viernes, 31 de diciembre de 2010

“Die Welle” (2008)

Terminamos el año en Quiero Un Dominio con la película de Dennis Gansel Die Welle (La ola), estrenada en 2008, que plantea una problemática clásica de la ciencia política: la posibilidad de estatuir una dictadura aún en países democráticos y avanzados como los nuestros. Para poner al lector en situación, la cinta alemana se basa en un experimento real llevado a cabo en un instituto californiano por un profesor, Ron Jones, que fue incapaz de contestar por qué la sociedad alemana pudo apoyar el nazismo y, más aún, si eso podía ocurrir en EEUU en ese momento (1967). La pregunta, extensible a otros contextos similares, se plantea en el film en la actual Alemania, donde el protagonista, el profesor de un instituto, lleva a cabo un experimento de características similares al del profesor californiano con resultados igualmente descorazonadores.

Y es que el experimento real en sí y la película nos enfrenta a una realidad del ser humano que puede no gustarnos en absoluto, pero con la que debemos contar: su gregarismo. La necesidad de pertenencia a un grupo, especialmente exacerbada en los adolescentes (sujetos del experimento), junto con la capacidad de atracción que tradicionalmente tiene el papel del líder fuerte en un grupo cohesionado puede llevar a la alienación de los individuos, a la supresión de la individualidad y, finalmente, al trágico sacrificio de los intereses y los derechos individuales en pro de unos intereses colectivos más que cuestionables y que, en cualquier caso, son una horca caudina del grupo sobre el individuo.

Por alguna razón, desde que fuera formulado, creo que por los escolásticos en la Edad Media, el principio del bien común ha sido y seguirá siendo una de las coartadas intelectuales más recurrentes para la inmolación de la libertad humana. En cualquier caso, y esto es probablemente lo que más hay que reseñar de la naturaleza última de este tipo de poder (y yo diría que de todo poder), es la faceta irracional, emocional del ser humano la que juega el papel cohesionador imprescindible. Más allá de cualquier argumento, el triunfo del movimiento denominado “la Ola” y de cualquier otro movimiento político de carácter más o menos autocrático está directamente relacionado con el instinto tribal más primitivo del ser humano que, lejos de ser un llanero solitario que decide asociarse y fundar el cuerpo político para la defensa de sus derechos (teoría política clásica compartida por numerosos autores con distintas variantes) es un ser más bien frágil; necesitado del grupo; arropado y disculpado por la masa inconsciente y ciega, y que encuentra, en última instancia, su más profundo sentido vital en los demás, en el grupo, en la tribu.

Es por ello que cualquier discurso político bien comunicado, especialmente a niveles subconscientes, que apele a lo colectivo tiene tanta fuerza y lo que ha hecho que el motor de reacción de la historia fuera el colectivismo, en sus distintas variantes religiosas y/o políticas, y que ahora parece revestir, bajo la forma del Estado del Bienestar, un aspecto más benigno, pero no potencialmente menos opresivo de las libertades individuales que algunos testarudos heterodoxos se empeñan, nos empeñamos, en defender, frente a la monolítica sociedad del colectivismo. La pluralidad de una sociedad es intrínsecamente buena para el desenvolvimiento de las libertades. Esta clásica lección que ya extrajimos hace tiempo del conocido “Sobre la libertad” milleano está más presente que nunca en esta película. No cabe duda de que la libertad no es fácil ni sale gratis, otra lección que aprendemos en la película, pero antes que caer en la tentación del líder único y fuerte, en el ideal de la planificación, siempre debemos recordar que es mejor equivocarnos por nuestra cuenta que pagar en carne propia los errores ajenos.


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