lunes, 15 de marzo de 2010

El paternalismo del Estado contemporáneo (II)


II. Referencia histórica.

Antes de comenzar a abordar en mayor medida la cuestión principal es necesario valorar en qué punto nos encontramos y de dónde hemos venido. Lo cierto es que el valor de ese ámbito de autonomía del individuo no ha sido siempre el mismo. En la sociedad estamental del Antiguo Régimen no tenía sentido que una persona se planteara qué quería hacer o cómo quería vivir. Estaba sencillamente fuera de lugar. El nacimiento determinaba con casi total seguridad lo que una persona iba a ser y dónde iba a vivir el resto de su vida. Un aristócrata se debía a sus privilegios y a su posición del mismo modo que un artesano o un comerciante se debía a su actividad. El hijo del noble miraría por los títulos de la familia y buscaría un matrimonio de conveniencia con la hija de otro aristócrata o de un burgués acaudalado mientras que el hijo de un artesano o un comerciante comenzaría de aprendiz para seguir los pasos de su padre. La sociedad esperaba algo de ellos y no les estaba permitido que fueran algo distinto de lo que debían ser. Por otro lado, el lugar de nacimiento era determinante en un mundo que no gozaba de las facilidades para viajar que existen hoy en día. La excepción la constituían las colonias. Países como Estados Unidos se forjaron a base de inmigración, pero la mayoría de los europeos no salían de sus comarcas que eran con frecuencia como pequeños países: muchas regiones contaban con su propia lengua; moneda, y sistema de pesos y medidas*.

Por último, el sexo era determinante. Una mujer no tenía más opciones que entregarse a las tareas del hogar, no le estaba permitida una educación igual a la del hombre y todo lo que se saliera de esa función doméstica estaba proscrito. Virginia Wolf en su excelente ensayo Una habitación propia** trata precisamente el problema de la ausencia de obras literarias de mujeres como un problema de ausencia de igualdad entre hombres y mujeres. La mujer, afirma, no tenía un espacio propio, una habitación propia en la que desarrollar su actividad literaria sin contar con que además carecía de una buena formación que se lo permitiera habida cuenta de lo inapropiado que se consideraba aquello en una mujer. Trata a modo de ejemplo el hipotético caso de que William Shakespeare hubiera tenido una hermana de igual capacidad que hubiera podido estudiar sus libros aunque fuera a escondidas y haberse marchado de casa para dedicarse al teatro. La sociedad, el propio gremio de artistas no le hubiera permitido desarrollar una actividad interpretativa y literaria como a su hermano porque ese terreno estaba vedado a la mujer. De modo que concluyo con Virginia Wolf que si bien el hombre ya tenía difícil realizar sus más altas aspiraciones como fue el caso, infrecuente por otra parte, de Shakespeare, más difícil aún, sino imposible, lo era para una mujer.***

Después de analizar cuáles eran los condicionantes sociológicos a esa autonomía individual: estamento, movilidad geográfica y sexo; creo conveniente no pasar por alto el aspecto moral. El papel que en la sociedad del Antiguo Régimen tenía la religión era de una presencia omnímoda. La más elemental libertad de pensamiento era inimaginable para la gente común y todos los elementos de la vida cotidiana estaban condicionados en buena medida por las obligaciones morales y los ritos religiosos. La ilustración fue el punto de inflexión determinante del cambio. No dudo que éste comenzó antes, pero esta corriente filosófica fue el aldabonazo de la superstición y el fanatismo religioso. La ilustración dio paso a un nuevo “orden moral” en el que todo se debía regir por la razón y no por el dogma. Sin embargo, fuera de todo optimismo, sólo una pequeña élite se pudo permitir, no sin riesgo, expresarse con más libertad y determinar su vida conforme a su voluntad****. La mayoría de la población aún vivía en la ignorancia y seguía rigiendo sus destinos coartado por unos condicionamientos sociales y religiosos considerables (sin duda mucho mayores que los actuales).

La ilustración supuso un avance aunque tímido en cuestiones políticas. En ese nuevo orden de cosas, los monarcas debían velar por el bienestar de sus súbditos, eso era lo que dictaba la razón, pero el despotismo continuó. El siglo XVIII fue también, no obstante, el siglo de las revoluciones. La Revolución Americana supuso un gran avance en varios aspectos. Los derechos y las libertades civiles, incluida la religiosa, quedaron garantizadas por las constituciones estatales*****, pero, además, en 1791 entraron en vigor las diez primeras enmiendas constitucionales de los EEUU que también garantizaban esos derechos en toda la Unión. Por otro lado, en agosto de 1789, la Asamblea Nacional francesa aprobó también una Declaración Universal de derechos. Otro aspecto clave fue la eliminación de los estamentos sociales y, con ellos, de los privilegios que gozaba la aristocracia y el alto clero. Con el nacimiento del sistema de gobierno representativo basado en los derechos de los ciudadanos se abría la veda política definitiva sin la cual no hubiéramos logrado aumentar ese ámbito de autonomía individual.

Sin embargo, si bien desde un punto de vista moral y, después, ideológico se inicia una apertura que permite sentar las bases para rebajar los límites que los ciudadanos tenían para regir su propia vida, lo cierto es que aún no se han dado los cambios sociológicos necesarios para llegar a la situación actual. Fue el proceso de la revolución industrial con su consecuente éxodo rural y progresivo aumento de las ciudades lo que hizo posible dar el salto definitivo. Ya en el siglo pasado, el estilo de vida urbano fue el que más facilitó esa independencia y autonomía del individuo. Por otro lado, a la lumbre de las nuevas libertades, el pensamiento evolucionó vertiginoso. Las antiguas verdades inmutables se cuestionaron hasta la saciedad. Nuestras propias motivaciones internas fueron puestas en cuestión. Es la época del relativismo moral y del psicoanálisis. La sociedad se fue volviendo cada vez más permisiva, fue relajando sus exigencias morales, a la par que el dinero constituía el nuevo signo de estatus. El fenómeno de los nuevos ricos confirmó la movilidad social. La mejora en la educación y en los medios de comunicación fueron transformando paulatinamente a la sociedad. Las limitaciones que se daban en el Antiguo Régimen se han ido diluyendo en los últimos doscientos años. Por supuesto, no podemos olvidar los retrocesos temporales que se han vivido a causa de las ideologías totalitarias en el siglo XX, pero la tendencia general no ha sido en ese sentido.

No obstante, es evidente que en la actualidad todos nosotros seguimos estando limitados, condicionados por nuestro entorno. Nuestra realidad se desenvuelve en un contexto social determinado, pero no cabe duda de que la sociedad es hoy en día mucho más plural, abierta y respetuosa que antes. Esto amplía en gran medida nuestro ámbito de autonomía, nuestra capacidad para determinar nuestra vida conforme a nuestra voluntad******. Sin embargo, en este proceso de progresivo avance hacia una mayor libertad, hemos podido contemplar cómo el Estado ha ido cada vez más lejos en su intento de ensanchar su papel frente al individuo.

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* A este respecto, recomiendo el capítulo primero, Francia en vísperas de la Revolución, de La Revolución Francesa, de Jean Pierre Bois, Historia16, Madrid, 1997.
** Wolf, Virginia: Una Habitación propia (A Room of One's Own, 1929), Seix Barral, Barcelona, 2005.
*** Sobre la cuestión política de la desigualdad de la mujer recomiendo el clásico del feminismo El Sometimiento de las Mujeres (The Subjection of Women, 1869), de John Stuart Mill , Edaf, España, 2005.
**** Denis Diderot estuvo encarcelado en Vicennes por una breve obra epistolar en la que cuestionaba la existencia de Dios. Voltaire, por otro lado, pasó por la Bastilla en dos ocasiones, la que más once meses, y estuvo exiliado tres años en Inglaterra. El barón de Holbach publicó multitud de obras propias y ajenas en la clandestinidad para difundir las ideas ilustradas. Los ejemplos son innumerables, lo más habitual era la condena y quema de las obras más polémicas aunque siempre quedaban ejemplares que, además, subían mucho de precio.
***** La más conocida es la Declaración de Derechos de Virginia, aprobada en 1776, pero todos los Estados contaban en sus constituciones, que eran anteriores a la federal, con una ley de derechos. Recomiendo la obra El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) [The Birth of the United States 1763-1816, 1974], de Isaac Asimov, Alianza Editorial, España, 2008.
****** Sobre esto arroja mucha más luz la siguiente cita de Ortega: Circunstancia y decisión son los dos elementos radicales de que se compone nuestra vida. La circunstancia -las posibilidades- es lo que de nuestra vida nos es dado e impuesto. Ello constituye lo que llamamos el mundo. […] En vez de imponernos una trayectoria, nos impone varias, y, consecuentemente, nos fuerza... a elegir. ¡Sorprendente condición la de nuestra vida! Vivir es sentirse “fatalmente” forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en este mundo.
Ortega y Gasset, José : La Rebelión de las Masas (1929), Espasa Calpe, España, 2007, páginas 113 y 114.

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