Fuente: Telegraph.co.uk
Recientemente, David Cameron ha presentado una curiosa propuesta que pasó desapercibida en la campaña electoral y que es cuanto menos curiosa. Recibe el nombre de Big Society y parece ser la propuesta estrella del Primer Ministro británico para devolver poder al pueblo, especialmente centrado en fomentar los proyectos locales: de las comunidades, de los vecindarios; proyectos en los que se interesen los propios afectados y que se muevan sobre la base del voluntariado, de organizaciones sin ánimo de lucro y empresas. Todo ello contará con la asistencia de los funcionarios en cuestiones técnicas y burocráticas, y con el apoyo financiero del dormant bank en el marco de una nueva cultura basada en la filantropía y de una reforma del sector público. Todo este proyecto que suena a la vez inconmensurable y utópico se va a poner en marcha en cuatro áreas que ya han presentado sus proyectos. No obstante, a pesar de lo bien que puede sonar este giro copernicano hacia la autogestión de las comunidades locales en ciertos servicios, hay varias cosas que no encajan:
(i) La primera es que es un proyecto que parte de la voluntad del planificador centralista, en este caso, del gobierno británico, lo que no le augura ninguna garantía de éxito ya que es más bien la propia sociedad civil y los individuos los que deben poner en marcha estos proyectos per se sin la intervención de una autoridad central. Para eso sí es cierto que se requiere que el Estado retraiga sus tentáculos y eso sí puede ser loable en este proyecto.
(ii) En segundo lugar, y esto puede sonar contradictorio con lo que he afirmado anteriormente, este plan no puede ni debe ser un pretexto para que el Estado deje de garantizar la asistencia en determinados servicios esenciales (sanidad o educación) sin que ello requiera, por supuesto, la titularidad pública de las empresas prestadoras de esos servicios. Lo que sí puede ser positivo es que se tenga en cuenta la opinión de las comunidades locales en la prestación de determinados servicios públicos, lo que también aparece incluido en el proyecto.
En cualquier caso, el proyecto parece una extraña retirada proactiva del Estado en determinados aspectos de la vida local que puede ser bien recibida siempre que dicha proactividad no resulte en un mayor intervencionismo solapado. Habrá que estar atentos, pues, a la evolución de este proyecto que, de salir bien, puede ser un ejemplo a imitar.
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Telegraph. 19 julio 2010
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