sábado, 26 de junio de 2010

Una farsa muy española


La celebración del Corpus Christi de este año nos ha brindado una ocasión única para comprender la idiosincrasia del pueblo español. Resulta que desde los años ochenta está prohibido que el ejército rinda homenajes militares a los símbolos religiosos, lo que no ha impedido la celebración de multitud de actos religiosos con desfiles militares. Sin embargo, había una excepción: el Corpus Christi. En esta fiesta, los militares aún le rendían homenaje la sagrada forma de los cristianos con banda militar incluida, por ejemplo, en Toledo.

Sin embargo, este año, poco antes de la celebración de la fiesta, el gobierno aprobó un Real Decreto por el cual se prohibía definitivamente esta práctica. Como era de esperar, el presidente socialista de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, José María Barreda, no sin disimulada indignación, declaró ante los periodistas que había hablado personalmente con la Ministra de Defensa, que le había asegurado la presencia de los militares, ¡todos voluntarios!, a la fiesta. El revuelo que se armó no fue baladí: un ataque más a los pobres cristianos perseguidos que dentro de poco tendrán que volver a las lúgubres catacumbas a celebrar sus misas.

Nada más lejos de la realidad, una vez más, algunos españoles contemplamos con estupor como se volvía a practicar un agraviante trato de favor hacia una confesión religiosa, siempre la misma, como se volvían a mezclar militarismo, estatismo y religión para regocijo de todos los presentes [1]. Porque cambiar, lo que se dice cambiar, han cambiado bastantes pocas cosas en este país en lo que se refiere a la laicidad. Pero no nos engañemos, la culpa no es de este gobierno que trata de salvar la cara de la democracia haciendo un apaño formalista que no enturbie el fondo de la celebración militar de una fiesta religiosa particular. La responsabilidad última es del conservadurismo español que se niega a soltar la idea de España, los símbolos nacionales y el ejército español para compartirlos con los que no comparten su religión, su ideología ni su estilo de vida. Y, acto seguido, se quejan de que en España falta patriotismo, de que la gente no se identifica con los símbolos de este país a diferencia de Francia, por ejemplo. ¡Ah, Francia! Si vosotros, conservadores españoles, fuerais tan laicistas y republicanos como vuestros equivalentes franceses; si ligarais Estado y religión tanto como lo hace Sarkozy, es decir, nada; si mantuvierais una rigurosa separación entre lo que es vuestro particularismo religioso e ideológico y lo que representa el patrimonio político común de los españoles, entonces, en España el patriotismo no estaría tan denostado. Pero la responsabilidad es vuestra, y sólo vuestra, por seguir empeñados en confundir lo de todos con lo vuestro; la bandera de todos, con vuestra cruz; el ejército de todos, con vuestro Corpus Christi.

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[1] Sobre la identificación entre religión y Estado o sobre la misma naturaleza de lo que es, en el fondo, el principio de autoridad, recomiendo “Dios y el Estado”, de Mijail Bakunin.


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