martes, 16 de noviembre de 2010

Las ideologías en el siglo XXI

A estas alturas de siglo, las ideologías pintan bastante poco por una sencilla razón: hay una ideología hegemónica, a saber, la democrática. Entorno a la defensa del sistema de gobierno democrático están, eso sí, diversas corrientes ideológicas integradas: la socialdemocracia, el conservadurismo y el liberalismo con toda su heterodoxia. No obstante la hegemonía del movimiento democrático, no está de más recordar que hay divergencias dentro de esa forma de pensamiento, de ahí que sea democrático en el sentido moderno del término. Tampoco está de más recordar que las tradicionales divisiones entre izquierda y derecha están más que superadas. Por ello, para este análisis he considerado apropiado elaborar un gráfico que recoja las distintas ideologías en función del efecto que dos variables tienen en la libertad individual.
Las dos variables seleccionadas son “estatismo” y “moralismo”.

Figura 1

Así, un mayor estatismo implica un menor grado de libertad individual y del mismo modo sucede con el moralismo. No obstante, antes conviene aclarar a qué me refiero exactamente por “estatismo” y “moralismo” porque, sin duda, el moralismo es otro tipo de estatismo. La variable “estatismo” que manejo en el gráfico alude al tamaño del Estado deseable para la ideología, eso incluye la intervención pública en la economía, pero no sólo en la economía. También puede aludir a las funciones de seguridad que postula la ideología (o a su ausencia) y al militarismo. Por contra, el moralismo alude no ya al tamaño del Estado sino al nivel de legislación de carácter moralizante de éste, lo que es bien distinto. Se puede prohibir, por ejemplo, el tráfico de bebidas alcohólicas en un país con un Estado pequeño como los EEUU de los años de la ley seca, lo que aconseja un análisis separado de ambas variables. Por contra, también puede haber un cierto nivel de moralismo en una ideología que, como el anarcocolectivismo, propugna la extinción del Estado. Así, propongo superar los viejos conceptos de izquierda y derecha por un nuevo concepto que integre a éstos y los combine con la altura. Puede sonar absurdo, pero es más interesante hablar de izquierda alta, media o baja, y de derecha alta, media o baja.

Pasaré, pues, a un análisis más detallado de cada ideología y su ubicación. Empezaré por las más restrictivas de todas: el comunismo y el fascismo. A este respecto, conviene recordar que no he considerado la supuesta bondad o maldad de los fundamentos de una ideología sino el efecto que sus postulados tiene para la libertad individual [1]. Así, tanto fascismo como comunismo están a un nivel exorbitante de restricción de la libertad desde ambos puntos de vista. El fascismo, por ejemplo, propugna un Estado menos intervencionista económicamente, pero con un mercado altamente planificado y, generalmente, con una economía dirigida de guerra porque el fascismo, por su militarismo, suele llevar inevitablemente a la guerra. Esto hace que sea una ideología tan estatista como la comunista a pesar de su relativa mayor manga ancha económica. Por otro lado, el fascismo es altamente moralizante porque supedita la vida de los individuos al bien del Estado (a nivel étnico, de fomento de la natalidad, de belicismo). Las consecuencias son muy perversas como se ha podido ver en la Alemania del III Reich o en la Italia de Mussolinni. El comunismo, por contra, de un menor militarismo, suele centrar su opresión sobre el mercado, que está más intervenido generalmente que en un régimen fascista. A la larga, el comunismo es probable que lleve igualmente al imperialismo. Sucedió con la URSS y es una tendencia natural en este tipo de regímenes. Finalmente, según el cuadro, tanto fascismo como comunismo son una ideología de “derecha alta”.

Una vez analizadas las ideologías totalitarias, analizaré las democráticas. En primer lugar, la socialdemocracia propugna un Estado fuertemente intervencionista en lo económico para hacer frente a unos servicios esenciales prestados por empresas públicas u organismos de titularidad estatal. Sostiene, pues, a diferencia del liberalismo, la necesidad de que los bienes de producción de los servicios esenciales sean de titularidad estatal. Por otro lado, la socialdemocracia suele promover medidas menos “moralizantes” que los conservadores, además de haber contribuido a desarmar el “Estado puritano” de la postguerra mundial. No obstante, los liberal-progresistas propugnan desarmar aún en mayor medida parte de la legislación puritana que aún se encuentra en las sociedades occidentales y que eluden problemas tan importantes como la prostitución o la droga. Así, la socialdemocracia es una ideología de “izquierda medio-alta”.

En segundo lugar, el conservadurismo tiende a conservar, como su nombre indica, los desarmes del “Estado puritano” promovidos por la socialdemocracia, pero, cuando éstos se proponen, siempre se oponen. Cuando hay avances, intentan detenerlos por todos los medios, sin embargo, cuando éstos se han asentado, los sostienen. Por ello, el conservadurismo tiene un tinte moralizante mayor. Acerca de su estatismo, suelen sostener posturas más cercanas al liberalismo, pero sin tocar las joyas de la corona del Estado del Bienestar. De este modo, el conservadurismo se configura como una ideología de “centro medio”.

En tercer lugar, he dividido el liberalismo en dos corrientes: progresista (izquierda medio-baja) y conservadora (centro medio-bajo). Baste decir que ambas sostienen políticas económicas liberalizadoras que empequeñezcan al Estado sin perjuicio de la garantía de los servicios esenciales que pueden prestarse en régimen de libre mercado con subvenciones directas a las familias de rentas más bajas (función de subsidiariedad del Estado). Los liberales progresistas, además de querer “desarmar” el Estado del Bienestar, buscan avanzar más en el desarme del “Estado puritano”. Ese deshacer, en cualquier caso, es el rasgo esencial del liberalismo: ampliar el ámbito de autonomía individual frente al poder coercitivo del Estado. El liberalismo conservador, en contradicción con este principio, sostiene posturas moralizantes similares al conservadurismo.

Para terminar, sólo queda un tercer bloque ideológico por analizar: las corrientes libertarias, que son muchas más, pero que he agrupado en dos, a saber, el anarcoindividualismo (izquierda baja) y el anarcocolectivismo (centro bajo). Ambos buscan la extinción del Estado, se sitúan, por consiguiente, en lo más bajo del cuadro. Sin embargo, frente al máximo laissez faire del anarcoindividualismo, el anarcocolectivismo propone un tipo de intervención que, si bien no puede llamarse propiamente estatista, es, en cierto sentido, moralizante. Desde un punto de vista meramente económico, ese intervencionismo se muestra en forma de colectivizaciones y en la ulterior autogestión obrera. Como es sabido, sin protección de la propiedad privada no puede haber libertad plena en su sentido negativo (ausencia de injerencia), al menos no en la medida en que la expropiación en sí es ya una injerencia que alcanza su grado máximo en el comunismo y en el anarcocolectivismo (por la ausencia de garantías legales e indemnización). Si el primero expropia para el Estado (nacionalización), el segundo expropia para los trabajadores de la fábrica en cuestión (colectivización). La otra cuestión en la que el anarcocolectivismo se muestra especialmente perjudicial para la libertad es el de la “libertad de conciencia”. Su particular belicosidad hacia la religión no deja de tener, aunque en un sentido opuesto al conservador, un efecto moralizante patente.

De esta forma, las ideologías pueden dividirse en tres bloques: el totalitario, de “derecha alta”; el democrático, de “centro-izquierda media”; y el libertario, de “centro-izquierda baja”. Con esto, las viejas simplificaciones alcanzan un sentido mucho más pleno, eso sí, desde un punto de vista de la libertad individual.

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[1] Sobre los fundamentos teóricos de ambas ideologías, que no he tenido en consideración a la hora de elaborar el gráfico, adelanto que son igualmente perversos para la libertad individual contra la opinión general de que “el comunismo es muy bonito en la teoría, pero no funciona en la práctica”. Acerca de esta cuestión publicaré otro artículo.

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