Por si alguien seguía pensando que los Estados nacionales aún son soberanos en Europa, la crisis griega está dejando en evidencia todo lo contrario. Lejos de conformarse con imponerle a Grecia una serie de condiciones a cambio del siguiente tramo de ayudas, el Consejo europeo se atreve a emplazar a la oposición griega a apoyar las medidas del gobierno de Papandreu. Y es que el líder de la oposición griega, aún piensa que Grecia es un país independiente, como supongo que harán muchos griegos. Nada más lejos de la realidad, ni Alemania si quiera parece capaz de mantener sus posiciones propias en el debate europeo.
Y es que la UE tiene una peculiaridad: mantiene a los países europeos muy interconectados económicamente, tan dependientes entre sí que los mayores afectados por una quiebra soberana griega serían los bancos alemanes y franceses y, con ellos, el corazón de la eurozona, con los devastadores efectos que tendría, no sólo para el crédito en esa divisa (y con ello para el crecimiento interno) sino también para países como el Reino Unido, cuyo comercio exterior depende en gran medida de la zona euro. Esta interdependencia se topa, no obstante, con un torpe sistema burocrático y político incapaz de coordinar suficientemente rápido y eficazmente los esfuerzos para paliar los efectos de la crisis de deuda.
De modo que la UE tiene las ventajas de tener una economía unida y también las desventajas, sin tener, en cambio, la estructura ni la homogeneidad que se esperan de una zona económica de esas características. Grecia tiene un grave problema de estructura del Estado, tiene un desproporcionado Estado del bienestar y un amplio sector público. La deuda contraída por ese despropósito de gestión parece, en cambio, que la vamos a pagar los contribuyentes, pase lo que pase. Si rescatan a Grecia, porque la rescatan (sería una transferencia directa de fondos) y, si cae, porque se rescaten los bancos con problemas debidos a dicha quiebra. Como diría José Mota: las gallinas que entran por las que salen.
¿Y qué obtenemos los contribuyentes europeos a cambio de semejante esfuerzo? El reproche de que sólo nos importa el dinero, no las personas, y la laxa garantía de que unos técnicos de la troika al rescate se asegurará de que los que han arruinado el país, lo saquen adelante. El problema de Grecia pone de manifiesto que si los europeos queremos conservar nuestro famoso modelo de bienestar, debemos hacer concesiones a la Unión. No es suficiente con estar unidos en la burbuja, cuando todo va bien y la confianza, a la par que el crédito, fluye desmesuradamente, también hay que estar a las duras, cuando toca devolver el crédito y un país ha demostrado ser incapaz de gestionar sus recursos. La interferencia en la soberanía griega del Consejo europeo es el síntoma de algo que ya venía pasando. A Grecia no le importó ser europea cuando tenía los tipos de interés bajos en el marco de una coyuntura económica favorable. Ahora que toca aplicar recortes, tampoco debería importarle ser europea, especialmente teniendo en cuenta que el dinero se lo deben mayoritariamente a europeos.
El problema sigue siendo, en cambio, la falta de integración política y fiscal de la UE. Ya se sabe que la velocidad del grupo es tanta como la del individuo más lento. Ése es el problema de Europa, sigue siendo un grupo, no una unidad. Cuando toca mirar a la economía, se mira, por ello, a los países individuales, no a la economía europea en su conjunto, que no es tan débil como se inferiría de las noticias de estos días. Esto, en cambio, exigiría una integración que disolvería muy buena parte de la soberanía de los Estados, incluido el griego, que no es el único que está viendo como su país lo gobiernan desde Bruselas y no desde Atenas (mera sede formal). Esto es lo que muchos temen: una unión que diluya los Estados. La alternativa, en cambio, ya está vista: una mastodóntica confederación que se tambalea aturdida sin saber qué rumbo tomar y en la que los Estados siguen siendo, al menos formalmente, soberanos.