sábado, 20 de agosto de 2011

La cultura de los problemas

Los disturbios en Londres como catalizador de una “protesta” aleatoria, violenta y sin sentido me ha hecho pensar en el papel de los medios en todo esto. Si el 15M sigue con su ejemplar protesta política pacífica, ya no acapara apenas la atención de los medios (o ésa es la impresión que tengo) mientras cuestiones más novedosas y de mayor “atractivo” visual llaman la atención. Y es que no nos engañemos: para la gente que gusta de consumir morbo en la televisión, casas enteras ardiendo en Londres son mucho más interesantes que propuestas, debates, asambleas y demás actualidad sobre un movimiento cívico de protesta que tiene un mensaje de cambio y una estrategia no violenta coherente.

El 15M ya aburre y cansa a mucha gente, que no ve que sus protestas se transformen en cambios importantes en el largo plazo. Es la cultura de la inmediatez, en cierto modo, buena responsable también de lo sucedido en Inglaterra. Aquella cultura que premia la creación de problemas como forma de captar la atención, la que alienta este tipo de protestas y se olvida de las pacíficas. Lo que queremos lo queremos ya, pero nos hemos olvidado de que Roma no se construyó en un día y de que reformas políticas de calado exigen un debate social amplio, transversal y DURADERO. De lo contrario, los políticos no harán caso de peticiones que duren tanto como el estado del Facebook. Exigir sosegados debates para acabar con propuestas elaboradas que finalmente puedan tener un efecto en el debate político exige algo más que una indignación repentina y fugaz. Parte de la sociedad española, en cambio, no entiende esto y con su actitud sólo contribuye a apartar del debate político temas esenciales como la reforma de la ley electoral y la aplicación de medidas para mejorar la transparencia de las instituciones. Todo eso también es 15M, no sólo el tan denostado “perroflautismo” con sus llamativas propuestas cuasi-soviéticas de ocupar viviendas vacías y nacionalizar la banca. [Digresión: los “perroflautas”, por cierto, también son ciudadanos. Y dirigirse a ellos con este apelativo no parece, en cualquier caso, una actitud muy respetuosa o democrática. Sólo busca neutralizar el discurso del adversario político por la descalificación de la persona. Con actitudes así el mensaje es claro: no voy a entrar en el fondo del tema porque considero que no eres lo suficientemente bueno para este debate por ser un perroflauta.]

Y mientras tanto, los medios alimentan este proceso con más inmediatez, con más superficialidad. La esencia de la noticia es que impacte y sea novedosa. Mientras tanto, el “análisis” y la opinión gira con la misma caducidad entorno a la carnaza informativa: ávidos de escándalo, ansiosos por soltar su moralina con aires de señores respetables, los creadores de opinión se regocijan con acontecimientos que les permitan contar su historia. Me pregunto qué harían sin disturbios, con qué se ganarían la vida. A lo mejor, tendrían que hacer una verdadera labor periodística de indagación de las miserias del sistema corrupto que nos gobierna. Pero, claro, eso es más trabajoso y puede costar la vida. Si no, que se lo digan al periodista que destapó en “The Guardian” el caso de las escuchas ilegales de los Murdoch. Descanse en paz.

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