Voltaire
Biblioteca de bolsillo. Crítica.
171 páginas.
François Marie Arouet fue tan incansable defensor de la tolerancia como denunciante público del fanatismo religioso, tan presente en la Europa y en la Francia de su época. Sus dos principales obras contra el fanatismo fueron el Tratado de la Tolerancia y Mahoma o el fanatismo (una tragedia que no he tenido forma de conseguir). No obstante, todos los que hayan leído Cartas Inglesas recordarán lo que trata de la religión en Inglaterra y el propio Diccionario Filosófico está lleno de alusiones a este tema. Sin olvidar las referencias a la inquisición y a los jesuítas en Cándido o el optimismo.
La cuestión religiosa está muy presente en el siglo XVIII y Voltaire se afana mucho en tratarla ya que uno de los males del Antiguo Régimen era la intransigencia religiosa. A lo largo de todo el Tratado de la Tolerancia, el lector puede entrever un principio unívoco: la tolerancia debe prevalecer sobre las estériles, pero tan peligrosas disputas teológicas. La obra comienza con la espeluznante historia de una familia protestante de Toulouse, la familia de los Calas, víctima de sus fanáticos vecinos encendidos contra la herejía luterana en aquella localidad. Esta es la mayor peculiaridad de la obra: su denuncia de un caso concreto (al más puro estilo periodístico contemporáneo). El resto del libro será un profundo y crítico análisis de la historia de la intolerancia en el cristianismo y de los ejemplos de tolerancia en otros pueblos como el griego, el romano, el judío, el chino o el propio sultanato árabe (a veces sus razonamientos parecen asombrosos, pero son, sin duda, persuasivos).
El lector se sobrecogerá al tener conocimiento de esta forma de los horrores que han provocado nimias disputas sobre cuestiones ininteligibles a los hombres. En todo este recorrido, se aprecia otro de los principios informadores de la obra. La tolerancia tiene un límite: exactamente el que marcan quienes con su intolerancia pretenden imponer sus creencias a los demás. Este es, según Voltaire, el ejemplo de la represión puntual del cristianismo en Roma (sobredimesionada por la hagiografía de los mártires) o la postura que adopta China. Los casos que trata Voltaire no sólo aluden a la intolerancia católica también atacan las descabelladas prácticas de otras sectas cristianas (por ejemplo, una que degollaba a los niños después de bautizarlos pensando que así les hacían un doble favor: salvarles de las penurias de este mundo y darles el pasaporte directo al paraíso).
Europa ha sido anegada por ríos de sangre derramada en pos de dogmas que ni sus más furibundos defensores eran capaces de entender. La carta escrita al jesuíta Le Tellier es el mejor ejemplo de la locura y la sinrazón religiosa aún muy extendida en aquella época. Su lectura y la de la obra en general provocan sentimientos encontrados en el lector. Por un lado, las denuncias que realiza el autor de casos reales, las referencias históricas a matanzas religiosas y a prácticas aboninables como la mencionada genera estupefacción y rabia. Por otro lado, el encencido alegato final es el colofón definitivo de una obra con la que el lector acaba plenamente persuadido de la necesidad de superar la superstición y el fanatismo.
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