Tradicionalmente se ha entendido por colonialismo la ocupación y explotación de un determinado territorio por una potencia industrializada. El país colonizador por excelencia fue aquél que vio nacer el capitalismo: Gran Bretaña. No cabe duda de que ese fenómeno que antaño estaba tan generalizado, ahora es meramente residual y, sin embargo, en cierto modo persiste la idea de que ese colonialismo permanece aunque de una forma solapada mediante la explotación de un país subdesarrollado por otro desarrollado.
Lo cierto es que en todo este fenómeno han jugado y siguen jugando un papel determinante los Estados. El colonialismo puede revestir diferentes formas, pero siempre parte de unos elementos comunes. El primero, hay una serie de agentes económicos de distinta nacionalidad que interactúan. El segundo, algunos de ellos tienen la posibilidad de imponer al otro sus condiciones, esto es, no hay igual poder negociador entre las partes. El tercero: ausencia de una regulación que permita el desarrollo de un libre mercado global en régimen de competencia donde no se permitan prácticas que la restrinja. Cuarto: el papel activo de algunos Estados en la consolidación de ese abuso de la parte fuerte sobre la débil.
Analicemos un caso regional conocido: el merado único europeo. Primero, se cumple que hay una serie de agentes económicos de distinta nacionalidad que interactúan. Segundo, es cierto que algunos tienen un mayor poder negociador. Sin embargo, eso se ve compensado por una normativa en materia laboral y de consumo que establece unas garantías mínimas, a veces no tan mínimas, para compensar ese 'desfase'. Esta normativa suele ser relativamente homogénea en todo el mercado único. Tercero, hay una legislación común en materia de defensa de la competencia y de competencia desleal que trata de asegurar la existencia de un mercado libre. Cuarto, si un Estado miembro trata de interferir en ese mercado para consolidar un abuso o un privilegio de un nacional frente a un comunitario, se le sanciona. Conclusión, nadie puede decir que haya un colonialismo de Alemania sobre el resto de Europa porque todos los agentes económicos europeos compiten libremente sin abusos, privilegios o interferencias.
La causa del actual colonialismo viene, por un lado, de las prácticas abusivas de algunas multinacionales que no tienen eco alguno en la legislación de los corruptos y despóticos países subdesarrollados, y, por otro lado, de las interferencias de los Estados desarrollados y sus políticas de nacionalismo económico que son profundamente injustas. El resultado último es que se produce una doble restricción de la libertad de comercio a nivel mundial como consecuencia de que no existe un verdadero mercado mundial sino la ley del más fuerte y, en definitiva, el privilegio frente a la libertad económica.
Es evidente que un mercado global de competencia cuasi-perfecta no evitaría que hubiera pobreza, pero sí contribuiría a que el orden social mundial fuera más justo porque las desigualdades económicas no estarían basadas en el abuso, en el privilegio sino en la propia libertad y responsabilidad individuales en la medida en que ese mercado funcionara de la mejor manera posible. Además, la prosperidad que se derivaría de ello en el mundo permitiría con creces mantener un sistema de asistencia social donde todos tuvieran garantizados unos mínimos alimenticios, sanitarios y educativos. A pesar de lo increíble que pueda parecer esta utopía, siempre podemos dar un paso en esa dirección en lugar de alejarnos con más nacionalismo económico. Sin embargo, todo esto exige la integración no sólo económica sino, más aún, legal y diría que política de todo el planeta: cuestión que parece aún más inverosímil sino imposible.
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