martes, 2 de junio de 2009

Lo que Korda no fotografió

Eduardo Galeano, periodista y escritor uruguayo, escribió hace algún tiempo sobre las bondades del régimen castrista en general y sobre la persona del propio Fidel en particular. Decía que no fue por hechizo de Mandinga ni por milagro de Dios que esa nueva patria que había surgido a finales de los cincuenta pudo sobrevivir a diez presidentes de los Estados Unidos, que tenían puesta la servilleta para almorzarla con cuchillo y tenedor. Decía también que, a pesar de todos los pesares, a pesar de las agresiones de afuera y de las arbitrariedades de adentro, esa isla sufrida pero porfiadamente alegre había generado la sociedad latinoamericana menos injusta.

Y tenía razón Galeano con todo ello. Es cierto que una nación como Cuba, en muchas ocasiones, no ha podido ser lo que ha deseado, sino lo que le han dejado. Y también es cierto que, cuando uno camina por la Habana Vieja, los viandantes se muestran, si uno se pone a pensar en sus estrecheces, incluso demasiado afables y amistosos para lo que deberían. Lo que quizá no tuvo en cuenta el uruguayo es que esa sociedad del día a día continúa, pese a los avances lógicos de la apertura, camino de ahogarse en su propio conformismo.

Uno no puede dejar de estremecerse viendo la famosa instantánea que Alberto Korda, el fotógrafo más ilustre del régimen, tomó a Ernesto Guevara cuando éste contemplaba el cortejo fúnebre de los caídos en el sabotaje del barco Le Coubre por parte de la CIA, el 5 de marzo de 1960. Se dice que, en esa foto, el Ché lleva la multitud en los ojos. Desgraciadamente, ese pueblo combativo capaz de vivir en la selva y de echarse a los manglares a cambio de un pedazo de libertad hace mucho tiempo que sólo se puede ver en las viejas fotos que ilustran los libros. Mucho me temo que, hoy en día, si el propio Korda saliese a la calle con su vieja cámara Leica en una mano y su lente de 90 milímetros en la otra, no podría inmortalizar nada demasiado trascendente, más allá del folklore y las miserias de un pueblo que, espiritualmente, es una sombra de lo que fue. Podría fotografiar la belleza de alguna bella mulata o el sosiego de una partida de dominó en la que no existe otro anhelo que pasar una tarde tras la cual vendrá otra, y después otra, y después otra igual.

El pueblo cubano está cansado. El pueblo cubano está hastiado. El pueblo cubano habla de Fidel como en España se habla de Franco. Pero nadie mueve un dedo porque su hijo o su nieto no conozcan la rutina que devora actualmente sus existencias, quizá esperando la muerte del patriarca, quizá esperando que alguien vuelva a desembarcar en Playa Girón salvándoles de los que fueron sus salvadores. Y créanme cuando les digo que Alberto Korda jamás fotografió una Cuba de esta guisa.




1 comentario:

Anónimo dijo...

Grandísimo. Ya era hora de que alguien que no fuera Pepe escribiera un artículo para variar un poco. Mis felicitaciones, Fran.

Un saludo,

Gabri.