lunes, 29 de noviembre de 2010

CiUPyDanos


Por más que Antonio Robles y, especialmente Rosa Díez, se hayan empeñado en recalcar que UPyD no es lo mismo que Ciudadanos como coartada a su negativa a pactar una concurrencia conjunta a las elecciones, el electorado catalán ha elegido, creo que adecuadamente, por revalidar a Ciudadanos en el Parlament. Y es que, aunque probablemente mucha gente no lo supiera, el partido de Rosa Díez, porque es su partido y no el de nadie más, necesitaba un varapalo electoral. Desconozco si el motivo de ese varapalo es la crisis interna de UPyD, incluyendo los serios problemas que tuvieron en Catalunya, o si es simplemente desafección hacia una marca nueva que tanto se parece a una ya conocida Ciudadanos.

En cualquier caso, sea lo que sea, a lo mejor sí va a resultar que UPyD y Ciudadanos sí van a ser distintos. Y no me refiero a las pequeñas diferencias de programa o ideario sino a la forma de hacer. Si hay una cosa clara después de la purga magenta que organizó Rosa Díez, es que ella no está dispuesta a que nadie más discrepe en UPyD. Poco a poco ha conseguido centralizar un movimiento de bases y convertir a la Dirección en la infalible e inquisidora voz de la regeneración democrática (¡qué paradoja!). Es algo muy jacobino y parece que de eso era de lo que se trataba después de todo.

Ciudadanos, por contra, ha superado una crisis interna y ha vuelto a enfrentarse a las urnas, parece ser, con democracia interna y, finalmente, con éxito. Dejadme que desconfíe de lo primero, de la democracia interna en Ciudadanos, porque en esto soy ya bastante escéptico. Pero, dejando esto a otro lado, sí hay un gesto que honra a Albert Rivera frente a Rosa Díez: su sincera voluntad de pactar esa concurrencia conjunta, su firme creencia, puesta sobre la mesa, de que hace falta un tercer partido bisagra nacional en España y su voluntad de llegar a un acuerdo en ese sentido. Si el pacto no llegó, es por la negativa personal de Rosa Díez. La negociación estaba abortada desde el primer momento y el acuerdo era imposible porque, en una formación conjunta, las perspectivas de que Rosa Díez siguiera mandando con mano de hierro eran prácticamente imposibles, como mínimo, se habría visto obligada a consensuar con los hombres fuertes de Ciudadanos y eso, oculto bajo el eufemismo de que ella quiere la “misma voz en toda España”, era lo que no quería.

Así que después de las elecciones catalanas, los españoles tendremos que conformarnos con dos partidos nacionales bisagras, uno en Madrid y otro en Barcelona. Y aquí es cuando el PP y el PSOE saltan de alegría porque UPyD y Ciudadanos son, por separado, un pequeño estorbo, juntos serían una molestia en condiciones. Ahora, gracias a que Rosa Díez no quiso sumar fuerzas para no perder poder autocrático, los españoles estaremos abocados a lo de siempre: o una derecha cavernícola que se calla antes de las elecciones para parecer moderna o una izquierda derrochadora que aún puede llevarnos a la catástrofe con un hipotético rescate de España. Pase lo que pase, la opción de hacer fuerza con ese tercer partido ha pasado. ¿Y todo por qué? Por la terquedad hispana y, como diría José Mota, por el ansia viva.

17 de septiembre de 2009.

sábado, 27 de noviembre de 2010

“El comunismo es bueno en la teoría, pero no puede aplicarse”


Uno de los lugares comunes más frecuentes en la “teoría política” popular es que el comunismo es bueno en la teoría, pero que no puede aplicarse. Así, mucha gente, dormida en la autocomplacencia, cree haber matado las utopías para siempre. Nada más lejos de la realidad, el comunismo es probablemente una de las mayores aberraciones intelectuales producidas por la especie humana. De hecho, como propuesta política, ni siquiera es original, pues, ya el sistema de gobierno platónico era esencialmente lo mismo que la propuesta marxista. Pero, ahondemos en la cuestión.

Esa proposición puede referirse a la última fase de la dialéctica marxista, a la sociedad sin clases, que es propiamente el comunismo en la teoría. Pues bien, algunos han visto aquí una bella exposición teórica imposible de realizar. Pero ¿cómo puede ser la uniforme sociedad sin clases marxista algo deseable ni siquiera utópico? Aquellos que ven belleza en la muerte de la pluralidad, en la más horripilante uniformidad, deberían revisar su concepto de belleza. La sociedad sin clases marxista es intrínsecamente una negación de lo que el ser humano es en tanto espontáneo, impredecible, emprendedor, derrochador o prudente, en tanto que desigual en definitiva. Pretender una sociedad sin clases (no olvidemos que las clases no dejan de ser una simplificación marxista muy gruesa) es pretender la muerte misma de lo humano: la conversión de éste en una suerte de máquina homogéneamente programada porque ¿cómo podemos pretender que, aún haciendo tabla rasa, no reaparezcan las diferencias económicas por los diferentes temperamentos? Eso suponiendo que en el esquema marxista de sociedad sin clases vuelva a tener alguna posibilidad la iniciativa individual y el libre asociacionismo.

Otro “pequeño” aspecto que muchos pasan por alto cuando hacen esa afirmación nada baladí que me sirve de título es la forma en que esa sociedad comunista es alcanzada. Según Karl Marx, el capitalismo ha creado unas clases sociales: la capitalista y la proletaria, junto con un sistema de explotación de una sobre otra, sistema que sólo revierte por una revolución obrera que haga que la clase explotada sea ahora la capitalista, que dejaría en teoría de existir, pasando a reintegrarse finalmente en la clase obrera porque, en la fase intermedia de la revolución, todos serán obreros del Estado socialista en lo que se conoce como dictadura del proletariado. La teoría marxista se complementa a la perfección con los postulados de Vladimir Ilich Lenin en “El Estado y la Revolución” donde sostiene el papel predominante que debe ejercer el Partido en la dirección del proceso revolucionario y en el posterior asentamiento “transitorio” del poder del Estado socialista. De modo que para llegar a esa sociedad sin clases tan “bella” es preciso pasar por un proceso, generalmente cruento, de revolución y, ¿todo para qué? Para que el Partido tome el poder y convierta el antiguo Estado burgués en una dictadura socialista en la que ya no existan distintos patrones en libre concurrencia en el mercado sino un único patrón que, además, contará con el poder coercitivo de un Estado sin las garantías jurídicas propias del Estado liberal. En definitiva, acaba con muchos pequeños “monstruos” (los patrones capitalistas) para crear un gran monstruo estatal, también capitalista, y en el que los oprimidos proletarios pasen a ser todos los antaño ciudadanos. Lógicamente, ni para Karl Marx ni para Lenin el Estado socialista supone ningún problema porque ellos eran precisamente los que esperaban liderar ese Estado (Lenin lo consiguió). Pero no deja de ser evidente que la propuesta marxista de un Estado totalitario socialista no deja de ser descabellada. Para ellos, todo eso se legitima por la necesidad de un liderazgo intelectual que conduzca adecuadamente a la clase obrera porque, ya se sabe, la arrogancia de estos “sabios” se atribuye la paternalista facultad de decirle a los demás lo que tienen y no tienen que hacer. ¿Cómo puede una persona razonable pensar que darle un poder absoluto a alguien es una buena solución para cualquier problema? Pues ésa es la propuesta marxista y la de todos los partidos comunistas desde entonces.

Esto, lógicamente, también llamó poderosamente la atención de pensadores libertarios como Mijail Bakunin o Benjamin Tucker. El primero, cuando fue expulsado de la Primera Internacional por Karl Marx, le acusó, con razón, de querer erigirse en un dictador mundial. El segundo, en un excelente artículo “Socialismo de Estado y anarquismo: en qué se parecen y en qué difieren” expone claramente las perversiones del modelo marxista. Con esto quiero poner de relieve que incluso desde la izquierda obrera y revolucionaria ha habido quienes han tenido muy claro desde el principio que la solución a la opresión que es, esencialmente, el Estado, no puede ser un Estado absoluto como el de los marxistas. Todas estas perversiones prácticas del socialismo real no eran más que las consecuencias lógicas de una teoría política fea y peligrosa. Porque, sólo un ingenuo angelote barroco pensaría que puede constituirse un poder absoluto sin provocar absolutos abusos de poder.

martes, 23 de noviembre de 2010

El Valle de los Caídos y las coartadas históricas

Los que nos recuerdan que ese monumento al oprobio está ahí

Siempre que llega el 20 de noviembre, cuatro desnortados nos recuerdan que España tiene aún una herida que restañar. Y ¿por qué nos lo recuerdan? Porque hacen patente como hemos ido dejando que todos los 20N se humille a las víctimas de la guerra civil y del franquismo en un monumento, el Valle de los Caídos, erigido por el dictador, con presos republicanos para honrar su memoria y supuestamente también la de todos los caídos, incluso la de aquellos que jamás habrían consentido ser enterrados allí, como muchos republicanos.

La cuestión es ¿cómo conseguir que un lugar como ése cambie su simbolismo? ¿Cómo evitar que el Valle de los Caídos siga siendo un agravio para los españoles y nuestra democracia? El primer paso dado por el gobierno no está mal. Consiste en prohibir que se exhiban símbolos franquistas allí. Los que quieran honrar a Franco el 20N que lo hagan en otro sitio. Sin embargo, no habremos resuelto el problema hasta que Franco y José Antonio, como mínimo, dejen de yacer allí. Y tampoco sería mala idea convertir el templo un un museo como el del Holocausto, en el que se recuerden los horrores de la guerra y de la represión posterior. Es lo que han hecho muchos países con dictaduras en su pasado. Países, quizás, más valientes que nosotros, no avergonzados en plantarle cara a los fantasmas del pasado, no acomplejados en reconocer que toda dictadura es un error y que la suya también lo fue.


Franco y Hitler

Sin embargo, aquí se plantean muchos problemas. Para empezar, el mantenimiento del templo corre a cargo del Patrimonio Nacional, el propio templo fue construido por el Estado y, sin embargo, no es del Estado. Una solución sería expropiarlo y convertirlo en un museo nacional. Pero, claro, los católicos, arropados por todos los “think tanks” y los medios “liberales” van a clamar al cielo indignados diciendo que es un ataque inaceptable a la libertad religiosa, como si les hubiera importado, por ejemplo, la libertad de los presos republicanos que construyeron ese despropósito, esa vergüenza nacional. Van a decir, claro, que no se puede gastar tanto dinero en tiempos de crisis en cosas “tan poco importantes para la gente de a pie”. Perfecto, que se ejecute la medida dentro de unos años, cuando entremos en un crecimiento sensato otra vez. Pero, en cualquier caso, se harán las víctimas. ¡Pobrecitos! Su derecho a conservar un monumento al oprobio, que es un derecho humano como todo el mundo sabe, se vería conculcado.


Franco y el Cardenal Segura

El problema de fondo y esto ya lo he dejado por escrito en un comentario en el blog de Israel, es que, por alguna misteriosa razón, buena parte de la derecha española aún tiene la necesidad de justificar el franquismo porque aún lo considera un mal menor. A nadie se le ocurriría decir que Hitler o Mussolini fueron un mal menor porque libraron a sus respectivos países del comunismo y, sin embargo, esa idea sí funciona en buena parte de la derecha española. La idea de la “inevitabilidad” del franquismo es todavía un hecho en la cabeza de muchos. Y, en el fondo, lo que subyace es una identificación con el esquema de valores del dictador que torna en una especial indulgencia la actitud de algunos conservadores hacia sus desmanes. Va a resultar después de todo, que el franquismo no está tan en el pasado como a algunos que “quieren pasar página” les gustaría, pero no porque los de la memoria histórica estén tratando de hacer justicia sino porque aún hay más de uno que no tiene problemas en buscar disculpas a ese periodo ominoso.

El País. 20 de noviembre 2010

sábado, 20 de noviembre de 2010

Invictus (2009)

I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.

La película estrenada por Clint Eastwood el año pasado y protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon nos traslada a la Sudáfrica de los años noventa, a un país dividido por los rencores sociales, con unos blancos temerosos del nuevo poder negro y con unos negros que buscan restañar las viejas heridas creando unas nuevas. En este contexto tan difícil, Morgan Freeman (como Nelson Mandela) sabe conducir hábilmente la afición por el rugby de los blancos con el mundial de 1995 en el que son anfitriones. Lo que antes era símbolo de división, de opresión, de humillación de una raza sobre otra, se convierte en el símbolo de un país que ha conseguido perdonar y mirar al futuro. Con la inestimable ayuda del capitán del equipo, Matt Damon (como François Pienaar) y de un excelente mundial, Sudáfrica, antes al borde de la autodestrucción, grita unida en el júbilo por la victoria en un deporte que ya es de todos. Para esta generación de jóvenes para los que Nelson Mandela era ya un político sudafricano retirado, premio Nobel de la Paz, descubrir esta figura a través de esta película es redescubrir el poder de la compasión y del perdón por encima del odio, la venganza y la violencia: una forma de hacer política cuando la política es verdaderamente necesaria, cuando se trata de salvar a un país de la guerra civil y reconstruirlo sobre su reconciliación. Puede que por ello a veces sufra la justicia, pero ¿qué mejor justicia que dejar un país reconciliado para el futuro?


martes, 16 de noviembre de 2010

Las ideologías en el siglo XXI

A estas alturas de siglo, las ideologías pintan bastante poco por una sencilla razón: hay una ideología hegemónica, a saber, la democrática. Entorno a la defensa del sistema de gobierno democrático están, eso sí, diversas corrientes ideológicas integradas: la socialdemocracia, el conservadurismo y el liberalismo con toda su heterodoxia. No obstante la hegemonía del movimiento democrático, no está de más recordar que hay divergencias dentro de esa forma de pensamiento, de ahí que sea democrático en el sentido moderno del término. Tampoco está de más recordar que las tradicionales divisiones entre izquierda y derecha están más que superadas. Por ello, para este análisis he considerado apropiado elaborar un gráfico que recoja las distintas ideologías en función del efecto que dos variables tienen en la libertad individual.
Las dos variables seleccionadas son “estatismo” y “moralismo”.

Figura 1

Así, un mayor estatismo implica un menor grado de libertad individual y del mismo modo sucede con el moralismo. No obstante, antes conviene aclarar a qué me refiero exactamente por “estatismo” y “moralismo” porque, sin duda, el moralismo es otro tipo de estatismo. La variable “estatismo” que manejo en el gráfico alude al tamaño del Estado deseable para la ideología, eso incluye la intervención pública en la economía, pero no sólo en la economía. También puede aludir a las funciones de seguridad que postula la ideología (o a su ausencia) y al militarismo. Por contra, el moralismo alude no ya al tamaño del Estado sino al nivel de legislación de carácter moralizante de éste, lo que es bien distinto. Se puede prohibir, por ejemplo, el tráfico de bebidas alcohólicas en un país con un Estado pequeño como los EEUU de los años de la ley seca, lo que aconseja un análisis separado de ambas variables. Por contra, también puede haber un cierto nivel de moralismo en una ideología que, como el anarcocolectivismo, propugna la extinción del Estado. Así, propongo superar los viejos conceptos de izquierda y derecha por un nuevo concepto que integre a éstos y los combine con la altura. Puede sonar absurdo, pero es más interesante hablar de izquierda alta, media o baja, y de derecha alta, media o baja.

Pasaré, pues, a un análisis más detallado de cada ideología y su ubicación. Empezaré por las más restrictivas de todas: el comunismo y el fascismo. A este respecto, conviene recordar que no he considerado la supuesta bondad o maldad de los fundamentos de una ideología sino el efecto que sus postulados tiene para la libertad individual [1]. Así, tanto fascismo como comunismo están a un nivel exorbitante de restricción de la libertad desde ambos puntos de vista. El fascismo, por ejemplo, propugna un Estado menos intervencionista económicamente, pero con un mercado altamente planificado y, generalmente, con una economía dirigida de guerra porque el fascismo, por su militarismo, suele llevar inevitablemente a la guerra. Esto hace que sea una ideología tan estatista como la comunista a pesar de su relativa mayor manga ancha económica. Por otro lado, el fascismo es altamente moralizante porque supedita la vida de los individuos al bien del Estado (a nivel étnico, de fomento de la natalidad, de belicismo). Las consecuencias son muy perversas como se ha podido ver en la Alemania del III Reich o en la Italia de Mussolinni. El comunismo, por contra, de un menor militarismo, suele centrar su opresión sobre el mercado, que está más intervenido generalmente que en un régimen fascista. A la larga, el comunismo es probable que lleve igualmente al imperialismo. Sucedió con la URSS y es una tendencia natural en este tipo de regímenes. Finalmente, según el cuadro, tanto fascismo como comunismo son una ideología de “derecha alta”.

Una vez analizadas las ideologías totalitarias, analizaré las democráticas. En primer lugar, la socialdemocracia propugna un Estado fuertemente intervencionista en lo económico para hacer frente a unos servicios esenciales prestados por empresas públicas u organismos de titularidad estatal. Sostiene, pues, a diferencia del liberalismo, la necesidad de que los bienes de producción de los servicios esenciales sean de titularidad estatal. Por otro lado, la socialdemocracia suele promover medidas menos “moralizantes” que los conservadores, además de haber contribuido a desarmar el “Estado puritano” de la postguerra mundial. No obstante, los liberal-progresistas propugnan desarmar aún en mayor medida parte de la legislación puritana que aún se encuentra en las sociedades occidentales y que eluden problemas tan importantes como la prostitución o la droga. Así, la socialdemocracia es una ideología de “izquierda medio-alta”.

En segundo lugar, el conservadurismo tiende a conservar, como su nombre indica, los desarmes del “Estado puritano” promovidos por la socialdemocracia, pero, cuando éstos se proponen, siempre se oponen. Cuando hay avances, intentan detenerlos por todos los medios, sin embargo, cuando éstos se han asentado, los sostienen. Por ello, el conservadurismo tiene un tinte moralizante mayor. Acerca de su estatismo, suelen sostener posturas más cercanas al liberalismo, pero sin tocar las joyas de la corona del Estado del Bienestar. De este modo, el conservadurismo se configura como una ideología de “centro medio”.

En tercer lugar, he dividido el liberalismo en dos corrientes: progresista (izquierda medio-baja) y conservadora (centro medio-bajo). Baste decir que ambas sostienen políticas económicas liberalizadoras que empequeñezcan al Estado sin perjuicio de la garantía de los servicios esenciales que pueden prestarse en régimen de libre mercado con subvenciones directas a las familias de rentas más bajas (función de subsidiariedad del Estado). Los liberales progresistas, además de querer “desarmar” el Estado del Bienestar, buscan avanzar más en el desarme del “Estado puritano”. Ese deshacer, en cualquier caso, es el rasgo esencial del liberalismo: ampliar el ámbito de autonomía individual frente al poder coercitivo del Estado. El liberalismo conservador, en contradicción con este principio, sostiene posturas moralizantes similares al conservadurismo.

Para terminar, sólo queda un tercer bloque ideológico por analizar: las corrientes libertarias, que son muchas más, pero que he agrupado en dos, a saber, el anarcoindividualismo (izquierda baja) y el anarcocolectivismo (centro bajo). Ambos buscan la extinción del Estado, se sitúan, por consiguiente, en lo más bajo del cuadro. Sin embargo, frente al máximo laissez faire del anarcoindividualismo, el anarcocolectivismo propone un tipo de intervención que, si bien no puede llamarse propiamente estatista, es, en cierto sentido, moralizante. Desde un punto de vista meramente económico, ese intervencionismo se muestra en forma de colectivizaciones y en la ulterior autogestión obrera. Como es sabido, sin protección de la propiedad privada no puede haber libertad plena en su sentido negativo (ausencia de injerencia), al menos no en la medida en que la expropiación en sí es ya una injerencia que alcanza su grado máximo en el comunismo y en el anarcocolectivismo (por la ausencia de garantías legales e indemnización). Si el primero expropia para el Estado (nacionalización), el segundo expropia para los trabajadores de la fábrica en cuestión (colectivización). La otra cuestión en la que el anarcocolectivismo se muestra especialmente perjudicial para la libertad es el de la “libertad de conciencia”. Su particular belicosidad hacia la religión no deja de tener, aunque en un sentido opuesto al conservador, un efecto moralizante patente.

De esta forma, las ideologías pueden dividirse en tres bloques: el totalitario, de “derecha alta”; el democrático, de “centro-izquierda media”; y el libertario, de “centro-izquierda baja”. Con esto, las viejas simplificaciones alcanzan un sentido mucho más pleno, eso sí, desde un punto de vista de la libertad individual.

______
[1] Sobre los fundamentos teóricos de ambas ideologías, que no he tenido en consideración a la hora de elaborar el gráfico, adelanto que son igualmente perversos para la libertad individual contra la opinión general de que “el comunismo es muy bonito en la teoría, pero no funciona en la práctica”. Acerca de esta cuestión publicaré otro artículo.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Visita de Ratzinger a España

La visita de Benedicto XVI a España no nos ha gustado a muchos, no porque no pueda ir a España, puede hacerlo cuando quiera, sino por los mimos y atenciones de las autoridades y por los gastos que comporta para el erario público. Y, no, la excusa que muchos procatólicos emplean: “es que el Papa es un jefe de Estado extranjero y, como tal, merece esas atenciones” no cuela. No nos lo creemos. Ningún jefe de Estado va de visita a un país extranjero y le dice lo que tiene que hacer con su legislación interna. Así que si Benedicto XVI quiere tener las atenciones de un jefe de Estado, que vaya de visita y no a meterse en asuntos de política interna que tienen que discutir, en su caso, nuestros políticos y no los teócratas de una potencia extranjera.

En cualquier caso, la excusa es aún más ridícula teniendo en cuenta que no se trataba de una visita oficial. Benedicto XVI ha ido a España a conciencia con la intención de perpetrar una injerencia en temas domésticos y, encima, los reyes y demás autoridades, incluyendo a algunos socialistas, le miman. Por eso quiero que mis representantes sepan que me avergüenzan y me abochornan. Que ese señor, representante de una de las pocas dictaduras de Europa, vaya a mi país y le traten con tanta cortesía... Prefiero con creces el sutil cinismo y la fina distancia con que lo recibieron en el Reino Unido hace un par de meses. Al menos, alabo que hubiera poca asistencia por parte del público y protestas en Barcelona. Eso dignifica a esa ciudad.

Sin embargo, para colmo, el gobierno suspende la tramitación de la Ley de Libertad Religiosa y unos padres de Almendralejo consiguen, por fin, que el colegio público al que van sus hijos sea condenado a retirar los símbolos católicos. Ambas noticias son indignantes. La primera, porque pone en evidencia lo de siempre: que en España el PSOE, o cualquiera que quiera la libertad religiosa por más que le pese a la iglesia, tiene que pedir perdón por ser un progre "quema-iglesias". La segunda, porque a estas alturas de película parece mentira que España sea una democracia si la educación pública sigue tomada por las tradiciones católicas. Que unos padres tengan que lidiar la que han lidiado para tan pequeña, pero simbólica conquista es bochornoso. ¿Dónde queda el Estado de Derecho? ¿No es suficiente pedir el cumplimiento de la norma a la Administración? Se ve que no.

En cualquier caso, me alegra haber leído el artículo de Fernando Savater “¿Hasta cuándo?”, publicado en El País el martes. Por lo menos, queda alguien sensato capaz de sostener su voz contra la masa “genuflexa” que alaba al ex gran inquisidor como un intelectual. Os dejo algunos extractos que me parecen esclarecedores:

¿Acaso aún no han aprendido que la Iglesia es insaciable y se toma todas las concesiones sin agradecimiento por lo que se le da y con aire ofendido por lo que aún se le niega?
El Papa denuncia el terrible laicismo de España no solo a pesar de que recibe en su viaje la pleitesía exagerada de todas las autoridades civiles, no solo pese al financiamiento y privilegios fiscales de la Iglesia, no solo a pesar de que se mantiene el concordato de origen franquista que impone la presencia clerical en la educación y hasta en el ejército, sino por los terribles agravios y la "persecución" que sufre por parte de un Parlamento que legisla sobre el aborto o sobre el matrimonio homosexual sin obedecer al clero y que hasta pretende sustentar una asignatura de educación cívica que no cuenta con el níhil óbstat episcopal.
[Ratzinger] Destaca precisamente en teología, una de las ciencias más útiles y con mayor futuro, la única que inventa su objeto mientras dogmatiza sobre él. Por eso puede establecer con especial autoridad la relación entre verdad y libertad. Porque la verdad no es una función que se alcanza a través de la razón que observa, experimenta y deduce, sino la revelación que llega por la boca del que habla desde la infalibilidad. ¡Abajo el relativismo, escuchemos al Absoluto! Y la libertad, claro, es la de obedecer no a humanos vulgares y a las leyes por ellos consensuadas, sino a quienes representan e interpretan el poder de lo sobrehumano...
El Vaticano es una especie de Arabia Saudí pero decorada por Miguel Ángel y Rafael, lo cual es una gran mejoría estética, aunque en cambio representa poco avance político.

Espero que, al menos, esto les haga reflexionar a algunos "progresistas".


El Papa descansa ya en Roma tras su visita a España


martes, 9 de noviembre de 2010

La construcción de una dictadura: Venezuela (XIII)


Las expropiaciones se han disparado en Venezuela este año y es que el presidente Hugo Chávez está dando un impulso importante a su proceso "revolucionario". Muchas de estas expropiaciones se han llevado a cabo de facto y sin respetar la normativa venezolana. La situación de los ciudadanos es de tal indefensión en ese sentido que cuesta creer que aún haya gente que dé crédito a la calidad democrática de ese país.
______
El Mundo. 20 de septiembre 2010.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Benjamin Tucker. Socialismo de Estado y anarquismo: en qué coinciden y en qué difieren


Estados Unidos tiene una importante tradición anarquista, especialmente de la que ha sido denominada anarcoindividualismo o anarquismo filosófico y que cuenta en el anarcocapitalismo (Rothbard principalmente) una de sus tendencias contemporáneas de mayor importancia. La mayor parte de esa tradición se fraguó en el siglo XIX con pensadores como Spooner, Thoreau, Godwin, Spencer o Stirner. Benjamin Tucker puede contarse entre ellos como un seguidor de la corriente iniciada por Pierre-Joseph Proudhon en Francia conocida como mutualismo y que basa sus premisas en la teoría del valor trabajo.

El texto que traigo hoy se refiere a las diferencias entre el socialismo autoritario, lo que conocemos simplemente como socialismo o comunismo, y el anarquismo. Supone una interesante aproximación a los postulados de la corriente mutualista, que hunde sus raíces en ciertos postulados de Adam Smith, y deja bien claras las diferencias entre los postulados libertarios de esta postura auspiciada por Proudhon, Warren o Tucker y las posiciones autoritarias de Karl Marx.

______

martes, 2 de noviembre de 2010

EL CONTRATO SOCIAL


Jean-Jacques Rousseau
Busma.
175 páginas.

Éste es uno de los grandes clásicos de la ciencia política y todo un reto para el lector, que deberá emplearse a fondo frase por frase y que, aún así, no acabará de sacar conclusiones contundentes. No es que Rousseau sea un autor incomprensible o inabarcable sino que ni él mismo consideraba posible entender por completo este breve ensayo suyo. La obra se estructura en cuatro libros. De ellos, los que considero más interesantes (y más acertados) son los dos primeros.

El primero de todos, aquél en el que plantea la diferencia entre el estado de naturaleza y el estado civil, es una afirmación de la convencionalidad de las sociedades humanas, donde la libertad natural, expuesta a los abusos que en el estado de naturaleza puede ejercer el más fuerte, es sustituída por la libertad civil. La sociedad está compuesta por ciudadanos con derechos y libertades civiles, no ya naturales, que serán al mismo tiempo soberanos y súbditos. Soberanos en tanto que sólo corresponde al cuerpo político (a la voluntad general) establecer deberes para los integrantes de ese mismo cuerpo político, ahora como súbditos de las propias leyes que han aprobado. Será en el segundo libro cuando se haga una afirmación rotunda de la ley como expresión de la voluntad general y del cuerpo político como legislador, que sólo debe encargarse de los asuntos generales, de aprobar leyes y no de aprobarlas, cuestión que alejaría al cuerpo político de la voluntad general para centrarlo en asuntos particulares. En su tercer libro, trata el gobierno y sus formas, con diversas afirmaciones más que cuestionables. Aunque su mayor aportación es la de dejar claro que esta función, la de gobernar, no se ejerce más que por mera delegación o mandato de los soberanos, los ciudadanos, que pueden cambiar el gobierno cuando quieran (esto le acarreará serias dificultades a Rousseau). El último libro, el cuarto, es más un cajón de sastre, un epílogo, sin olvidar la importancia de alguno de sus temas en el conjunto de la obra, a saber, el capítulo sobre la religión civil.

Es evidente que las repercusiones de una obra como ésta fueron importantes y aún hoy es interesante su lectura, para el mejor conocimiento de algunos acontecimientos históricos y para la mayor comprensión de los valores y principios que sustentan nuestro sistema democrático.

______