viernes, 31 de diciembre de 2010

“Die Welle” (2008)

Terminamos el año en Quiero Un Dominio con la película de Dennis Gansel Die Welle (La ola), estrenada en 2008, que plantea una problemática clásica de la ciencia política: la posibilidad de estatuir una dictadura aún en países democráticos y avanzados como los nuestros. Para poner al lector en situación, la cinta alemana se basa en un experimento real llevado a cabo en un instituto californiano por un profesor, Ron Jones, que fue incapaz de contestar por qué la sociedad alemana pudo apoyar el nazismo y, más aún, si eso podía ocurrir en EEUU en ese momento (1967). La pregunta, extensible a otros contextos similares, se plantea en el film en la actual Alemania, donde el protagonista, el profesor de un instituto, lleva a cabo un experimento de características similares al del profesor californiano con resultados igualmente descorazonadores.

Y es que el experimento real en sí y la película nos enfrenta a una realidad del ser humano que puede no gustarnos en absoluto, pero con la que debemos contar: su gregarismo. La necesidad de pertenencia a un grupo, especialmente exacerbada en los adolescentes (sujetos del experimento), junto con la capacidad de atracción que tradicionalmente tiene el papel del líder fuerte en un grupo cohesionado puede llevar a la alienación de los individuos, a la supresión de la individualidad y, finalmente, al trágico sacrificio de los intereses y los derechos individuales en pro de unos intereses colectivos más que cuestionables y que, en cualquier caso, son una horca caudina del grupo sobre el individuo.

Por alguna razón, desde que fuera formulado, creo que por los escolásticos en la Edad Media, el principio del bien común ha sido y seguirá siendo una de las coartadas intelectuales más recurrentes para la inmolación de la libertad humana. En cualquier caso, y esto es probablemente lo que más hay que reseñar de la naturaleza última de este tipo de poder (y yo diría que de todo poder), es la faceta irracional, emocional del ser humano la que juega el papel cohesionador imprescindible. Más allá de cualquier argumento, el triunfo del movimiento denominado “la Ola” y de cualquier otro movimiento político de carácter más o menos autocrático está directamente relacionado con el instinto tribal más primitivo del ser humano que, lejos de ser un llanero solitario que decide asociarse y fundar el cuerpo político para la defensa de sus derechos (teoría política clásica compartida por numerosos autores con distintas variantes) es un ser más bien frágil; necesitado del grupo; arropado y disculpado por la masa inconsciente y ciega, y que encuentra, en última instancia, su más profundo sentido vital en los demás, en el grupo, en la tribu.

Es por ello que cualquier discurso político bien comunicado, especialmente a niveles subconscientes, que apele a lo colectivo tiene tanta fuerza y lo que ha hecho que el motor de reacción de la historia fuera el colectivismo, en sus distintas variantes religiosas y/o políticas, y que ahora parece revestir, bajo la forma del Estado del Bienestar, un aspecto más benigno, pero no potencialmente menos opresivo de las libertades individuales que algunos testarudos heterodoxos se empeñan, nos empeñamos, en defender, frente a la monolítica sociedad del colectivismo. La pluralidad de una sociedad es intrínsecamente buena para el desenvolvimiento de las libertades. Esta clásica lección que ya extrajimos hace tiempo del conocido “Sobre la libertad” milleano está más presente que nunca en esta película. No cabe duda de que la libertad no es fácil ni sale gratis, otra lección que aprendemos en la película, pero antes que caer en la tentación del líder único y fuerte, en el ideal de la planificación, siempre debemos recordar que es mejor equivocarnos por nuestra cuenta que pagar en carne propia los errores ajenos.


Trailer:

lunes, 27 de diciembre de 2010

El asalto final de Hugo Chávez

Toda sociedad en la cual no esté establecida la garantía de los derechos, ni determinada la separación de los poderes, carece de Constitución.

Ya lo ha conseguido, Hugo Chávez es ya, oficialmente, dictador desde el 17 de diciembre, cuando la Asamblea Nacional aprobó una Ley Habilitante por la cual el Presidente de la República Bolivariana tendrá plenos poderes para legislar por decreto-ley en diversos asuntos de carácter muy amplio y que le van a permitir de facto poder prescindir del Parlamento durante 18 meses, el tiempo que queda para las próximas elecciones presidenciales. Venezuela vivía ya, de hecho, en una situación muy comprometida, con un parlamento mayoritariamente oficialista, un poder judicial sometido y un gobierno que domina todas las televisiones y buena parte de la economía nacional, el país había dejado hacía tiempo de ser una democracia burguesa, esa que tanto odia Chávez, para convertirse en un régimen socialista.

En septiembre, las elecciones legislativas venezolanas mostraron al mundo como hay países donde la oposición puede ganar en votos y perder en escaños (¡¿52 % de los votos = 39 % escaños?!). A pesar de ello, Hugo Chávez vio algo mermada su mayoría: ya no podría aprobar leyes orgánicas. Es por ello, que ha tenido tanta urgencia en seguir cercenando la libertad de los venezolanos antes de la apertura de la nueva Asamblea Nacional y ha conseguido, entre otras cosas, aprobar una ley que restringe las libertades en materia de telecomunicaciones y, como no, su ley estrella: la Ley Habilitante. ¿Cuál ha sido la excusa elegida esta vez por el dictador para darse poderes absolutos? ¡Unas inundaciones! Lo que en España se habría quedado en un Real Decreto-ley declarando una zona catastrófica y, posiblemente, en una intervención de la Unidad Militar de Emergencias, es en Venezuela un pretexto suficiente para dar barra libre al gobierno para legislar durante año y medio.

Por otra parte, la historia nos muestra que los dictadores tienen cada vez menos vergüenza: que haga falta una dictadura por unas inundaciones, ¿cómo puede colar eso? Lo que demuestra esto es que Hugo Chávez ha respetado el parlamento en la medida en que era suyo, es decir, que en ningún momento tenía intención de respetar los resultados de las elecciones ni tan siquiera amañadas por su sistema electoral en la medida en que le fueran desfavorables. Ahora es cuando se descubre, si es que alguien aún no lo había hecho ya, el cinismo y la falsedad de este déspota sin escrúpulos que dice pensar en el pueblo mientras le priva de su libertad y lo condena a la miseria.

Y, por si fuera poco, se permite el lujo de dárselas de víctima, de ponerse en el punto de mira y de compartir con su auditorio, al que compadezco, aparentes joyas de una literatura prohibida ¡porque tememos sus ideas! No, Sr. Chávez, no somos nosotros los que tememos sus ideas, es usted el que teme las de los demás y si no, ¿por qué necesita darse poderes absolutos? ¿No será, tal vez, que necesite la fuerza a falta de convicción?




Chávez se hace con el poder absoluto
El País. 26 de diciembre 2010.

sábado, 25 de diciembre de 2010

martes, 21 de diciembre de 2010

REDES: "Magia y neurociencia en red"

En Magia y neurociencia en red, Eduardo Punset aborda de la mano de Susana Martínez-Conde, del Laboratorio de Neurociencia Visual del Instituto Neurológico Barrows (Phoenix, Arizona), la relación entre los trucos de magia y la neurociencia, o cómo engañar a nuestro cerebro aprovechándose de sus mecanismos para fijar la atención.

Redes (13/06/10): Magia y neurociencia en red


sábado, 18 de diciembre de 2010

Madrid


Enclavada en el centro de la península, capital política y económica española, Madrid es una ciudad de paso, pero también una ciudad donde quedarse y eso es lo que la hace particularmente atractiva. Su principal foco de atracción reside en la pluralidad de su sociedad, en Madrid todo el mundo es a la vez un tanto madrileño y un tanto foráneo. Quien no ha vivido hasta su juventud en Asturias, Andalucía, Castilla y León, la Rioja o Extremadura tiene familia, al menos por los padres o los abuelos, fuera de Madrid y algún pretexto para irse de la ciudad en verano y otras ocasiones festivas.

El madrileño tiene fama de chulo: es cierto. Como todo, hay algunos madrileños que responden al estereotipo. Quizás, algunos, si no chulos, pecan de la inocente arrogancia que otorga vivir en la mejor ciudad de España. Pueden permitírselo, más por ignorancia que por prepotencia. En ocasiones les oyes hablar de las deficiencias de otros lugares, pero ¡cómo no se van a quejar! Los que somos de fuera, aun de grandes ciudades, sabemos perfectamente que Madrid tiene una salud pública buena, unos transportes públicos que ya quisieran en el resto de España (y en muchas grandes ciudades del mundo) y, más aún, una oferta cultural al primer nivel de capital europea. El único defecto de Madrid son las “grandes” distancias, que en términos relativos no son tales, y los precios, especialmente de la vivienda, que no es más que la réplica madrileña de un problema nacional de difícil solución.

Pero pasemos a la gente. Madrid es una maqueta a pequeña escala de toda España. Si quieres tener una buena radiografía de ciudades incluso que no conoces, puedes hacerlo porque conocerás de cerca a gente de casi todo el país y ellos te darán una perspectiva mucho más fidedigna que una visita turística tradicional. Toda esa gente trasluce después de todo la idiosincrasia de sus lugares de procedencia. Por lo que respecta a los madrileños, son tremendamente abiertos. A pesar de lo que piensen muchos foráneos, un madrileño es, por lo general, mucho más abierto que cualquier ciudadano equiparable de provincias. La razón es obvia. Por mucho que un madrileño se haya empeñado en vivir cerrado en su burbuja exclusivamente, por mucho que haya huido de todo lo “extraño” a su entorno tradicional, el cosmopolitismo habrá ido a él, para él lo tradicional es el cosmopolitismo puro, especialmente en las generaciones jóvenes que conocen ese Madrid no ya lleno de “provincianos” sino también de todo tipo de ciudadanos del mundo de todas las razas y culturas. Es verdad que a muchos de ellos sólo los verá en el Metro y apenas sí tendrá conocimiento de la menor circunstancia personal, pero tratará con algunos antes o después y, en cualquier caso, su simple vista le será familiar. Por suerte, en la España presente ver a un extranjero ha dejado de ser algo “exótico”.

Aunque, sin duda, lo mejor de Madrid es que no es unívoca sino, más bien, plural y polimorfa. Hay muchos “madriles”, muchos ambientes diferenciados y doy por seguro que cualquiera que vaya allí encontrará su Madrid particular. No se trata sólo de salir de fiesta, lo cual puede hacerse cualquier día de la semana y a casi cualquier hora del día siempre que tengas gente y algo de dinero, sino de todo lo demás: trabajo, estudios. Aquél entorno que busques, lo que sea acorde con tus intereses seguramente estará allí. Pero, no nos engañemos, en Madrid hay de todo y conviven en una singular armonía desde los “anarcas” que “okupan” viviendas vacías hasta la cerrada clase medio-alta del barrio de Salamanca, siempre tan bien vestida, siempre de aspecto distante, pero de trato cordial. Algo que agradeceré siempre de los madrileños es la natural amabilidad con la que puedes tratarles sin que pretendan saberlo todo sobre ti. La afabilidad, que en algunos sitios es fatalmente confundida con la invasión de la intimidad, adquiere en Madrid un nuevo significado.

Por otro lado, la sociedad madrileña no deja de ser generalmente tradicional. Pero, lejos de lo que pueda parecer, un conservador madrileño es, en realidad, más abierto que un “progresista” provinciano. El conservadurismo en Madrid es más bien la pose de quien quiere mostrarse no engañado por la “progresía” que desgobierna otras comunidades autónomas, pero que es, a la postre, más abierto y respetuoso que la media de la población en otros lugares. Seguramente sólo Barcelona podría competir en este sentido con Madrid y es algo que no he tenido el placer de comprobar personalmente. Como comentaba con una familiar y amiga mía, Madrid es una ciudad donde descubrirse. Madrid tiene la virtud de facilitar a la persona el despliegue de todo su potencial para poder así volar hacia sus sueños. ¿Quién no ha vivido en Madrid y no se ha enamorado de ella?

martes, 14 de diciembre de 2010

Discurso de Mario Vargas Llosa por el Nobel

Hace unos días pude disfrutar, no sin cierto retraso, del discurso dado por el Premio Nobel de Literatura de este año, Mario Vargas Llosa, y no quería dejar pasar la oportunidad de compartirlo con vosotros porque es un discurso brillante no exento de momentos muy emotivos.

Esencialmente, se trata de un elogio de la literatura, de la necesidad de la ficción, de la ficción como motor de progreso de la humanidad, pero, también, como arma contra la "insuficiencia" de la vida y, yo diría, contra sus sinsabores. Es un elogio de la democracia y de la libertad, no sin un paseo por el recorrido ideológico y vital del escritor. En su juventud fue marxista –reconoce–, pero luego las desilusiones y algunas buenas influencias intelectuales como Isaiah Berlin o Karl Popper, le hicieron volverse liberal. Pero en definitiva lo más fructífero del discurso reside en la extraordinaria sensibilidad del escritor que destaca la capacidad de la literatura para llegar por igual a todos los seres humanos, su capacidad de traspasar las barreras de los prejuicios, las nacionalidades, las religiones y demás muros que nos separan o que algunos tratan de construir para separarnos.

Para Vargas Llosa la literatura no es un medio de vida. Claro que es su profesión y que disfruta de una posición acomodada por ella, pero para él es ante todo una forma de vivir porque probablemente sin ella, tampoco sin su mujer, no pudiera haber seguido adelante. Y es así como nos lleva a su pérdida del paraíso de la infancia y a la ficción como un refugio. “Mario, tú sólo sirves para escribir” –dice el Nobel citando a su mujer. "¡Menos mal que ha podido dedicarse a ello!" –pensamos los demás con alivio.









sábado, 11 de diciembre de 2010

El antifranquismo en el siglo XXI

Hace unas semanas leí con sorpresa y alegría un par de tweets de mi amigo Israel que decían lo siguiente:

No sé quien es más anafalbeto, el que se cree franquista o el que se cree antifranquista sin haberlo vivido.
Ser antifranquista en el 2010 es como ser anticarlista, esas épocas pasaron, es bueno conocerlas pero no creer que se vive allí.

[1] Todo ello coincidió en plena polémica sobre el Valle de los Caídos, sobre la que yo mismo publiqué y, por la postura que yo sostengo, creo que puedo sentirme identificado entre los analfabetos antifranquistas del 2010. De modo que me alegrará mucho explicar por qué creo que esos dos tweets están en un error (y así de paso mi amigo y yo nos entretenemos un poco). En primer lugar, me resulta curioso como para buena parte de la derecha española no tiene sentido ser antifranquista ahora, pero sí tiene sentido ser antiestalinista, por ejemplo, o sí tiene sentido publicar artículos en Libertad Digital recordando las masacres de Pol Pot y otros déspotas comunistas. Es curioso que tenga sentido ser "antidictaduras comunistas" del pasado, pero sea absurdo ser "antidictaduras conservadoras/militares/eclesiásticas" del pasado. Según uno se oponga a una dictadura u otra se es analfabeto o no y pasar página tiene sentido con unas dictaduras, pero no con otras. ¡Es muy divertido! Parece que el baremo que se aplica tiene algunos fallos.

Una vez sentados estos hechos curiosos de la prensa liberal-conservadora, voy a explicar por qué sí tiene sentido ser antifranquista, ser antipolpot, ser antiestalinista, ser antinazi o antifascista en el 2010. Es muy sencillo, ser demócrata nos lleva inevitablemente a considerar una aberración cualquier forma de gobierno basada en la tiranía y no en el Estado de Derecho y el sufragio. Y es que muchos encuentran argumentos para rebajar el nivel de exigencia política en ese sentido. Argumentos como, por ejemplo, “no podemos juzgar con la mentalidad del presente hechos del pasado”. O, del tipo, “es que dadas las circunstancias”. En el fondo, el débil y ecléctico pragmatismo que coquetea con dictadores de tiempos pretéritos no deja de ser una muestra de falta de convicciones democráticas. Porque sí, es muy fácil ser antifranquista ahora y mucho más fácil aún ser antiestalinista ahora que Stalin es un mal recuerdo y sí, probablemente la mayoría seríamos unos cobardes incapaces de enfrentar unos poderes opresivos de esas características. Es algo para lo que, por suerte, no hemos sido probados todavía por las circunstancias. Pero he aquí el sentido de ser antifranquista ahora. Si queremos que eso no se vuelva a repetir, tenemos que dejar sentados firmemente nuestras convicciones democráticas y buena parte de eso consiste en deslegitimar regímenes totalitarios del pasado. Porque sí, fueran las circunstancias que fueran, es mucho más fácil encontrar pretextos para dictaduras también en el presente si sabemos encontrarlos en el pasado. Lo que debemos hacer, por contra, es ver qué argumentos emplearon en el pasado aquellos que permitieron el ascenso de las dictaduras y rebatirlos. Eso, claro está, siempre que consideremos que una dictadura es intrínsecamente un mal y que merece ser combatida sea cuales sean las circunstancias. La cuestión es ¿de verdad creemos que todas las dictaduras son un mal o, por contra, creemos que algunas son o pudieron ser un mal necesario?

[1] He considerado los tweets de Israel como un pretexto para rebatir posturas que considero generalizadas en cierto sector de la derecha española. La postura personal de Israel, más allá de lo que dicen los tweets, podrá aclararla en un comentario.

Israelem. Eclosion Liberal

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Wikileaks


El secreto diplomático y el secreto de Estado es un gran invento por el cual los gobiernos pueden hacer todo tipo de fechorías y artimañas que seguramente la opinión pública desaprobaría, pero que “las circunstancias” mandan. Digamos que es una suerte de coartada intelectual y jurídica para que la acción del Estado quede en una cómoda sombra, oculta a los inocentes ojos de unos ciudadanos que no están preparados para saber toda la verdad por lo aterradora que es. Y no faltará quien diga que el bien común y los intereses nacionales necesitan esa discreción y, por qué no, esa discrecionalidad: “¡qué el Estado haga lo que quiera!” Es la consigna. Entonces llega Wikileaks y filtra cientos de miles de documentos que muestran a plena luz del día los entresijos de la diplomacia norteamericana y, con ella, muchos asuntos domésticos de multitud de países, entre ellos, España.

Algunos, insisto, dirán que esto no se puede consentir y que las filtraciones son un problema para la seguridad y los intereses nacionales. Vendrán con argumentos pragmáticos justificando la opacidad en la actuación del Estado. Sin embargo, todas estas revelaciones son un servicio fundamental y el papel que juega Wikileaks en todo esto es clave. Tan clave como otras tantas filtraciones históricas que han destapado escándalos como el Watergate. Y es que el Estado, a diferencia de un particular, tiene que estar sometido al escrutinio público en su actuación, especialmente en aquellos asuntos que conciernan a la opinión pública por su interés político y, en algunos casos, incluso jurídico.

En este contexto, Wikileaks es uno de esos fenómenos entrañables de este periodo de la era digital que lamento que pronto veremos con nostalgia: esa época en la que Internet era lento, pero aún era libre. Y es que los distintos gobiernos occidentales ya se han puesto manos a la obra en algo que era más que previsible: silenciar a Wikileaks. Y todo ello por una sencilla razón, lo que Wikileaks ofrece es demasiado bueno para saberse. Si alguien pensaba que las democracias occidentales son paraísos de la libertad, se equivoca. Los Estados democráticos toleran las discrepancias políticas y culturales al uso, pero no están dispuestos a permitir que sus actuaciones sean tan transparentes. Después de todo, también la democracia tiene sus tabúes.

El País. 3 de diciembre 2010.

lunes, 6 de diciembre de 2010

La reforma constitucional


Una de las “maldiciones” de este país es que nunca hemos conseguido reformar una constitución. Siempre hemos hecho una constitución de nueva planta sin respetar los procedimientos de la anterior y las hemos hecho, con carácter general, de forma partidaria, de ahí la inestabilidad que han padecido siempre. Quizás haya dos excepciones notables, dos casos de consenso, la Constitución de la restauración monárquica de 1876 [1] y, poco después de un siglo, la Constitución de la instauración monárquica de 1978.

A pesar de tener siempre ese defecto, nunca nos hemos desanimado para poner rígidos artículos de reforma constitucional. Siempre que hemos hecho una constitución hemos pensado, cuando menos, que iba a durar mucho si no, eternamente. Lo que nunca pensaban los constituyentes era que una constitución rígida es una hipoteca para el futuro político de un país. La tradición anglosajona, más al contrario, se basa en la flexibilidad. En EEUU, por ejemplo, las primeras enmiendas se añadieron nada más aprobada la constitución porque muchos Estados condicionaron su aprobación a la inclusión de una lista de derechos, a pesar de que las constituciones estatales ya los protegían. Desde entonces, añadir enmiendas ha sido algo de lo más natural y aún conservan, salvo algunos cambios, la misma Constitución que elaboraron los padres fundadores. Sobre los ingleses, en fin, su constitución se basa en una serie de costumbres que hacen que el sistema sea mucho más estable que un texto emanado de un constituyente como el español que muchas veces gozaba de un poder precario.

Nuestro principal problema ha sido que el constituyente buscaba hacer política con la constitución, imponer así un programa político y blindarlo, pero una constitución, por contra, debe ser un texto que permita diversos, incluso contradictorios, programas de gobierno. Ése no es el problema de nuestra actual Constitución. De hecho, se ha mostrado tan flexible en su aplicación como parece ser a simple vista y en esa flexibilidad ha residido su estabilidad, salvo en un aspecto: su reforma. Reformar esta Constitución es tan difícil como lo ha sido siempre en España. Los núcleos duros exigen una mayoría parlamentaria amplísima antes y después de aprobada la reforma además de unas elecciones en medio y un referéndum. Siendo realistas, las probabilidades de que esta Constitución se reforme sustancialmente son muy bajas.

La finalidad de tanta rigidez está clara: evitar que las reformas esenciales se elaboren sin consenso, pero esto, que es tan razonable, es absurdo imponérselo al constituyente del futuro porque, en el fondo, como demuestra la historia, ni la más sensata de las constituciones tiene nada que hacer con un constituyente futuro tozudo y partidario. Sin embargo, una forma inevitable de que se deteriore la vida política es tener una constitución irreformable como la nuestra porque, al final, los errores del constituyente son incorregibles salvo, claro está, con una constitución de nuevo cuño.

Pero el lector se preguntará: ¿si puede haber consenso para una constitución nueva por qué, entonces, no va a haber consenso para una reforma de una constitución rígida? El motivo es sencillo. En una constitución rígida, quien tiene el mayor poder negociador es el sector inmovilista que con tan sólo un 34 % de los escaños ya puede bloquear cualquier posibilidad de reforma. Así, bajo la bienintencionada búsqueda de una reforma consensuada se consigue, en la práctica, que no haya reforma alguna. Por contra, en un nuevo proceso constituyente, quien tiene menor poder negociador es precisamente el sector inmovilista ya que, si se opone a todo, puede acabar desapareciendo como fuerza política en el nuevo régimen si éste funciona. De forma que, paradójicamente, la mejor forma de que haya consenso es que no haya obligación legal alguna de que este consenso exista. Y así sucedió en la transición. Todos tenían muchas esperanzas de que el nuevo régimen durase, de que fuera estable, nadie tenía obligación legal de pactar, pero todos buscaron el consenso porque no querían dar la impresión a la sociedad española de que se quedaban al margen. Todos, claro, salvo Alianza Popular y el PNV. De hecho, AP pagó muy cara esa deslealtad hacia las nuevas instituciones democráticas y no fue hasta 1996 cuando lograron ganar unas elecciones después de haber hecho un completo cambio de cara, de haber absorbido a la UCD y de haberle cambiado el nombre al partido. Fraga seguía mandando en la sombra, pero él ya nunca llegaría a la Moncloa.

En la actualidad, hay varios aspectos importantes sobre los que abordar una reforma constitucional. En primer lugar, la reforma de la corona, un tema intocable ya que muchos temen que se abra la veda de la República, esa bestia negra de muchos, que aún piensan que el fracaso de la democracia en los años treinta se debió a la forma de gobierno republicana y no a la ineptitud de una clase política inoperante, a la situación de grave crisis internacional, a unas minorías políticas radicalizadas y a unos militares cainitas. En segundo lugar, la reforma del sistema territorial para adoptar una forma federal cooperativa que frenaría en seco a los nacionalistas, pero que tanto teme otro sector importante de la política española que ve en la forma federal la desmembración de España. En tercer lugar, la reforma del sistema electoral que, aunque puede hacerse a través de ley orgánica debería ir acompañada de un cambio en la estructura del poder legislativo para convertir el Senado en una cámara de representación de los gobiernos estatales con potestad legislativa única y exclusivamente en aquellos aspectos de competencia compartida. Finalmente, la reforma del sistema judicial, otra reforma que puede hacerse por ley orgánica, pero cuyos elementos esenciales deberían tener rango constitucional, por ejemplo, el nombramiento de los magistrados del Tribunal Constitucional o la formación y las facultades del CGPJ. Todo ello para hacer el sistema más transparente y democrático.

Sin embargo, todas estas reformas que propongo y que creo que son necesarias son un tema tabú. En la coyuntura actual, nadie está dispuesto a emprender una reforma de ese calado. En primer lugar, porque nadie tiene la capacidad para impulsar el proceso habida cuenta de las restricciones que impone el proceso agravado de reforma. En segundo lugar, ni siquiera hay consenso sobre cómo debe ser el Estado en el marco de la actual constitución ¿cómo va a haber consenso para aprobar una estructura federal? Y, en fin, sobre los demás aspectos, tocan tantos intereses del “status quo” que es prácticamente imposible que se plantee si quiera su reforma. Pero el problema de fondo es que no hay una opinión pública mayoritariamente volcada en una reforma de estas características. En este tipo de situaciones, los que ganan son los pragmáticos: ¿a quién le interesa tocar el edificio si más o menos se tiene en pie y funciona? El problema vendrá cuando los problemas se hayan enquistado de tal forma que sea imposible abordar su solución sin un cambio de régimen y, en ese sentido, hay varios aspectos que pueden deteriorar mucho la vida pública, principalmente, la cuestión electoral y el sistema territorial. ¿Cuándo será el pueblo español lo suficientemente maduro como para afrontar estos temas sin complejos ni castellanismos absurdos?

[1] Fe de erratas: la Constitución de la restauración monárquica no se promulgó en 1874, que es cuando se alumbra el nuevo régimen sino en 1876.

sábado, 4 de diciembre de 2010

DESAYUNO EN TIFFANY'S


Truman Capote
Anagrama. Colección compactos.
97 páginas.

A menudo se ha dicho que esta breve novela es suficiente para consagrar a un autor, aunque Truman Capote no sólo destacó por ella. Desayuno en Tiffany's es la historia de una joven, Holly Golihgtly, contada desde la perspectiva de un vecino suyo, escritor de poco éxito y amante platónico. El estilo, lleno de vivacidad, nos trasporta a la provisionalidad y a la precariedad del devenir de la protagonista que, de vida desconocida y aparentemente heterodoxa, se deja seducir por la noche neoyorkina y el dinero fácil de un capo de la mafia al que visita semanalmente en la cárcel. La independencia, pero también la fragilidad se palpan en una existencia, la de Holly, que, construida sobre el exilio de un pasado difícil, parece no tener un futuro claro, sin que el desenlace parezca sorprendente. El desayuno en Tiffany's no es más que el anhelo de una vida de glamour que, si fue, no tuvo nada de glamurosa y que, en cualquier caso, ya nunca será. Después de todo, aquello no era más que un espejismo, el vano deseo de quien no sabe qué rumbo dar a su vida.

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