lunes, 1 de marzo de 2010

El Estado y la Revolución

Vladimir Ilich Lenin
Miguel Castellote, Editor
158 páginas.

Escrito como un ataque a los que considera oportunistas, traidores de la causa de Karl Marx y del socialismo, Vladimir Ilich Lenin se apresura a recordar en este breve ensayo la doctrina marxista del Estado.

Los socialdemócratas sostienen la posibilidad de hacer la revolución desde el Estado capitalista burgués a través de reformas. Esta es la razón principal por la que Lenin los considera desertores de la causa. Por contra, les recuerda que el Estado capitalista burgués no es sino un instrumento de represión de la clase obrera por los capitalistas y que no hará, por consiguiente, más que perpetuar esa lucha. Defiende, en consonancia con las doctrinas de Marx, que el Estado burgués es incompatible, por tanto, con el triunfo del socialismo y que la revolución pasa ineludiblemente por la toma violenta del poder y la sustitución del antiguo aparato represor que es el Estado burgués para su conversión en un Estado socialista, en la dictadura del proletariado, donde todos sean asalariados del Estado y la institución de la propiedad privada haya sido extinguida.

Este proceso, claro está, deberá concluir con la extinción del Estado que, a diferencia de lo que sostienen los anarquistas, no vendrá de la noche a la mañana sino que se producirá tras el progresivo avance de la revolución por la dictadura del proletariado, lo que hará finalmente innecesaria la figura de un Estado socialista una vez vencidas las resistencias de los capitalistas. Para entonces, la sociedad sin clases habrá llegado en lo que se conoce con el nombre de comunismo.

El libro, de una gran calidad dogmática, estilo sobrio y sencillo de seguir, supuesto que pueda entenderse el comunismo, no deja sino entrever el horror de una forma de pensamiento y de una prosa que no conduce sino a la aniquilación de la libertad humana. La ligereza con la que parece disponerse en apenas un centenar y medio de páginas de toda la sociedad y de su organización democrática resulta apabullante. Frente al liberalismo, la democracia, incluso la socialdemocracia, el ideario socialista de Lenin, que no se aleja en esto de Marx, dispone una revolución violenta en la que una élite selecta, el Partido, dirija por la fuerza los designios de un pueblo subyugado por un nuevo Estado que, lejos de empequeñecerse, ensancha sus poderes hasta lo imposible, quebrando los límites a la más pura arbitrariedad vencidos tan sólo un siglo antes.

La visión simplista del análisis historiográfico, sociológico y político del marxismo extermina toda visión humana de la vida social para erigirse en un nuevo gran arquitecto del mundo que dispone, como si de un ingeniero se tratara, la disposición de cada una de las piezas de la fábrica que es la sociedad. Eso es el ser humano para el socialismo: un instrumento, una pieza más de la revolución y del Estado. Por último, cabe preguntarse si Lenin creía realmente en la hipotética extinción del Estado o si era tan solo la incongruente guinda del pastel: esa mentira que les hiciera convencerse de que su lucha era la del ser humano libre.
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