Esta libertad no debe circunscribirse exclusivamente a unas libertades políticas y económicas formalmente reconocidas en un texto legal más o menos efectivo. Se puede y se debe luchar por un mayor ámbito de autonomía de pensamiento, de decisión y de acción del individuo frente a las imposiciones no sólo del Estado sino también de la sociedad y esto debe hacerse día a día porque, como dice John Stuart Mill en “Sobre la Libertad” (“On Liberty”, 1859): “Donde la regla de conducta no es el propio carácter de la persona, sino las tradiciones o costumbres de los demás, falta uno de los principales elementos de la felicidad humana, y el más importante, sin duda, del progreso individual y social.”

Por otro lado, no debemos olvidar que parte fundamental de esa consecución de la libertad reside en la derogación de la ley del más fuerte, que está bien proscrita por el liberalismo, y en su sustitución por una igualdad en un doble sentido: ausencia de privilegios e igualdad de oportunidades. Pero lo que marca la diferencia más profunda, la diferencia de base, la que determina la discrepancia definitiva e insalvable con otras perspectivas u otros conceptos de “progreso” es que éste debe darse sobre la base de una creencia firme en el individuo porque, de lo contrario, no hablamos de un ideal de progreso humano sino de otros ideales de “progreso” donde el centro no es la persona sino la sociedad o una mayoría social. Y esto no es un ideal de progreso, es un ideal de colectivo, de nación, de clase... Un ideal en el que el ser humano queda relegado a un segundo, a veces, infimísimo plano de subordinación y entonces no estamos avanzando sino retrocediendo a un pasado recóndito de cavernas y pinturas rupestres. En definitiva, nada más cerca de las pretensiones socializantes de los socialistas que se dicen adalides del progreso y de los conservadores que tratan de disfrazar su tradicionalismo con falsos ropajes liberales.